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Luis Escalante (Santander, 1961) guarda dentro un ingeniero agrónomo, un navegante, un regatista, un submarinista, un fotógrafo, un piloto de ultraligeros y un escritor. En su garaje no hay ningún coche aparcado, sino el esqueleto del avión que está construyendo junto a alguna botella de oxígeno o unos bastones de esquí. Viene de una familia de escritores y, junto a su mujer y sus hijos, además de su trabajo de funcionario en el Gobierno de Cantabria, la literatura es lo que más centrado le tiene. Va por su segundo libro. El primero quedó finalista del Premio Planeta 2016, 'Silda'. Siente que tiene que terminar todo lo que empieza. «Aunque sea inconstante, creo que es un deber dar fin a lo que se inicia». Le gusta la historia y cree en ella. También en la necesidad «de contársela nosotros mismos a nuestros hijos. De lo contrario, corremos el riesgo de que se lo cuenten otros, en otra versión».
-Un ingeniero agrónomo que, con 45 años, se saca una oposición y, después, se hace escritor
-Siempre me ha gustado la naturaleza y mis únicas opciones eran ser ingeniero agrónomo o veterinario. Y yo no puedo con la sangre. Tras doce años en la misma empresa (una cooperativa ganadera) decidí que era hora de cambiar. Me preparé unas oposiciones durante un año y obtuve un puesto en el Cuerpo Superior de Ingenieros Agrónomos del Gobierno de Cantabria. En lo que me hice rico fue en tiempo, algo muy preciado para mí, dadas mis múltiples aficiones.
-Siempre vinculado al mar.
-Navego desde los ocho años, cuando empecé en la Escuela de Vela, y las regatas llegaron a los doce años. Una noche se quedó en mi casa uno de los regatistas en solitario más importantes, el francés Jean Pierre Dick, a quién yo no conocía personalmente hasta ese momento. Cuando le dije que yo también regateaba, me miró sonriente, sin más. Al llegar a casa y ver que no hay foto en la que no se vea el mar, la sonrisa fue distinta. Es gran parte de mi vida y no podía permitirme no bucear en él. Así que empecé a hacerlo en apnea, hasta que descubrí lo que se podía hacer con las botellas de oxígeno. Nunca he visto algo tan bello como el fondo marino del Mar Rojo. Creo que es un privilegio poder disfrutar del buceo.
-Y del mar nos vamos al cielo.
-El aeromodelismo es otra de mis aficiones. Empecé a volar los primeros drones experimentales de España. ¡Nada que ver con lo que son ahora! Hacíamos aviones de aeromodelismo de dos metros, a los que colocábamos una cámara adaptada para volar. Lo había visto en Madrid y al volver a Santander me puse a investigar por internet y decidí hacerlo yo. Llegué a tener el récord de España en distancia. Alcancé los 28 kilómetros. Las sensaciones eran alucinantes. Tuve que aprender electrónica, a soldar, a manejar los aparatos de transmisión de vídeo o radiofrecuencia. De ahí pasé a volar yo y me gustó tanto que decidí cambiar de afición.
-¿Así surgió el construir un ultraligero en el garaje de su casa?
-He tenido dos, pero ahora, mi reto es construir uno con mis manos. Llevo un año y me quedan otros dos, porque no le dedico todo el tiempo que debo. Lo primero es buscar un diseño. A partir de ahí, hay dos opciones: o compras un kit y sólo tienes que montar las piezas, o lo construyes desde cero, que es lo que estoy haciendo. El siguiente paso es comprar el proyecto, solicitar la autorización a aviación civil y que te asignen un ingeniero inspector que lo supervise. En algún momento he tenido la tentación de dejarlo, porque no podía más. Pero después, tiras hacia delante. Una vez que se empieza algo, hay que terminarlo. En esta ocasión, lo que he aprendido es metalurgia, manejo de laminado de fibra de carbono al vacío y, fundamentalmente, a trabajar la madera encolada con resina epoxi. Si tengo alguna duda, hay un foro y tengo el correo del dueño del proyecto, que me contesta casi al momento. En Francia llevan haciendo esto cuarenta años.
-¿Las horas que le roba al avión se las dedica a su nuevo libro?
-Sí, desde que decidí lanzarme con el primero, tenía que darle una continuidad. En mi casa siempre se ha escrito, empezando por mi bisabuelo, Amós de Escalante, siguiendo por mi abuelo, Luis Escalante, y mi padre. Hace seis años empecé mi libro, 'Silda'. Creía que se me podía dar bien. Tenía la idea de cómo comenzarlo. El paisaje era el de Cantabria, el que tanto conocía, y, claro, vinculado al mar. Los protagonistas son una sirena y un buzo (risas). Es literatura fantástica, pero se desarrolla en lugares reales. También hay misterio. Es una mezcla de estilos. Una vez terminado, en el verano de 2015, tuve la suerte de que lo leyera un buen profesional literario, amigo de la familia. Tras una tremenda y constructiva crítica, rehice el libro. Lo presenté a dos concursos literarios y la enorme sorpresa es que fuera seleccionado entre los finalistas del Premio Planeta 2016. Toda la experiencia fue alucinante. Y finalmente se publicó a través de la editorial Almuzara.
-Escalante es un apellido muy ligado a la historia de Cantabria.
-Sí y algo de ello hay en mi nuevo libro. Creo que es muy importante recordar la historia y trasmitírsela a nuestros hijos, o lo harán otros, con otra versión.
Estudió en Los Escolapios, en Santander, y dio clases de vela en el Real Club Marítimo. Hizo la maletas para estudiar Ingeniería Agronómica en la Universidad de Córdoba. Tras graduarse, regresó a Santander para su primer trabajo, en la empresa Leche Pascual. De ahí a otra láctea, Puleva, en Salamanca. La tierra le llamó y vio la oportunidad de llevar la gerencia de la cooperativa ganadera Agrocantabria. Tras la unión de varias cooperativas (entre ellas Agrocantabria), siguió en su puesto directivo en Delagro. Pero doce años en el cooperativismo ganadero le pesaron y decidió opositar. Hoy forma parte del Cuerpo Superior de Ingenieros del Gobierno de Cantabria.
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Ana del Castillo
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