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Antonio Moncayo Torrejón, el padre de la vecina de Reinosa desaparecido durante 17 años que pudo reencontrarse con su hija el pasado marzo en Caparroso (Navarra), fue esclavizado durante casi dos décadas por una organización criminal dedicada a la trata de seres humanos.
Gracias a ... ese abrazo el pasado marzo y a que su hija Begoña nunca tiró la toalla ni dejó de buscarlo, la Guardia Civil ha desarticulado una banda de feriantes que le explotaba. Antonio tenía que llevar el mantenimiento y la supervisión de las atracciones infantiles sin percibir ninguna remuneración y lo tenía que compatibilizar con las labores del hogar para sus captores, que le obligaban a dormir en una cabeza de remolque en unas condiciones infrahumanas. Además, las ayudas sociales que tenía adjudicadas -como la prestación por desempleo- eran cobradas por cuatro personas que, según ha notificado la Guardia Civil, han sido detenidas.
La víctima era obligada a despertarse todos los días media hora antes que el resto para encender el fuego, poner lavadoras, doblar ropa y realizar tareas de limpieza. No tenía acceso libre a la comida -su alimentación se basaba en bocadillos- o a la bebida y le obligaban a comer separado del resto. Tenía que ducharse en la vía pública con una manguera del camión y realizaba sus necesidades en un lugar apartado de la calle. Durante el tiempo de feria, Antonio tenía que dormir en la cabeza tractora del camión vivienda, teniendo prohibido el acceso a las habitaciones del remolque de la familia, excepto para realizar su limpieza.
Los detenidos poseen una vivienda en Portugal y cuando viajaban allí, la víctima dormía en el garaje sobre un colchón, no tenía acceso a la televisión ni al teléfono, ni permiso para salir sin ser acompañado, salvo para realizar recados puntuales o para comprar con el dinero justo, justificando el gasto con un ticket de compra. Según ha declarado Antonio a la Guardia Civil, se sentía amedrentado por el trato agresivo de algunos miembros del clan familiar. No tenía acceso a su tarjeta sanitaria ni a su DNI y desconocía que estaba percibiendo una prestación económica a su nombre durante años.
Moncayo ya está en Cantabria, en la casa que su hija tiene en Reinosa. «Lo ha pasado muy mal, tiene mucho miedo de que vengan y nos hagan algo a mí o a sus nietos. Sigue nervioso y en shock, pero poco a poco irá recuperando la felicidad», cuenta Begoña, que nunca dejó de luchar por su padre.
Sin contacto familiar
Después de que los investigadores dieran con su paradero en marzo, fecha en la que Antonio y Begoña se reencontraron después de tanto tiempo, el hombre expresó su deseo de irse a vivir con ella a Reinosa, abandonando a la familia con la que convivía. Una vez en casa y a salvo, Antonio confesó los años de esclavitud sufridos, lo que ayudó a la Guardia Civil a arrestar a las cuatro personas, todas de la misma familia, por supuestos delitos de trata de seres humanos con fines de explotación laboral, pertenencia a organización criminal y defraudación de fluido eléctrico.
En las entradas y registros de los domicilios y en un camión vivienda de los detenidos en Caparroso, los agentes han intervenido más de 120.000 euros en efectivo, la cartilla bancaria de la víctima, así como resguardos de solicitud de distintas prestaciones a su nombre y otros efectos personales tales como fotos familiares, una pulsera sanitaria, ropa, etc. Además, han sido intervenidos dos teléfonos móviles para su estudio.
La documentación de la víctima estaba bajo llave y en posesión de uno de los detenidos, la estancia donde pernoctaba presentaba unas condiciones, según los agentes, «insalubres y deplorables» que nada tenía que ver con el resto de las estancias donde habitaba la familia, y sus escasas pertenencias se limitaban a un antiguo álbum de fotos de sus hijos, un despertador y un portafolios.
Por orden de sus captores, Moncayo acudía dos veces al mes al banco a sacar dinero, lo correspondiente a su pensión, y tal y como ha quedado demostrado tras la investigación de la Guardia Civil, no disfrutaba de ello, iba directamente a manos de los detenidos. Sin embargo esas transacciones bancarias fueron la pista de la que tiraron los agentes para localizar al padre de Begoña. Una vez encontrado, lo primero que hizo la Benemérita fue comunicar a Antonio el señalamiento de búsqueda que existía sobre él y preguntarle si deseaba facilitar los datos de su paradero o de contacto a los familiares que denunciaron su desaparición. Informó a los agentes que, aunque no tenía teléfono, sus allegados podían contactar con una de las personas con las que convivía o llegado el caso, ir a visitarlo.
La investigación, que ha sido llevaba a cabo por la Unidad Orgánica de Policía Judicial (UOPJ) de Bizkaia, está siendo dirigida por el Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción número 1 de Tafalla y la Fiscalía de Navarra. Han participado la UOPJ Navarra, el Grupo de Acción Rápida, Servicio Cinológico de Cantabria y Equipo Pegaso Navarra. Las investigaciones continúan abiertas y no se descartan más detenciones.
Durante todo este tiempo, 20 larguísimos años, Begoña estuvo buscando a su progenitor, Antonio, incansablemente. «Cada mes le escribía una carta y la publicaba en Facebook para ver si de algún modo le podía llegar», explicaba a este periódico hace unos meses esta campurriana de adopción.
En marzo recibió una llamada telefónica que difícilmente olvidará: «Me había hecho la prueba de ADN hace poco y creí que me iban a decir que mi padre estaba muerto».. Sin embargo, el mensaje de la Guardia Civil era esperanzador, le facilitaban la dirección que llevaba hasta la casa donde residía su padre, en Caparroso.
Tras procesar el mensaje y controlar la emoción, Begoña Moncayo se subió al coche y se plantó en la puerta que marcaba el punto rojo del GPS. Había llegado a su destino, a reencontrarse con su padre después de tanto tiempo. Pulsó el timbre de la vivienda y una mujer le anunció que había salido a tomar un café y que regresaría pronto. Pero llevaba demasiado tiempo esperando para volver abrazarlo, así que echó a andar. «Entonces le vi de frente y él me reconoció al instante. Gritó '¡Mi hija bonita!', nos abrazamos y nos pusimos a llorar (...)», relataba Begoña con un nudo en la garganta. «No esperaba ver a mi padre nunca más», contaba a este periódico emocionada. «Estábamos muy nerviosos, no sabíamos qué decirnos después de tanto tiempo, pero no me importó, sólo quería abrazarlo. Le conté que es abuelo de dos niños preciosos y él me pedía perdón. Me decía que sabía que lo encontraría», relata.
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