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Las consecuencias de la inflación se dejan notar ya en la mesa de los cántabros, que en el último año han modificado su dieta ... para adaptarla a su capacidad de gasto. Un vistazo general a los últimos datos publicados por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, correspondientes a noviembre de 2022, revela que el consumo de alimentos por persona en la región ha descendido respecto al mismo mes del año anterior: en kilos, bajó de 48,65 a 44,34 (el 8,9%). No obstante, pese a comprar menos, los ciudadanos tuvieron que pagar más, con un gasto medio mensual que pasó de 126,82 euros a 128,39, un 1,2% más. La carne, el pescado y las hortalizas fueron algunos de los productos que se cargaron menos en el carro del supermercado, que en cambio se aumentó de patatas, arroz y huevos.
En noviembre de 2022, el Índice de Precios al Consumo (IPC) era del 6,7%, un porcentaje que al cerrar el año descendería hasta el 5,3% gracias al abaratamiento de los carburantes y al descenso del precio de la electricidad respecto al de un año antes. Esa rebaja en el coste de la vida no se notaría, en cambio, en la cesta de la compra, que en diciembre era ya un 15,3% más cara.
Repasando el listado de productos del Ministerio, y atendiendo a los hábitos alimenticios, podrían observarse algunas consecuencias aparentemente positivas para la salud de los cántabros: se come menos carne, como viene aconsejando el titular de Consumo, Alberto Garzón (baja de 2,99 kilos por persona al mes a 2,64); se beben menos refrescos (de 2,04 litros a 1,88); cae también la compra de bollería y galletas (de 1,47 kilos a 1,18)... En cambio, las bolsas se llenaron con más kilos de patatas (de 2,29 a 2,51), de arroz (de 0,27 a 0,30) y de legumbres (de 0,46 a 0,48).
Hasta ahí podría parecer que se ha hecho de la necesidad virtud, y que los aprietos económicos pueden traducirse en un estilo de vida más sano, pero eso es aventurarse demasiado a extraer conclusiones, y sería igual de arriesgado que decir que el aumento del consumo de cerveza (de 0,75 a 1,11 litros) responde a la necesidad de beber para olvidar las penas.
Lo que se aprecia con claridad es que se paga más por menos, y los productos que se han abaratado son excepción: las patatas, con una ligera caída, de 0,96 euros por kilo a 0,95; las gaseosas y refrescos, de 1,25 por litro a 1,21, y la cerveza, que baja de 1,53 a 1,32, son casos aislados. Todo lo demás sube.
Uno de los incrementos de consumo más llamativos corresponde precisamente a la cerveza (un aumento del 46,8%), junto con el yogur (47,5%), la manzana golden (26,1%), los kiwis (23,8% más), los plátanos (19,2%), los huevos (14,6%) y el arroz (14,3%). En sentido contrario, las caídas más acentuadas afectan a los tomates (31,4% menos), platos preparados (31,1% menos), frutas y hortalizas transformadas y en conserva (-30%), pescados (-27,2%) y pollo (-23,9%).
El baile de precios ha variado también el gasto en cada producto, con subidas considerables en arroz (49,4%), huevos (42,5%), plátanos (35,6%) y manzanas golden (36%), y descensos no tan pronunciados en platos preparados (-23,7), galletas y bollería (-13,3%), frutas y hortalizas transformadas (-13,1%) y pescado (-11,8%).
Esos cambios alimenticios no son exclusivos de Cantabria: una encuesta realizada en diciembre por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha revelado que nueve de cada diez consumidores españoles han modificado sus hábitos, priorizando los productos en oferta (69%), y primando las marcas blancas (66%), y los súper low cost (58%). A la vez, se constata que en todo el país se está reduciendo el consumo de productos frescos, como la carne y el pescado (32%), pero también las frutas y verduras (18%). Por el contrario, se incrementa el consumo de productos de amplia vida útil, como los alimentos envasados y congelados (28%).
En un panorama económico tan inestable, durante los dos meses que han transcurrido desde ese balance del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación la situación ha variado, con novedades como la rebaja del IVA en alimentos básicos, mientras la idea de la cesta de la compra regulada de la vicepresidenta y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, quedó en nada. Otra compañera de Gobierno, Ione Belarra, al frente de Derechos Sociales y Agenda 2030, ha sido noticia estos días al calificar a los grandes empresarios del sector de la distribución de «capitalistas despiadados», poniendo como ejemplo al presidente de Mercadona, Juan Roig, a quien acusó de «estar haciéndose de oro a costa de la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania». Lejos de desdecirse, ha vuelto a insistir en que el problema de los altos precios de los alimentos tiene que ver con la inflación pero también con la «especulación», apoyando la medida de ponerles un tope, como se ha hecho con el gas.
Lo que no ha cambiado es que todo sigue siendo caro y que los apuros económicos se multiplican en muchos hogares. «La afectación de una subida de precios crónica a modo de juego de suma cero (cada agente económico busca endosarle sus posibles pérdidas al otro sector o agente en esta sociedad de todo se hace por algo, a modo de sociedad del intercambio de intereses económicos de hasta el 'infinito' y más allá) es lógico que reduzca las compras por alimentación, dado que la inflación alimentaria sigue siendo una realidad», opina David Cantarero, catedrático de Economía de la Universidad de Cantabria. «Muchos hogares tiran así de diversas fórmulas de financiación hoy existentes, así como de las posibilidades de pago aplazado de esas cestas de la compra que han de abonar, y trocean también sus pedidos (usan tarjetas de crédito, préstamos al consumo con tipos medios que se acercan al 9% de interés, préstamos preconcedidos, adelantos de nómina, etc.), a fin de poder hacer realidad lo de gastar y gastar».
Según Cantarero, han quedado lejos los tiempos en los que el consumidor deseaba casi de todo y de manera inmediata. «La economía es el mejor anclaje a la realidad y nos enseña que debería maximizarse el bienestar social, pero le cuesta adaptarse y explicar con agilidad estas situaciones donde las supuestas mejoras de eficiencia para unos pocos y las pérdidas de equidad social y redistribución para muchos que conlleva esta época que vivimos se suceden a la orden del día. Todos debemos hacer nuestros deberes y reflexionar».
En este sentido, añade, «los vendedores han de estar constantemente atentos a las demandas de los consumidores pero también se echa en falta empatizar con la difícil situación que pasan muchos hogares, pues muchas veces la letra pequeña de las promociones no esconde tanto descuento y la reduflación -dar menos producto manteniendo el precio, sin que el consumidor se entere del cambiazo- sigue avanzando. Como consumidores, hemos de fijarnos mejor en el precio como variable de referencia y comprar buscando contenidos de calidad, pues la tormenta de descuentos permanentes y la fuerte competencia tras la época del low cost han venido para quedarse y no es oro todo lo que reluce».
El apunte
Cantabria fue la comunidad española que registró un descenso mayor del IPC entre noviembre y diciembre de 2022, cuando pasó de un 6,7 a un 5,3%. La caída, común a todo el país, se debió fundamentalmente a la influencia de los apartados de la vivienda y el transporte. En el primer caso, se explica por la subida de la electricidad, menor que en diciembre de 2021, y la bajada del gasóleo para calefacción, mayor que la del año anterior. En cuanto al transporte, la bajada de los precios de carburantes y lubricantes, mayor que en diciembre de 2021, empujó el índice a la baja.
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