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Los motivos detrás de cada decisión, esas razones que empujan a una persona a emprender uno u otro camino, son tantos que intentar enumerarlos supondría dejar la lista a medias. Quedaría siempre inacabada porque cada una tiene su historia. Habrá quien desde el principio tuvo ... muy claro a qué dedicarse. Sin embargo otra gente tarda más en dar el salto. No obstante, aunque no compartan el porqué de su elección, quienes en algún momento se decantaron por hacer de la enfermería su trabajo, su día a día y su vida, sí tienen algo en común: eligieron cuidar de los demás. De los pacientes y muchas veces también de sus familias. El próximo 12 de mayo es el Día Internacional de la Enfermería, una profesión que ellas definen rápido: «Nuestro trabajo es cuidar», resume Cristina Landa, enfermera en la planta covid de Valdecilla. Ella, a sus 24 años, se topó con el virus casi desde el arranque de su carrera profesional, pero tiene claro que no se equivocó. Es de las que supo lo que quería desde el colegio.
«Una vez que empecé a trabajar me encantó. Y ahora no sabría hacer otra cosa», reconoce Silvia García, enfermera del centro de salud Isabel II, en Santander. Tras 28 años de experiencia, ¿volvería a elegir enfermería? «Sin dudarlo», responde con rotundidad. «Tengo la misma vocación que hace once años», comparte también Sheyla Díaz, enfermera en la UCI de Valdecilla. A lo largo de estos meses han estado en primera línea. Adaptando de forma constante su trabajo al avance de la pandemia; cuidando de los pacientes covid más graves sin dejar nunca de lado la agenda diaria y el resto de servicios en hospitales y ambulatorios.
Pero, además, han asumido labores fundamentales en la evolución de la pandemia. Acompañadas de auxiliares y personal administrativo, las enfermeras se encargan cada día de extraer muestras para PCR en los coronautos habilitados en Cantabria. Miles de pruebas diarias que permiten detectar nuevos positivos. También hacen los barridos en las residencias de personas mayores y con discapacidad de la región para asegurar que siguen libres de covid. Y la llegada de los viales contra el virus ha añadido una tarea más a su agenda: la campaña de vacunación. El primer pinchazo en el Centro de Atención a la Dependencia de Cueto el pasado 27 de diciembre, lo puso Bárbara Sainz que, desde entonces, no ha dejado de administrar dosis a la población. Desde los más mayores hasta los colectivos esenciales y ahora, a diario, en los espacios exteriores como el Palacio de Exposiciones de la capital cántabra habilitado para la vacunación masiva.
A la par, los equipos de enfermería de Atención Primaria han asumido la vacunación de la población en sus centros, pero también los pinchazos de las personas mayores inmovilizadas en sus domicilios que supone destinar parte de los recursos del centro de salud a esos desplazamientos diarios. «La carga se ha multiplicado mucho», reconoce la enfermera del ambulatorio de la capital. Tareas que añaden a la lista sin descuidar a los pacientes que no han dejado de atender durante la crisis sanitaria.
Bárbara Sainz | Vacunación
Si hacen falta voluntarios o echar una mano, su respuesta es siempre la misma. «Digo que sí a todo», reconoce Bárbara Sainz, enfermera de la Unidad Móvil de Vacunación (parte de la Unidad de Vigilancia Epidemiológica e Intervención). Estuvo en la UCI con pacientes covid de marzo a noviembre. Y cuando la llamaron para formar parte del equipo de vacunación, repitió su contestación. Ella fue la encargada de administrar la dosis de Pfizer contra el covid a Dolores Luzuriaga, residente en el CAD de Cueto y la primera cántabra en recibir un pinchazo dando el pistoletazo de salida a la campaña en la región. Con todas las miradas puestas en aquella jornada «estaba nerviosa por las cámaras», comenta la profesional. Cueto fue la primera parada de la que desde hace más de cuatro meses es su rutina: inocular vacunas.
Durante varias semanas se desplazó a las residencias de mayores:«He recorrido Cantabria en ambulancia», añade entre risas. Visitas más que esperadas en los centros de personas mayores y de discapacidad. «Cuando íbamos estaban deseando vernos llegar con las vacunas». Una ilusión que en algunos rostros se tradujo en lágrimas. «Una directora, cuando me vio, se echó a llorar de la emoción», cuenta. Y los mayores solían insistir en sus ganas de terminar con el virus y compartían con ella la esperanza de «poder ver a sus nietos» una vez inmunizados.
Ahora sigue inoculando dosis, pero se turna entre los vacunódromos repartidos por la región. «En el Palacio es algo más impersonal porque pasa mucha gente», admite la profesional. Los que se pinchan allí se reparten entre quienes les agradecen el trabajo y los que llegan más bien resignados y solo comentan que «esto es lo que toca».
