Borrar
A la izquierda, la enfermera Oana Pode, en una de las salas de intervención de Pediatría, donde realizan PCR a los niños. Roberto Ruiz

El cortafuegos del covid está en Liencres

El equipo que frena la transmisión. Citan PCR, recogen muestras por Cantabria y luego rastrean: así funciona la Unidad de Vigilancia Epidemiológica e Intervención

Marta San Miguel

Santander

Miércoles, 9 de diciembre 2020, 07:05

El niño se sienta en la butaca y se queda mirando la pared de enfrente, y mientras espera que le hagan 'lo de la nariz', pregunta: ¿ese monstruo tiene mocos colgando? Desde entonces, la enfermera Oana Pode usa a los monstruos de vinilo que están pegados en la pared como reclamo para otros niños que se hacen la PCR en la sala que la Unidad de Vigilancia Epidemiológica e Intervención ha habilitado para ellos en el Hospital de Liencres. «Nos ven vestidas como astronautas y entran asustados, así que les decimos que busquen el moco colgando y se olvidan por un rato del hisopo», dice con una sonrisa que atraviesa la mascarilla, el gorro y las gafas de protección.

Lleva desde mayo haciendo pruebas diagnósticas en los coroautos, pero la mañana que la Unidad abre las puertas a este periódico, Oana está en la sala de los niños, donde los monstruos amarillos adornan desde hace varias semanas las antiguas paredes de la planta de rayos del hospital. También con vinilos, amortiguando la experiencia a los niños, se logra la contención de la pandemia desde Liencres, donde la Unidad funciona a pleno rendimiento para ejercer de cortafuegos del covid. ¿Cómo lo consigue? Localizando los posibles positivos, en el área de intervención, y evitando su posterior propagación, al rastrear y cortar la cadena de contactos en el área de vigilancia. «Aquí empieza todo», dice Ana Rosa Díaz Mendi cuando abre la puerta de la Unidad que coordina desde agosto, una puerta lo suficientemente ancha como para que entre una camilla. Mientras avanza por las instalaciones que fueron un laboratorio, saluda por el nombre a cada trabajador con el que se cruza. Dice que no es buena con los nombres, pero identifica a quien está detrás de la mascarilla, aunque alguno solo lleve un par días trabajando: «El goteo de contrataciones es constante», dice, hasta el punto de que el equipo que sostiene este servicio «clave para contener la pandemia» suma ya 150 efectivos.

Díaz Mendi está al frente de la Unidad desde agosto; con ella, Marina Lecue como responsable de Vigilancia, y José María Castillo Oti, en Intervención. Y a partir de los 24 rastreadores iniciales que ya estaban trabajando en Liencres, el servicio empezó a crecer, tanto física como estructuralmente. Mientras la primera ola daba sus últimos coletazos, la Unidad se preparaba con obras que transformaron el antiguo laboratorio en un espacio diáfano y pragmático; establecieron dinámicas de trabajo y mejoras en el proceso de identificación del paciente en la toma de muestras para que el etiquetado se hiciera «con todas las garantías»; incidieron en una formación de los rastreadores que se iban incorporando, con nuevos perfiles como los trabajadores sociales ante las situaciones de vulnerabilidad que se iban encontrado, y empezaron a desarrollar protocolos de actuación tras cada experiencia, como por ejemplo, la de La Inmobiliaria: «Si ahora hay que hacer una acción similar, está por escrito y será aún más rápido intervenir», dice Díaz Mendi.

Porque todo se basa en eso, en intervenir rápido, en buscar el control de una pandemia. Para eso, se reúnen cada mañana con una pizarra, los portátiles zumbando, cuatro móviles de la mesa que no dejan de sonar, con el fin de organizar el día, implementar mejoras y cortar el covid. El «éxito» en el control de la pandemia se sustenta en varios aspectos, dice la coordinadora. Por un lado, «que los ciudadanos estemos concienciados y tomemos las medidas de protección oportunas», y por otro, «que en la Unidad seamos capaces de hacer las pruebas de diagnóstico en el tiempo necesario -24 horas si hay síntomas- y rastrear ese positivo para cortar la cadena de transmisión».

Hacer las pruebas PCR en 24 horas si hay síntomas y cortar la cadena de transmisión con el rastreo

el objetivo

«Llegamos hasta el último rincón de Cantabria para hacer pruebas», dice Ana Rosa Díaz Mendi

coordinadora de la unidad

Ese es el reto diario al que se enfrentan los trabajadores a lo largo de un pasillo con forma de U: desde la sala inicial de los administrativos, encargados de citar los posibles casos, pasando por las tres salas de vigilancia, donde se reparten los rastreadores por zonas geográficas, más la 'cuarta', que es la del Ejército. Entre dichas salas, hay espacios preparados para que los trabajadores, que hacen jornadas de 8 a 20 horas (trabajan dos días seguidos, descansan otros días, sin distinción de festivos o laborales) coman el catering en grupos burbuja: «Aquí trabajamos siempre con el por si acaso», dice Díaz Mendi, y por ahora los casos entre el personal no han ido a más. Es el caso de Israel Incera, administrativo de la Unidad, que cambió su trabajo en una gestoría por el área sanitaria. Incera fue positivo (su pareja es profesora y hubo un caso en su aula), pero no hubo que aislar a nadie de su área. ¿Su trabajo? «Desde Salud Pública nos comunican los positivos y de ahí organizamos para dar prioridad en áreas como educación, contactos estrechos, residencias o deportes, y citar según los protocolos: 24 horas si hay síntomas, y cinco días si es contacto estrecho».

