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Allá por mayo, en las agencias de viajes se escuchaba a menudo una frase. «Después de lo que hemos pasado yo no me quedo sin vacaciones. Y cuando acabe el verano ya veremos». El verano acabó, el otoño vino con casi todo lo que se ... anticipaba (sobre todo, con una atroz escalada de precios) y la sensación es que el «ya veremos» se ha trasladado a enero. «Después de lo que hemos vivido, no me quedo sin Navidades. Y luego ya veremos...». Aunque la crisis ya se siente en diferentes datos del consumo -que en términos generales se mantiene, pero a costa de pagar más por los productos básicos-, la sensación generalizada es que el 'movimiento' (fundamental en la economía) no merma. Sobre todo, en el ocio. Hay ejemplos. En Cantabria, cifras nunca vistas de pernoctaciones o de visitas en Cabárceno a estas alturas, la hostelería a tope con cenas de empresa, una agenda abarrotada de actos sociales y los viajeros en el aeropuerto, al alza. Tres expertos analizan la situación desde diferentes campos. Confirman la veracidad de esta visión. Pero advierten: la foto de las multitudes y las celebraciones deja fuera a las rentas más bajas, las que más sufren.
Ramón Núñez es vicedecano de Calidad, Investigación y Transferencia en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Confirma el contexto, pero lo desmenuza. Con «las políticas de confinamiento y los cierres» en 2020, «el sistema económico se paralizó por primera vez en la historia, tanto por el lado de la oferta como de la demanda de bienes y servicios». Ahí, «muchos consumidores comenzaron a acumular ahorros y liquidez porque no se enfrentaban a recortes de ingresos y, además, tenían menos oportunidades de gastar». Ya con todo en marcha, «las actividades de producción y las cadenas de suministro necesitaron tiempo para reiniciarse» mientras «los consumidores aprovecharon de inmediato las nuevas oportunidades de gasto disponibles». Eso ha dado lugar a «tensión en el sistema». Además, «una parte sustancial de la población activa salió del mercado, mientras que otros trabajadores tenían suficiente liquidez para buscar un mejor empleo». Todo esto, sin olvidar lo que sucede en Ucrania, «ha generado una fuerte inflación en un corto periodo de tiempo».
La inflación Tocó techo en julio de este año con un 10,8%, el valor más alto desde septiembre de 1984.
6,8% fue la tasa de variación anual del IPC en noviembre, que supone un ligero alivio, aunque los alimentos no aflojan su escalada de precios.
15,4% han subido los alimentos de la cesta de la compra en un año. Dos ejemplos: el azúcar se encareció un 42,8% y el pollo, un 18,3%.
El paro: Cantabria registró en noviembre el cuarto peor dato del país. Creció en la región en 358 personas, aunque el dato interanual refleja un descenso del 10.96%.
La hipoteca: El Euríbor cerró noviembre en un 2,83% (no se veía desde finales de 2008).
82,1% fue el aumento de los concursos de acreedores en Cantabria en el tercer trimestre.
300 euros más en lo que va de año se calcula que ha pagado un hogar medio por la luz.
Carburantes: Aunque ahora están a la baja (1,685 la sin plomo 95 y 1,746 el diésel, de media el jueves), han llegado a rebasar los dos euros por litro (en junio, 2,152 y 2,047).
El economista añade varias reflexiones. Que los confinamientos y cierres han hecho que los individuos «valoremos más el momento presente y, por tanto, que no seamos tan previsores en relación a posibles gastos futuros». Que «la inflación también supone que el valor del dinero se deprecie más rápidamente» y «podría haber importantes consecuencias en caso de que la inflación se mantuviese». Y que esa inflación «viene motivada, principalmente, por el incremento de precios de bienes energéticos y de alimentación». «Esto afecta en mayor medida a los hogares más vulnerables, dado que la proporción de gasto en alimentación y energía por parte las familias con menores ingresos es mucho mayor que en aquellas familias con mayores ingresos».
