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El mundo ganadero saludó ayer con entusiasmo la decisión del Congreso de retirar al lobo ibérico del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial porque sacarlo del Lespre será sacarlo de los pueblos, hasta donde ya han bajado algunos en busca de sus presas. Verlos a las puertas de las casas, de los centros de salud, de los colegios e institutos e incluso de los campos de fútbol, y peor aún, a plena luz del día, con las abuelas dándose un paseo entre las callejuelas, los nietos jugando en los parques y los políticos mirando para otro lado, no les hace gracia. Tampoco verlos cómo atacan, matan, despedazan y devoran ante sus mismas narices a las reses que con tanto esfuerzo han comprado, alimentado y cuidado, en ningún caso con el fin de recoger sus huesos de un prado.
«Esto se tenía que acabar», coincidían ayer viernes Luis, Miguel, Marcos y José Luis, redactores del otro cuento del lobo feroz.
Sacado del capítulo de Luis. «Nosotros poníamos una radio encendida dentro de un bidón –para que hiciera eco y se escuchara más alto– simulando que junto al ganado había gente hablando». Pero nada. «O colgábamos de los árboles ropa usada con nuestro olor», Y tampoco. «Los lobos vinieron y se comieron las yeguas igualmente», se lamenta Luis, al que le pagaron 360 euros por un potrillo que por lo menos valía 500.
Extraído del de Miguel. «Me dijeron que pusiera burros porque así no entraban, pero entraron y me mataron a un burro y me jodieron al otro y a un perro».
Del pasaje de Marcos: «Trabajo en una empresa especializada en alquiler de maquinaria. Me dejo el sueldo en el cuidado de mis ovejas, que las he tenido siempre a capricho, y en el pienso de mis mastines. Pierdo dinero».
Y un episodio de José Luis: «Una vez, los lobos me atacaron el ganado de madrugada junto a un campo de fútbol donde por la mañana, pronto, se tenía que jugar un partido, así que tuve que ir allí rápidamente a retirar los cadáveres para que los buitres que sobrevolaban los restos para comérselos no se colaran dentro del campo».
Luis Gutiérrez Mazcuerras
La relación entre el lobo y el ganadero estaba empezando a ser ya tan estrecha que «yo he llegado a ver fotografías de lobos caminando entre las casas en Cabuérniga», dice acongojado Luis Gutiérrez, que «hará cosa de seis años» recibió la indeseable visita de una manada a sus tierras.
«Teníamos yeguas y algún potro en un invernal allá por la Sierra de Ibio, en Mazcuerras, y una noche se presentaron los lobos. Mataron un potro y dejaron mal-herida a una potra que acabó muriendo poco después, la pobre», a pesar de que él y su padre hicieron lo posible y lo imposible por su supervivencia.
«Subíamos dos veces al día para pincharle y curarle las heridas, pero... nada... no aguantó», recuerda Luis con amargura, «porque ya no es solo que te maten un animal, es que sus ataques dejan graves secuelas en otros. Es muy duro subir a ver el ganado y descubrir que a un potro le falta casi medio pernil», dice el ganadero, que no concibe que los lobos maten dos potros «así, porque sí, porque alguien en un momento dado ha dicho que a los lobos no se les puede tocar. Vale. ¿Y a los potros?, ¿y a las ovejas? A esos sí que se les puede tocar?», se pregunta.
«El lobo tiene que existir, sí, pero su presencia tiene que estar sujeta a un mínimo control porque esto ya se estaba saliendo de madre. Oiga, que estábamos llegando a un punto en el que el lobo estaba atacando ya en los pueblos, pueblos donde hay personas mayores paseando y niños pequeños jugando por ahí». El prado donde una manada de ellos le mató dos ovejas a su hermano Jesús el pasado febrero «está a 50 metros en línea recta de la iglesia de Mazcuerras», calcula Luis, que saluda contento el cambio de estatus de la especie surgido en el Congreso.
Miguel Izaguirre Cabezón de la Sal
Harto ya de verle las orejas al lobo, y sus fauces, Miguel Izaguirre levantó la pasada primavera un cercado de casi dos metros de altura para cortar la hemorragia de daños que los lobos estaban ocasionando en su rebaño de ovejas en su terreno particular de Las Navas, en Cabezón de la Sal.
«En dos años me han matado 65 animales», dice el ganadero, que calcula que en esos ataques los lobos habrán dejado heridas a otro centenar. Después del último «decidí hacer un vallado para que los animales pudieran estar a salvo durante la noche, pero, claro, ya me contará usted qué hacen en verano 86 ovejas, que son las que tengo ahora mismo, encerradas en una cuadra toda la noche», se cuestiona Miguel, al que el lobo casi le vence. «Yo estaba a punto de rendirme. Estaba por llevar todas las ovejas al matadero o por regalárselas al Gobierno para que hiciera con ellas lo que le diera la gana», asegura el hombre.
