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«Ha sido un año largo, duro y agotador. Porque todo lo que ves, el sufrimiento de la gente que acude a nosotros, te va tocando». Jesús Castanedo, director de la Cocina Económica, hace este breve y revelador balance a mediodía, justo antes de ... empezar con el reparto de alimentos en su sede de Santander: un guiso caliente, pan, fruta, agua, una pieza de repostería, un batido; todo bien empaquetado para que no se desborde. «Pero aquí seguiremos», añade Castanedo a modo de declaración de intenciones.
La cola dobla la esquina, una imagen que no es nueva en absoluto. En el año covid, que más que empezar estalló en marzo de 2020, la crisis social se ha agudizado, y se ha llevado por delante a quienes ya estaban en una situación vulnerable, y también a muchos que resistían gracias a un pequeño colchón de ahorros, de apoyos y afectos. La Cocina Económica, como les ha ocurrido a Cáritas, Cruz Roja o al Banco de Alimentos, ha tenido que hacer frente estos meses, sobre todo de marzo a junio, a un aluvión de peticiones de ayuda. Han llegado a triplicar su acción a causa de una crisis sanitaria que también es social.
La segunda ola y los últimos picos están siendo críticos, como lo fueron los meses iniciales de la pandemia, analiza Castanedo. La demanda de los servicios que presta la Cocina, calcula, ha crecido un 75%; por el economato pasa una media de 200 personas cada día, y solo en 2020 se repartieron 165.000 lotes de comida -entre desayunos, comidas y cenas-. Este servicio está justo a punto de comenzar y, Castanedo, bata blanca y mascarilla, se une a los voluntarios para atender la cola. ¿El futuro? Incierto, dice Castanedo. «No podemos dejar caer a la gente. El estado de bienestar es más necesario que nunca».
Lo es. Pagar un empaste, contratar una conexión para que los hijos puedan ser alumnos a distancia, abonar el alquiler mensual. «Hay muchas más necesidades de las que se visibilizan», remarca Francisco Sierra, secretario general de Cáritas Diocesana de Santander, que apunta a todas esas familias cuya estabilidad pende de un hilo; familias para las que los imprevistos, por pequeños que sean, son casi inasumibles.
Cáritas también ha tenido que redoblar esfuerzos desde marzo. En los primeros y extraños meses de confinamiento su actividad creció un 50%. La tendencia se mantendrá, entiende Sierra, porque empiezan a terminarse los ingresos de los ERTE, y hay riesgo de que esos ERTE acaben convertidos en ERE. La falta de trabajo es una de las razones que ha empujado la petición de ayuda en los Servicios Sociales o en organizaciones como Cáritas, donde, a nivel nacional, un 26% de los solicitantes nunca habían requerido su ayuda antes.
El desempleo -entre los jóvenes o el estructural- es una de las puertas de entrada a la exclusión, a las pobrezas. En España, según los últimos datos del Ministerio de Trabajo, se han superado los cuatro millones de parados, y en Cantabria, hay 44.486 personas en esta situación. Una de las batallas que libran ahora las organizaciones sociales es por evitar la «cronificación» de los problemas de estas personas desempleadas en plena pandemia. «El panorama no es muy esperanzador, pero nos gustaría que no fuera así», dice Sierra por teléfono.
Gema Ruiz, presidenta del Banco de Alimentos, recuerda la primavera de 2020 como una sucesión de meses «convulsos», llamadas, repartos, entregas, campañas exprés. El Banco está tan en primera línea que suele ser una de las puertas que antes tocan las personas expulsadas a los márgenes sociales. En los primeros meses de pandemia, la organización asumió de golpe y «de forma directa» a quienes quizá en otras circunstancias hubieran acudido a otro lugar; y asumió también a muchos ciudadanos que nunca había tocado ni esta ni cualquier otra puerta de ayuda social.
Con los datos del paro en la mano, la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social alerta de una nueva situación: esta crisis también se lleva por delante a los vulnerables, a las personas con trabajos precarios; y con más intensidad, a mujeres, jóvenes y migrantes. «Las previsiones son malas» analiza la Red, porque España parte de una situación de crisis social «prolongada», con casi 12 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social.
Cáritas también recuerda la «fragilidad» de muchas personas migrantes asentadas en el país, también en Cantabria, que trataban de regularizar su situación cuando la crisis estalló y truncó el proceso. Con trabajos inestables, «esta falta de empleo ha hecho que se encuentren en una situación de irregularidad sobrevenida», apunta Sierra, sin acceso a ayudas públicas, a pesar de llevar residiendo o trabajando durante años en España. «Es una realidad muy cruda».
En la Cocina Económica preocupa una realidad que puede llegar a entrelazarse con la anterior: «La gente en situación de calle o de vivienda precaria. Necesitamos dar alternativas», reclama.
«El incremento más fuerte fue entre marzo y junio del pasado año», indica Gema Ruiz; «pasamos prácticamente a triplicar el número de personas que atendíamos». Si antes de la pandemia el Banco llegaba a un máximo de 20.000 personas, en época covid tuvo que hacerlo con 45.000. «Fue tremendo el incremento y fueron tremendos los perfiles», evoca Ruiz. Además de productos básicos de alimentación, la gente demandó pañales de bebé, gel de ducha. «Lo incluimos todo».
En verano, como la curva covid, la demanda de ayuda se aplacó, y volvió a repuntar a final de año. Ahora, con una actividad algo por encima de la de un año 'normal', el Banco está pendiente de la evolución de la pandemia, de los hogares que aguantan gracias a los ahorros, a la familia, a unos ERTE que se agotan. «Estamos a la expectativa».
Las organizaciones coinciden en que las peticiones de ayuda se manifestaron en avalancha, lo mismo que con el respaldo -«abrumador», lo califica Ruiz- de la ciudadanía, de muchas empresas y de la Administración para sacar adelante programas y campañas. Cruz Roja recibió muchos ofrecimientos. «Activamos a más de 500 personas voluntarias», evoca su coordinadora, Beatriz Aldama.
Todos ellos fueron básicos para mantener los programas de ayuda más veteranos y activar otros nuevos, como fue el Plan Responde para atender las emergencias de la pandemia. Su alcance triplicó las previsiones: muchas familias en situación vulnerable se quedaron desprotegidas de la noche a la mañana. Solo en el Área de Intervención Social se atendió a 8.000.
Los vehículos de Cruz Roja repartieron a diario comida -fue crucial, dice Aldama, atender a los menores que quedaron sin comedor escolar-, medicamentos y todo tipo de bienes de primera necesidad; se mantuvieron las líneas de ayuda para costear gastos básicos, y la atención telefónica fue continua. El Plan Responde sigue activo porque ha pasado un año desde su arranque, pero se siguen necesitando respuestas de emergencia. Cruz Roja pone además el foco en la formación y el empleo, básicos para encender la luz al final del túnel.
Y la brecha digital, apunta Sierra, para garantizar el acceso a la educación de los niños y niñas cántabros. Cáritas puede atender ahora a esta y a otras necesidades con más holgura. Su secretario se emociona al recordar cómo tuvieron que reconvertir sus programas a marchas forzadas, buscar alternativas -la tarjeta monedero, la nueva centralita-. «Ya sabemos lo que una pandemia es capaz de romper en la sociedad, y estamos más preparados para generar respuestas», resume.
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