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Para explicar la distinción –entre el significado y la referencia de una expresión, el matemático y filósofo alemán Gottlob Frege (coetáneo de los cántabros que ... hoy cuenten más de 92 años) ponía el siguiente ejemplo: aunque podemos decir ‘la estrella de la mañana’ o ‘la estrella de la tarde’, expresiones diferentes, las dos apuntan a un mismo objeto, a saber, el planeta Venus. La referencia es la misma, lo que varía es el significado.
Del mismo modo vemos brillar hoy una estrella, refulgente sobre un fondo celeste que es el crepúsculo del Estado de las Autonomías. Pero como dudamos de si se trata del crepúsculo del alba o el del ocaso, tampoco sabemos si estamos ante un renacimiento de la organización regional de España o ante su final como método de gestión de la diversidad territorial. Ya que, por desgracia, no existe todavía un IFCA de las cosas públicas, intentemos describir, como astrónomos aficionados de la política, la estrella en sí misma.
La luz que nos arroja tiene dos longitudes de onda fundamentales: la jurídico-política y la económica. La primera nos lanza el azul y energético destello de Cataluña y su independentismo. Se resolverá con un nuevo encaje de aquella parte de España en el conjunto; pero ya la izquierda nacional se apresta a una recomposición ‘plurinacional’ de la Constitución, y tarde o temprano la izquierda y los nacionalismos centrífugos serán mayoría en las Cortes. Aunque Pedro Sánchez se ha liado un poco con el catálogo Ikea de las naciones de España, el referendismo a la escocesa que propugna Podemos mal podrá limitarse en exclusiva a Cataluña (¿cómo se opondría Podemos a un referéndum vasco, o cántabro?).
Salvo que los socialistas, y especialmente los profesores que les votan y educan a los jóvenes, vuelvan a creer que España es una sola nación, no meramente como la ‘patria de los padres’, sino sobre todo como la ‘patria de los hijos’ (como decía el Zaratustra de Nietzsche y readaptaba Ortega: ‘Kinderland’ más que ‘Vaterland’), el actual marco autonómico tiene más caducidad que un yogur.
La segunda fuente luminosa nos envía las ondas largas del rojo, es decir, el déficit, que siempre es encarnado. Acabada la crisis económica, se impone reformular la financiación autonómica. El principal objetivo de esta operación es mejorar las haciendas regionales que atienden a mucha tropa y con el sistema actual no obtienen satisfacción. La lista de beneficiarios de nuevos criterios es clara: Madrid, Valencia, Murcia, Cataluña, Andalucía, Canarias. En cambio, Cantabria, hoy con el máximo indicador de financiación relativa, saldría perdiendo hasta el rabo de la boina.
Para los cántabros parece el crepúsculo de la tarde: si ya con la mejor financiación estamos en la cola de la recuperación (lo que indica que no todo es la financiación, sino también a qué se dedica, y si el gobierno desarrolla políticas eficaces o solo se funde el presupuesto en incoherencias), es de temer que con recursos menguados caeríamos en una depresión estructural.
Los montañeses cándidos podrían haber esperado que su Partido Regionalista, por su autodefinición territorial, hubiera creado hace ya tiempo grupos de trabajo con expertos y personalidades destacadas, para elaborar documentos fundamentales de la posición cántabra ante la recomposición política y económica del Estado de las Autonomías. Muy al contrario, los únicos que han averiguado algo acerca del segundo de los asuntos, el financiero, son personas de las órbitas del Partido Popular y del Socialista. Y, que yo sepa, nadie ha estudiado el asunto constitucional. Paradoja total: el destino de la región ha sido intelectualmente ‘yuyu’ para el regionalismo.
Una dejadez colectivamente compartida. La estrella que brilla en el crepúsculo autonómico no ha surgido de pronto, como una supernova. Llevamos observándola mucho tiempo, pero sin hacer nada, como si fuera un cometa que pasaría de largo para no volver. Ahora nos entran las prisas a la vista del posible Armagedón.
Las cuestiones jurídica y financiera se van a entremezclar, porque una parte del desapego catalán procede de la sensación de que contribuye mucho al común pero después tiene problemas para financiar la propia autonomía catalana. Es incluso probable que se resuelva antes el modelo de financiación que la propia estructura constitucional del estado autonómico. Parecería más lógico determinar primero las esferas de competencias y después calcular su adecuada financiación. Pero una mayor celeridad en la cuestión de los dineros obedecerá a puro pragmatismo: las competencias ya se ejercen, solo hay que asignarles los nuevos recursos; el cambio constitucional llevaría mucho tiempo, y es de final impredecible. El carro irá delante de los bueyes mientras los carreteros se aclaran de qué nación es cada buey y en qué idioma se le ordenará ‘so’ o ‘arre’.
Para Cantabria, pues, resulta más inminente el riesgo de pérdida de financiación que el de descenso de categoría constitucional. Ambos probabilísimos fenómenos, sin embargo, son más propios de un anochecer que de un amanecer. La estrella que luce en el firmamento crepuscular de la Cantabria autónoma es vespertina, mientras que para otras regiones parece que lucirá en una alegre mañana.
Digámoslo en memoria de Frege: lo que está a punto de suceder en el estado autonómico es una y la misma referencia, pero para cada parte de España tendrá un diferente significado. Es la nuestra una trainera con el patrón deslumbrado por los focos de la televisión, como los gatos por los faros de los automóviles, y con la mayoría de los remeros atizándose mutuamente a base de bien, mientras otros hacen como que reman, pero al revés o con desgana. El doloroso hundimiento de nuestro remo deportivo es una gran metáfora de lo que ocurre en la Cantabria política: en esta nos adelantan hasta los botes a pedales de Nueva Canarias.
Mucho hubimos de pecar los votantes en 2015 para merecer esta penitencia. Sodoma y Gomorra fueron chamuscadas porque Lot no pudo hallar en ellas diez justos. Convendría apostar un retén de bomberos junto al Parlamento de Cantabria, por si baja de esa cifra y la estrella vespertina cae como un meteorito sobre el autogobierno de los modernos cántabros. Mucho Año Jubilar, pero fallaríamos ‘apocalipsis’ en un ‘Saber y ganar’.
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Ana del Castillo
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