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Nacho González Ucelay
Lunes, 21 de octubre 2019, 07:15
Evocada en las hemerotecas como la última comunidad autónoma española en conectarse por autovía con la capital, Madrid, Cantabria dejó de ser una isla en tierra firme el día 28 de julio de 2009, cuando el Ministerio de Fomento dio a luz sobre el asfalto de Osorno, en la vecina provincia palentina, al último de los veintitrés tramos de una ensortijada infraestructura que había venido gestando 25 años y que acaba de cumplir una década como eje vertebrador de la región. La autovía A-67.
«Para mí es una de las obras de ingeniería más importantes que se han llevado a cabo en nuestro país», dice el jefe de la Demarcación de Carreteras del Estado en Cantabria, Fernando Hernández Alastuey, que, tirando de recuerdos y de apuntes, destaca muy por encima de todo las respuestas técnicas que se dieron a las enormes dificultades orográficas planteadas por el proyecto.
En especial, llegada la hora de acometer el tramo Molledo-Pesquera, un desafío a las leyes de la naturaleza y el gran surtidor de las mareantes cifras en las que se tradujo una obra que por su décimo cumpleaños bien se merece un viaje en el tiempo hasta 1984.
Aquel año, la maquinaria de la empresa Caminos, Edificios y Obras se adentraba en Santa Cruz de Bezana para señalizar el primer centímetro de la Autovía Cantabria-Meseta, pues así fue rebautizada la carretera que habría de llevar a la N-611 hacia su jubilación.
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad de Cantabria, Hernández Alastuey distingue dos fases a partir de entonces. «La construcción de los cuatro tramos del trazado Santander/Torrelavega», por un lado, «y la construcción de los cinco tramos del trazado Torrelavega/Límite de la provincia», por el otro.
«Los cuatro primeros se ejecutaron en condiciones muy favorables desde el punto de vista orográfico», recuerda el jefe de la Demarcación, que, en este sentido, pone en valor la gran ventaja de llevar a cabo una obra prácticamente a nivel del mar, sin más resistencia que la tramitación burocrática.
205,4
kilómetros de longitud distribuidos en 23 tramos tiene la Autovía de la Meseta.
16
millones de euros costó cada uno de los doce kilómetros del tramo Molledo-Pesquera
Para ganarle tiempo al trayecto, Hernández Alastuey conduce veloz por lo tramos Bezana-Oruña, Oruña-Polanco y Polanco-Torrelavega, que a finales de los años ochenta –entre 1986 y 1987– dieron forma a los primeros 16,7 kilómetros de una carretera estatal ampliada en 1990, con los 5,2 kilómetros del tramo Santander-Bezana que despejaron el camino entre las dos principales ciudades de la región.
En 2003, doce largos años después de que el Ministerio de Fomento iniciara el abordaje de este proyecto por su vertiente castellano-leonesa con la puesta en funcionamiento del tramo Venta de Baños-Palencia, y tras un parón de más de un lustro, la autovía A-67 dio otra zancada hacia la Meseta avanzando por el tramo Torrelavega-Los Corrales de Buelna, el último que se alquitranó antes de que los trabajos iniciaran su ascensión por una empinadísima cuesta natural.
«Los problemas llegaron entonces», recuerda el jefe de la Demarcación. «Había que construir una carretera que comenzara a 45 metros de altitud, en Tanos, y terminara por encima de los 1.000, en El Pozazal». 52 kilómetros distribuidos en cuatro tramos con una pendiente media del 2% que hicieron de la obra todo un desafío.
«El trozo de la autovía que va de Torrelavega al límite de la provincia tiene casi 14.000 metros de túneles (unos 7.000 por cada una de las dos calzadas) y otros 5.200 de viaductos», indica el ingeniero de Caminos, para quien aquella obra representó «un reto apasionante».
Sobre todo a la hora de acometer tres estructuras muy en particular. Los túneles de Gedo y Somaconcha –de 2,5 y 1,6 kilómetros de longitud– y el gran viaducto de Montabliz, una espectacular infraestructura de 740 metros de longitud en la que el jefe de la Demarcación de Carreteras se detiene para resaltar sus particularidades.
Cruzando el cauce del río Pisueña a 145 metros por encima del suelo, lo cual le convirtió en el viaducto más alto de España y uno de los seis más elevados de toda Europa, Montabliz se suspende en el aire soportado por diversas pilas huecas. «Pues para que se haga una idea de las dimensiones de ese viaducto, le puedo decir que el hueco de la base de cada una de esas pilas tiene 200 metros cuadrados».