Sheyla Díaz | UCI
A veces quien decanta la balanza entre elegir uno u otro camino profesional es alguien que anima a dar el salto. «Mi trabajo es lo más bonito del mundo», resume Sheyla Díaz, enfermera en la UCI de Valdecilla. Hace once años una profesora le dijo que hiciera prácticas allí y desde entonces no ha dejado la unidad. Mantiene la ilusión del primer día: «Todavía tengo ese sentimiento», añade con pasión. Porque detrás de las largas jornadas y el trabajo duro está la vocación por lo que hace. Tras una década en Cuidados Intensivos, la experiencia hace que el trabajo sea «aún más bonito», explica la profesional. El aprendizaje acumulado le ayuda a «anticipar situaciones» que quizá hace años era más difícil percibir.
Durante la pandemia ha estado con pacientes covid, una tarea que asumió con responsabilidad: «Es tu trabajo y haces todo lo posible», añade. Unos meses de miedo, desconocimiento y cansancio de los que destaca el «compañerismo» entre los profesionales sanitarios con quienes ha compartido las noches en las que «hablas de todo», explica, porque ellos terminan convirtiéndose en «tu familia». Con quienes también toca pasar el turno de Navidad. Eso sí, el día de su cumpleaños siempre lo cambia para celebrarlo fuera del hospital.
En el trabajo se topa con «muchas situaciones trágicas», pero cuando un paciente «se va bien, te vas con una satisfacción enorme a casa», dice Sheyla. Algunas de esas personas se quedan grabadas en el recuerdo. Otras, a veces, vuelven al hospital a verles. «Nos visitan o nos mandan una carta. O viene un familiar y nos trae bombones». Ellas son quienes cuidan de los seres queridos de los demás. Y precisamente esa «empatía» es también una parte «bonita», destaca.
Silvia García | Centro de Salud
Aunque la pandemia cambió las citas presenciales por las telefónicas, ellas no dejaron de trabajar. «Hemos reconvertido algunas visitas, pero las que menos porque realizamos trabajos que no pueden hacerse por esa vía», explica Silvia García, enfermera del centro de salud Isabel II, en Santander. Algún paciente se quejó de que no había nadie para atenderle, pero ellas han estado ahí «siempre». En Atención Primaria «no estamos en una ola, estamos todo el rato subiendo», compara una compañera. Y ahora esa carga de trabajo «se ha multiplicado por mucho».
Además de tomar muestras o hacer seguimiento de los pacientes que están en aislamiento, se encargaron también de una campaña de vacunación de la gripe «más amplia de la que solemos abordar». Y cuando terminaron esos pinchazos, asumieron la del covid que «nos come muchos recursos de personal». Sobre todo las dosis a los mayores inmovilizados en sus domicilios. Pero también inoculan vacunas en el centro. A la lista de tareas se suma la agenda diaria y la «carga del hospital atrasada». Es decir, analíticas pendientes. Tantas que ya hay incluso «lista de espera para extracciones», explica la profesional.
Pero de todo puede extraerse algo positivo, aunque a veces cueste verlo. «Los pacientes ahora, a veces, nos dan las gracias», cuenta García. Ella tiene en su mochila 28 años de experiencia –dos décadas en el hospital de Sierrallana– y reconoce que cuando eligió enfermería «no tenía una vocación especial», pero en cuanto empezó a trabajar le encantó. Sobre todo «la relación con la gente. Y ahora no sabría hacer otra cosa», reconoce la sanitaria que si tuviera que elegir, escogería el mismo camino.
Cristina Landa | Hospitalización
Aún no tiene claro por qué especialidad decantarse, pero le queda tiempo de «ir descubriéndolo». A sus 24 años, Cristina Landa, enfermera, ha pasado la mayor parte de su vida profesional en planta con los pacientes covid hospitalizados. Han sido meses difíciles y muchas veces «frustrantes». Lo más duro esa parte de «asimilar» la situación crítica en la que se encontraban muchos pacientes. Una realidad que algún día se tradujo en lágrimas al llegar a casa. Pero hay una cosa que no ha cambiado en estos meses: su «vocación» por la enfermería y sus ganas de «ayudar», cuenta. Lo que precisamente le empujó a estudiar esta carrera. Porque su trabajo es justo eso, «cuidar y no me imagino dedicándome a otra profesión», resume Landa.
Ella tuvo claro desde bachiller a qué quería dedicarse. Siempre ha tenido «mucha empatía». Y esa preocupación por los demás que ha hecho que más de un paciente les reconociera el trabajo con regalos. Los familiares incluso «nos han escrito cartas de agradecimiento», cuenta. Unas palabras que dan las gracias por haber estado ahí cuidando de sus seres queridos. El tipo de gestos que son la «recompensa» a todo el esfuerzo diario. Y esa es una de las partes «gratificantes» de su trabajo. Además de ser testigo de la evolución favorable de los ingresados.
Pero también destaca el compañerismo y la familia que han forjado en la planta durante estos meses. «Nunca he formado un equipo tan cercano como el del covid. Ellos ahora son mis amigos, son como mi familia», explica la sanitaria. Y eso es lo que quedará de la pandemia. Si retrocediera, volvería a estudiar lo mismo. Aunque no tiene clara la especialidad, de momento Urgencias ocupa el primer puesto.
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