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DAVID S. OLABARRI
Santander
Domingo, 11 de abril 2021, 06:59
Cientos de vizcaínos se han empadronado en localidades de Cantabria durante el último año. Juan Carlos y Maite, bilbaínos de unos 60 años, son dos de ellos. Desde hace unas semanas son vecinos de Santoña a todos los efectos. Antes de hacerlo, se sentaron ... y empezaron a reflexionar sobre los pros y los contras. Son muchos los factores que debían medir en una balanza: calidad de vida, régimen fiscal, espacios naturales, sanidad, infraestructuras... Lo que Juan Carlos y Maite querían es huir de la ciudad y encontrar tranquilidad.
Las motivaciones que se analizan antes de dar un paso tan importante apenas han variado en las últimas décadas. Lo que la pandemia y las restricciones impuestas por el covid-19 han trastocado por completo es la importancia que se concede a los distintos factores a la hora de plantearse un nuevo proyecto de vida. Juan Carlos y Maite reconocen que ha sido la pandemia lo que les ha terminado de convencer.
Lo cierto es que hablamos de un fenómeno global y cada vez más extendido: el de las personas que huyen del asfalto para irse a vivir a espacios más abiertos. En busca de más naturaleza. En el caso concreto de Vizcaya y Cantabria, esta nueva perspectiva se ha traducido en un «cambio de tendencia», según señalan profesionales del sector inmobiliario. Cantabria ya no es vista por los vizcaínos sólo como un lugar en el que tener una segunda residencia.
JUAN CARLOS Y MAITE
TELETRABAJO
CASTRO URDIALES
PADRÓN DE LAREDO
Muchos de ellos han empezado a instalarse de forma permanente. Algunos van y vienen todos los días. Otros -los que pueden- teletrabajan desde aquí. En Noja -como en muchas otras localidades- se ha disparado la demanda de fibra óptica para conseguir una mejor conexión a internet en las viviendas, según explica el alcalde Miguel Ángel Ruiz (PRC). Es el caso de Roberto y Ana. Este matrimonio pasó el confinamiento en su piso de Santurce. En verano, con la relajación de las medidas, se instalaron en Noja, en su segunda residencia, en una urbanización con acceso directo a la playa. Acabaron las vacaciones y se quedaron. Y ya prácticamente no se han movido de allí. «Tengo suerte porque puedo hacer gran parte de mi trabajo desde casa con el ordenador, aunque cada cierto tiempo tengo que pasar unos días fuera», explica Roberto.
Los datos no son homogéneos, pero sí reveladores. No todas las localidades cántabras han experimentado el mismo crecimiento en el número de vizcaínos que se han dado de alta en el padrón. Los principales incrementos se han dado en los municipios que cuentan con una población más estable durante todo el año. En Noja -con unos 2.600 vecinos censados, pero que llega a los 80.000 habitantes en verano- se han empadronado 51 vizcaínos durante este año de pandemia, en el que otros 17 ciudadanos se han dado de baja. En cambio, en los registros del Ayuntamiento de Santoña -con una población fija de unos 11.000 vecinos- consta la llegada de 134 nuevos vizcaínos desde marzo de 2020.
Juan Carlos y Maite son dos de los nuevos vecinos. Este matrimonio de Bilbao tiene una segunda residencia en Santoña y una hija ya mayor. Desde hace años pasan allí las vacaciones y muchos fines de semana. Ella está recién jubilada y él da los últimos pasos de su vida laboral con un contrato relevo. Muchas veces habían hablado de la posibilidad de irse a vivir a la localidad costera cuando se retirasen. Era un plan que estaba en el aire, sin concretar. Pero la pandemia -y llevar meses sin pisar su casa de veraneo- lo ha precipitado todo. Desde hace unas semanas constan ya como nuevos vecinos a todos los efectos. «La ciudad se nos ha hecho muy pesada. Aquí sales y tienes naturaleza y kilómetros de playa para pasear», explica Maite. A Juan Carlos, de hecho, no le importa tener que hacer más de 140 kilómetros para ir y volver del trabajo. «Es un esfuerzo. Pero luego poder pasar aquí las tardes y los días libres compensa con creces», reconoce.