Más que sacar pruebas

Después, es el turno de intervención: «Nosotros nos dedicamos a sacar las PCR», dice el enfermero Alejandro Lorenzo González, pero la frase no resume la envergadura de todas sus tareas. En esa ola son capaces de generar de media 1.600 muestras al día; realizan pruebas en el coroauto de Liencres, en la 'Ballena' (Santander), La Lechera de Torrelavega y en Laredo, que se desdobla y por la tarde va a Castro el mismo personal; también se toman muestras en Reinosa y Potes. Además, hay dos equipos operativos que acuden a las residencias y a domicilios: «Tenemos las rutas definidas, y dos veces al día son las propias ambulancias las que llevan las muestras a Valdecilla para analizar (laboratorio de Microbiología)». El equipo son 25 enfermeras y 15 técnicos en cuidados auxiliares de Enfermería para llegar «hasta el último rincón de Cantabria», sobre todo a los domicilios donde encuentran, dice, situaciones complicadas, personas viviendo en condiciones que no son las más adecuadas: «Por eso vamos a los domicilios, porque hay gente que lleva mucho tiempo sola, con miedo, angustia, que nos preguntan cuánto tiempo van a seguir así».

170niños de media se hacen al día la PCR en el área de intervención de Pediatría de Liencres

1.600muestras genera de media al día la Unidad en esta segunda ola para analizar en Valdecilla

150trabajadores entre administrativos, rastreadores, enfermeras y técnicos auxiliares

Identificar estos perfiles también es trabajo de los rastreadores: «No solo consiste en llamar y preguntar con quién has estado o dónde», dice Silvia Ventisca, coordinadora de casos y formadora de rastreadores: «Hay casos muy difíciles porque tienen un dependiente a su cargo; otros que han invitado gente a su casa sin saber que tenían covid y tienen cargo de conciencia, otros están muy asustados. Son conversaciones muy duras y les enseñamos a obtener la información», expone Ventisca, también fisio como buena parte del equipo de rastreadores en el que conviven biólogos, trabajadores sociales, terapeutas ocupaciones, veterinarios.

Saben que cada dato es un activo para contener la pandemia, y ese es el monstruo que miran cada día en la Unidad; un monstruo que lograrán controlar «si todas las personas están citadas en el tiempo que debe, si todos han recibido sus mensajes notificando resultados o citas, y si todos los contactos estrechos han sido rastreadores en profundidad», insiste Díaz Mendi: «Ese es nuestro caballo de batalla».

Despacho de las coordinadoras de Vigilancia, donde se reparten los positivos por zonas geográficas entre las tres salas que hay en la Unidad. Roberto Ruiz

Así es el rastreo de un positivo: «Hay nueve posibles contagios»

Álvaro tiene en la mano un boli Bic azul y lo gira entre los dedos, pero no acaba de apoyar la punta. En la cabeza lleva unos auriculares que tienen la luz roja encendida, con un micrófono que apunta a la boca: «¿Cuándo te empezaste a encontrar mal?», pregunta. Y al otro lado, la mujer que esa mañana ha sabido que es positivo por covid le empieza a contar lo que recuerda; a quién ha visto, con quién comió al día siguiente de haber tenido un 'resfriado', dónde estuvo trabajando. Las preguntas del rastreador funcionan como el botón de rebobinar de las pletinas de un casete, y la paciente pronuncia más nombres; en total nueve posibles positivos que gracias a lo que escucha Álvaro esa tarde, serán calificados como contactos estrechos y se aislarán, se harán una PCR en un plazo de cinco días, y se cortará la posible transmisión de ese positivo en concreto.

La llamada ha durado media hora, pero los contagios que acaba de evitar este rastreador son incalculables, y ante la facilidad con que nos cruzamos con el virus sin saberlo, cabe preguntarse hasta qué punto es posible controlarlo; pero en las salas de Vigilancia esa pregunta no se la hacen. Hacen otras. Y al lado de Álvaro, está Lorena, y Sergio y otros tantos profesionales que pronuncian su nombre y se presentan y conjugan la primera persona del plural para dar las recomendaciones con los casos brillando en rojo. «Vamos a quedarnos en casa, vamos a recordar con quién hemos estado», dicen en una sala donde no hay adornos, solo un gran bidón de agua para mantener fresca la voz.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes El cortafuegos del covid está en Liencres