Feliz por la inminente exclusión del lobo del listado de especies de especial protección, el ganadero asegura que esta medida «se tendría que haber tomado mucho antes, porque el daño que esta situación ha provocado a la ganadería ha sido incalculable». Para él, «la decisión de incluir al lobo en ese listado fue un error» que no ha pagado nadie más que los ganaderos.
«Nos han jodido pero bien», dice muy gráfico Miguel, que desea aclarar que él particularmente no tiene «nada» en contra de la existencia del lobo ibérico. «Pero de una existencia controlada», matiza. «Porque este asunto se nos ha ido de las manos». No lo dice por decir. «Yo he visto a un lobo a las dos de la tarde merodeando por la orilla de mi finca, que está en el polígono de Las Navas, a un kilómetro escaso de Cabezón de la Sal».
Marcos García Udías
En su último ataque al ganado de Marcos García, los lobos descuartizaron a un chivo y a una cabra a escasos diez metros de las primeras viviendas de Cobijón, en Udías, donde sus habitantes viven con cierto temor a darse de bruces con uno de estos animales porque, según explica el ganadero, no es la primera vez que se les siente tan cerca.
«A mí me han matado las ovejas al lado mismo de un colegio, y justo delante de mi propia casa», asegura el hombre, que recuerda haber soltado al rebaño temprano, a las seis de la mañana, antes de marcharse a trabajar, «y llamarme mi madre a eso de las nueve para decirme que volviera porque los lobos se habían comido a las ovejas».
En un solo año, el que va de enero de 2024 a enero de 2025, el lobo le ha devorado casi la mitad de su rebaño. Poco a poco. Un día dos, otro día tres, en la peor madrugada media docena... «Entre ovejas y cabras tenía cerca de sesenta y me quedan 32», explica el ganadero, al que el negocio no solo no le sale rentable sino que le está costando dinero. «Ya me contará... Si solo alimento a mis ovejas con el único fin de que se las coman los lobos...», se cuestiona.
Con este plan no puede extrañar que haya estado a punto de mandar la ganadería a paseo «más de una y más de dos veces», pero, al final, «uno siempre termina pensando que vale la pena continuar las tareas del campo». No sabe por qué, pero lo piensa. Y más ahora, que el Congreso le ha regalado a los ganaderos una oportunidad para perder de vista al lobo, si no en la alta montaña, «donde tiene que estar, porque el lobo no debe desaparecer», sí al menos a las puertas de los colegios o de las viviendas habitadas, que es donde Marcos tiene pánico a encontrárselos.
José Luis Fernández Arenas de Iguña
La observación de un lobo puede resultar una extraordinaria experiencia siempre y cuando no sea como la cuenta José Luis Fernández, que ya se ha tropezado con ellos hasta tres veces, así, de sopetón. «Te quedas frío, claro». Y quieto, esperando a que se marche por donde ha venido.
Claro que peor que verlos a ellos es ver las consecuencias de sus ataques, sobre todo si son sobre el ganado propio y no ajeno. Vecino de Arenas de Iguña y dueño de un rebaño de 54 vacas de carne, pardo de montaña, el ganadero tiene también dos ovejas, las únicas que han conseguido sobrevivir a los lobos.
«En 2023 me mataron a seis y el año pasado a otras cuatro», explica José Luis. «Así que de la docena que tenía quedan dos», resta el hombre, que recuerda que tras el primer ataque tuvo que recogerse el alma de los pies. «Cuesta mucho hacer una cabaña para que una mañana llegues y te encuentres a las ovejas muertas, así, una detrás de la otra...», explica José Luis, que de alguna ha llegado a recoger nada más que los huesos.
Pero sobrecoge más todavía oírle hablar del segundo ataque, junto a la puerta de las escuelas deportivas de Arenas de Iguña. «Atacaron de madrugada y a la mañana siguiente, a las nueve, se jugaba un partido de fútbol, así que tuve que ir allí rápidamente a retirar las ovejas para que los buitres no se colaran en el campo de fútbol». Todavía no había terminado él de recogerlas «y ya estaba empezando a llegar la gente», recuerda el ganadero, que piensa que sacando al lobo del Lespre se le sacará también de las zonas rurales pobladas. «Lo que no es normal es lo que está pasando con los lobos últimamente. Ya andan por los pueblos como andan las personas», avisa José Luis.
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