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Cuando se observan mapas socioeconómicos de Europa por regiones, queda claro que la frontera no está en los Pirineos, sino en el Ebro. Y como ... nosotros somos cabecera ibérica, ¿quedamos en el cuadrante NE de España, ya propiamente europeo en sentido sociológico, o bien en el cuadrante NW, rural, envejecido, periférico y destinado a ser reconquistado por el lobo, el oso, el jabalí y el bisonte? Aunque la mayor parte de Cantabria se sitúa geográficamente el norte del río Ebro, económicamente no es así, y nuestra mala evolución estructural nos empuja hacia el cuadrante noroccidental o céltico.
Este diferencial entre posición física y posición social está produciendo un efecto bastante singular, señaladamente desde que en 1995 se abrió la autovía Santander-Bilbao: la ‘peninsularidad’ de Cantabria central y oriental respecto de Vizcaya. Este fenómeno no es negativo, pues nos conecta con el cuadrante español que, junto con Madrid y Baleares, mejor va. En cierto modo, es una consecuencia natural de tres fenómenos que se complementan: el histórico retraso en la conexión rápida de Cantabria con la Meseta; la cercanía de Bilbao en comparación con Burgos, Palencia u Oviedo (100 kilómetros frente a 200), virtud acentuada por la A-8; el agotamiento de suelo residencial (e incluso industrial) de calidad y precio asequible en Vizcaya, por su elevada ocupación del territorio.
Cantabria ha sido más autonomizada por las eternas obras de la Autovía de la Meseta y la cancelación del AVE y de la A-73 hace ocho años, que por cualquier otro factor. Ello ha impedido articular una comunidad real de vida con Castilla, a partir de la comarca-eje de Campoo. Para cuando las nuevas infraestructuras corrijan esto, será Madrid, más que las ciudades castellano-leonesas, el objeto de una nueva intensidad en la circulación con Cantabria. Mientras tanto, la nueva fluencia cántabro-vizcaína (no así con el resto de provincias vascas) se habrá consolidado todavía más.
Algún geógrafo de la economía podrá contar algún día cómo de ‘Asturias de Santillana’ se pasó a península castellana y después a península vizcaína, por razones políticas y, sobre todo, de gestión de los espacios norteños. Para Vizcaya, en todo caso, también es un fenómeno positivo, pues su comunicación con Cantabria le ofrece un escape fácil a ciertas neuras ideológicas que siguen cohibiendo una vivencia natural del hecho ‘España’. Pasando El Haya, España no es para el vizcaíno un problema como en Laín Entralgo, sino un tratamiento antiestrés.
No hay, además, temor a futuras absorciones. El empecinamiento nacionalista en la diferencia y la barrera cultural lo hará imposible, de modo que la comunidad de vida coexistirá con la diversidad de auto-identificaciones. Algunos miles, así, disfrutarán de lo mejor de dos mundos sin meterse en libros de caballerías de final infeliz.
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Ana del Castillo
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