Históricamente, señala Núñez, «en las etapas iniciales de procesos de inflación existe una situación similar a la actual, con elevados niveles de consumo y confianza». Eso enlaza con uno de los apuntes de Juan Carlos Zubieta, catedrático y sociólogo de la Universidad de Cantabria. «Históricamente, 'los felices años veinte' sucedieron después de la Gran Guerra, después de los millones de muertos que produjo la Primera Guerra Mundial». También coinciden en recordar que «hay muchas personas que no tienen dinero para seguir ese ritmo de consumo-compras-diversión». Zubieta recuerda, de hecho, la llamada desesperada desde el Banco de Alimentos ante el aumento de demandantes. «No podemos dejarnos llevar por un espejismo». Junto a los que llenan bares y centros comerciales, «hay otro sector importante que lo está pasando muy mal».
Ramón Núñez
Desde la Sociología, el experto explica que uno de los rasgos «de la que se ha llamado sociedad postmoderna, de las sociedades occidentales, desarrolladas y ricas, es la actitud hedonista». La valoración del trabajo por lo que «nos permite comprar y disfrutar». «Cada vez más valoramos el tiempo libre y el disfrutar con amigos». Todo, en un país en el que buena parte «de la economía de la sociedad» gira en torno al eje «de la diversión». «Ese deseo de disfrutar, y todo lo que sirve para ese objetivo (hoteles, restaurantes, fiestas, luces y mil mecanismos para que la gente salga a la calle, se lo pase bien y gaste-compre) se traduce en mecanismo económico y, por otra parte, en un estilo de vida, en unos valores, en prioridades».
Eso -«aprovechar el momento (la vieja expresión latina 'carpe diem')»-, en un escenario de futuro incierto, deja expresiones arraigadas como ese «a vivir que son dos días» -o las que se escuchaban en mayo-. Y sí, con lo sucedido estos dos años, «mucha gente se ha sentido frustrada». «Como reacción -añade Zubieta- ahora muchos tratan de recuperar el tiempo».
Juan Carlos Zubieta
«¿Sorprende que con este panorama gris un sector de la población salga, se divierta, consuma y gaste? Pues no debería llamarnos mucho la atención; en otros términos, es comprensible que, los que pueden, hagan un paréntesis en su rutina y se 'aflojen el cinturón'», concluye el sociólogo, que recuerda que esa necesidad «de un descanso» entre tanta «preocupación» es la lógica tras «todas las celebraciones, todas las vacaciones».
«Partimos tal vez de una percepción errónea», reflexiona en la misma línea el psicólogo Baltasar Rodero. «Como vivimos una situación de crisis, da la sensación de que no deberíamos ver a nadie en las terrazas. Pero es precisamente el único ocio que algunos pueden permitirse. Tal vez los problemas sean más palpables en compras más importantes, pero cuesta verlo en pequeños gastos de ocio». En términos de salud mental resulta, además, conveniente «distraerse, pasarlo bien». «Cierto movimiento».
Y esto de la percepción errónea es aplicable a pequeñas escapadas y hasta a la imagen que se transmite en un mundo marcado por las redes sociales. Ahí se exponen viajes, reuniones, salidas... «No se publica que estás en un hospital, pasando la aspiradora o que no puedes poner la calefacción en casa».
Baltasar Rodero
Rodero habla de «hartazgo, de desgaste» (pandemia, guerra, inflación...) y, como respuesta, «ganas de pasarlo bien en los momentos extraordinarios (verano, festivos, Navidades)». «¿Cómo es ese disfrute? En forma de experiencias, de actividades en común, que en un país como el nuestro se refleja en el terraceo, los bares, las reuniones con amigos o familiares». El psicólogo añade como ejemplo -sin entrar en factores económicos- aquella frase de julio del sindicalista Pepe Álvarez (UGT). «¡Que se vayan a hacer puñetas, vamos a disfrutar del verano porque nos lo hemos ganado».
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