Una vez acabados los tramos Reinosa-límite de la provincia (2004), Los Corrales de Buelna-Molledo (2005) y Pesquera-Reinosa (2006), la Autovía de la Meseta por su vertiente cántabra quedó sólo a expensas de la culminación de los trabajos en el trazado Molledo-Pesquera, al que su complejidad geotécnica tornó en el más caro de la historia de las autovías y autopistas de España con un coste de 16 millones de euros por cada uno de sus 12 kilómetros de recorrido.
La inauguración de este corredor, que la ministra Magdalena Álvarez abrió al tráfico en enero de 2008, dejaba completamente asfaltada la autovía A-67 a su paso por Cantabria, que aún hubo de esperar año y medio largo, hasta el verano de 2009, para poder presentarse en la frontera madrileña sin necesidad de salirse del carril.
La entrada en servicio de los tramos pendientes en el área castellano-leonesa (el trecho Frómista-Osorno la Mayor-Aguilar de Campoo) hacía realidad entonces un sueño valorado en 1.005 millones de euros que comenzó 25 años atrás, en 1984, y del que este verano se ha cumplido una década.
Infraestructura hoy esencial para el desarrollo industrial de la región –un estudio efectuado en su día por los ingenieros Javier de la Vega, Daniel Castro y Fernando Saldaña dice que el aumento de la accesibilidad en ese área provocó el de la cuota de mercado en torno al 1,5%–, la Autovía de la Meseta ha permitido reducir en 40 minutos el tiempo de viaje entre Santander y otras capitales de provincia.
Obviamente, no sólo con Madrid. También con Palencia, con Valladolid, con Zamora o con Salamanca, destinos habituales de muchos de los cientos de miles de conductores que la cruzan a diario.
«De acuerdo con nuestros datos, la intensidad media diaria de vehículos en el trazado que discurre entre Santander y Torrelavega oscila entre los 51.000 en Barreda y los 70.000 en el área Igollo/Bezana», dice Fernando Hernández Alastuey, que rebaja sustancialmente esas cifras en el trecho que va desde Torrelavega hasta el límite provincial: «Entre los 33.000 en Sierrapando y los 10.000 en el límite».
Uno de ellos lo lleva Emilio Bobes, un transportista campurriano al que la Autovía de la Meseta le despertó de una pesadilla que ya duraba demasiado tiempo.
«Nos ha permitido ganar tiempo, pero sobre todo seguridad», subraya el camionero, para el que la A-67 han sido todo ventajas.
Todavía recuerda con escalofríos «cuando con diez años yo acompañaba a mi padre a recoger leche para descargarla en la central de Frixia». De tanto bajarlas y de tanto subirlas, «me sabía casi de memoria cada curva de las Hoces». Y «cuando ya adulto, conduciendo mi propio trailer, saliendo de Reinosa para Asturias, tuve que tirar de Cañeda para abajo con el camión totalmente cruzado. Ese día se me apareció la Virgen. La Virgen, San José y el Niño Jesús», recita Emilio, que no pocas noches maldijo la niebla, la nieve, el hielo y el tránsito de los transportes especiales obstaculizando el paso por la vieja, viejísima, carretera N-611, hoy tirada al olvido.
Junto a ella, en sus cunetas legradas, yacen muertos o muy malheridos todos aquellos negocios a los que había prometido una gran prosperidad. Gasolineras, bares, restaurantes... Los daños colaterales de una creación que arregló el porvenir de otros a costa del suyo.
«A nosotros la autovía nos mató», dicen Eusebio García y Carmen Ruiz detrás de la barra de El Ventorrillo. «Pasamos de dar 70, 80 ó 100 comidas diarias a dar ocho o diez e incluso a no dar ninguna en un mal día de invierno».
Eso trajo como primera consecuencia el despido de los dos trabajadores que el matrimonio tenía empleados y como segunda un cambio radical en los hábitos de vida de la pareja, que tuvo que apretarse el cinturón para mantener en pie un restaurante antaño abarrotado de comensales que ahora apenas resiste con sus clientes habituales.
Pero al menos se mantiene en pie. Otros, como Casa Laureano, acabaron doblando la rodilla hasta caer. Y ahí están. Al borde de la nacional. Amenazando con desplomarse literalmente.
«Es que ha sido muy duro», afirman Patricia y Fernando González, responsables de una gasolinera próxima a la que primero la circunvalación y más tarde la autovía A-67 dejaron las cuentas tiritando de frío. «Pues mire. Entre las ventas de combustible de antes y las de ahora puede haber una diferencia de unos 10.000 litros». Diarios.
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