Este fenómeno se ha percibido con especial fuerza en Castro Urdiales. Según datos municipales a los que ha tenido acceso El Diario Montañés, desde el inicio de la pandemia hay 965 nuevos vecinos empadronados. Más de la mitad (50,88%) son vizcaínos. En segundo lugar aparecen ciudadanos procedentes de otros puntos de Cantabria (7,8%). Y en tercera posición aparecen los madrileños (5,07%). Se trata de un crecimiento en el padrón municipal muy importante, sobre todo si se tiene en cuenta que el número de censados ha permanecido relativamente estable en los últimos años. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), de 2017 a 2020 la población de Castro pasó de 31.817 vecinos censados a 32.270. En cambio, el pasado 31 de marzo en los registros municipales figuraban 33.408 vecinos. El equipo de gobierno de Castro (PSOE-Cs) ha rehusado participar en este reportaje, al igual que el de Laredo, que se negó a facilitar información sobre la variación en los empadronamientos durante la pandemia.
Sobre el papel, Torrelavega es el segundo municipio más grande de Cantabria. Con sus cerca de 51.500 habitantes censados, sólo Santander supera a la localidad de la comarca del Besaya en número de población. La realidad, sin embargo, es muy distinta. En los registros de Castro constan 33.408 vecinos censados. Pero los consumos de agua y el volumen de basura que se generan cada día indican que la población que tiene su domicilio habitual en la localidad costera puede ser «prácticamente el doble de la oficial», según fuentes municipales. Aunque la pandemia está cambiando en parte esta tendencia, muchas de las personas que no aparecen en los censos siguen empadronadas en Vizcaya. El Consistorio castreño ha emprendido diversas campañas para tratar de paliar este problema, ya que les afecta a la hora de recibir financiación de las Administraciones y a la hora de gestionar los servicios municipales. Una de estas campañas se llamaba 'Deja de ser un ciudadano invisible'.
En este sentido, se limitaron a señalar que el número de vizcaínos que ha decidido instalarse en la localidad no ha experimentado variaciones «relevantes», sin concretar nada. A este respecto, se remitieron a lo que aparece en el INE, pero los datos del instituto de estadística están actualizados a enero de 2020. Fuentes de las inmobiliarias, sin embargo, sí han constatado la llegada de muchos vizcaínos. También en los pueblos cercanos del interior.
En el caso de Castro, fuentes municipales estiman que «unas 300 personas» se han empadronado en el municipio con el objetivo de eludir las posibles sanciones por saltarse el cierre perimetral de Cantabria y el País Vasco, que lleva meses vigente. Muchos de ellos, de hecho, tenían ya Castro como su vivienda de referencia a pesar de no estar censados. Josu pertenece a este último grupo. Este vizcaíno (que prefiere ocultar su verdadero nombre «por problemas» con vecinos que han amenazado con «denunciarle» ante la Policía) pasa todos los años largas temporadas en lo que hasta ahora era su segunda residencia de Castro. Otras épocas las pasa en Barakaldo. Reconoce que, durante la pandemia, se ha movido «en alguna ocasión» entre una y otra vivienda, lo que ha ocasionado fuertes discusiones con algunos vecinos que le decían que no podía estar ahí. «Antes de la pandemia me echaban en cara que no estuviese empadronado y ahora parece que les molesta que lo haga», apunta.
Hasta ahora había tenido «suerte» en los controles policiales. La Guardia Civil, de hecho, ha llegado a pedir la documentación en las colas de los supermercados para sancionar a los no censados. Él ha librado por poco. Ahora, piensa que podrá moverse «con más tranquilidad». «Como trabajo en Vizcaya tengo justificación para estar en los dos sitios», dice. Y añade otra razón que, a su juicio, influye en que muchos vizcaínos estén desplazándose a Cantabria. Las diferencias en las restricciones impuestas por la pandemia. Por ejemplo, el toque de queda está fijado a las once de la noche. En el País Vasco empieza a las diez. Además, la hostelería cierra a las diez y media de la noche, mientras que en la comunidad vecina cierra la persiana a las ocho de la tarde.
Lo cierto es que, a pesar de este fuerte incremento, un importante número de vizcaínos sigue viviendo en Castro sin estar empadronados. «Muchos no queremos hacerlo por el Osakidetza (Servicio Vasco de Salud) y por el régimen fiscal. Si me pasa algo grave prefiero que me atiendan en Cruces», explica un residente que sigue censado en Vizcaya.
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