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29 de marzo de 2010. 20.30 horas. José Luis Alonso López estaba en su ático de Mompía (Santa Cruz de Bezana) y llamó a su padre para quedar al día siguiente, pues iba a firmar en una inmobiliaria el contrato de alquiler de un ... nuevo piso en Valdenoja (Santander) al que pensaba mudarse. 23.25 horas. Tote, que así llamaban todos a José Luis, estaba chateando con una amiga por el Messenger: «Llaman a la puerta, voy a abrir». Se supone que entraron al menos dos personas, que eran de su confianza y que estuvieron unos tres cuartos de hora dentro. A las 00.15, ya del 30 de marzo, alguien disparó a Tote en la sien. Murió en el acto, quedando su cuerpo tendido en el suelo de la cocina. Tenía 24 años de edad. No luchó. No se defendió. El que lo mató se fue de allí sin dejar rastro.
Se cumplen 13 años de este crimen sin resolver. Su padre, que también se llama José Luis Alonso, vuelve a pedir ayuda a este periódico para rescatar su historia del olvido y, tal vez, la investigación cobre impulso. «Simplemente vuelvo aquí para llamar la atención aprovechando que hace unos días fue el aniversario, para ver si así la Guardia Civil vuelve a tener en cuenta este caso, que yo creo que está parado desde hace años. Yo lo que quiero es justicia». Porque ha pasado tanto tiempo que Alonso ha perdido la esperanza de que el culpable de la muerte de su hijo acabe pagando por lo que hizo. Tendría que ocurrir «un milagro», dice, «que por lo que sea alguien sea detenido y cante lo que sepa para pactar una rebaja de condena, por ejemplo. Solo se me ocurre esta manera para que llegue a saberse quién lo mató y por qué». Aferrado a esta idea sigue luchando para que algún día su familia pueda saber la verdad.
Lo que pasó al día siguiente marcó el devenir de la investigación. A la una de la tarde del mismo 30 de marzo, José Luis llamó a su hijo para quedar con él y acompañarlo al nuevo piso. Al no contestar el teléfono, llamó a los amigos para ver si sabían algo de él. Entonces, tres de ellos se desplazaron al ático de Mompía. Llamaron a la puerta y no hubo respuesta. Vieron su coche aparcado en el garaje, por lo que sospecharon que Tote estaba dentro y que podría haberle pasado algo. Entonces, decidieron forzar una ventana del techo y entraron por allí. Fueron estos los que descubrieron el cadáver, los que dieron la noticia al padre, los primeros que alteraron la escena del crimen dejando huellas por todas partes.
«Yo ya estaba llegando. Iba en el coche con mi pareja y me encontré en la rotonda de Bezana con la Guardia Civil y la ambulancia. Llegamos todos a la vez al edificio de mi hijo», rememora Alonso. Él no quiso subir a ver el cuerpo. «No quise verlo muerto. Preferí quedarme con la imagen que tenía de él del día anterior. Habíamos comido juntos y hablamos de ir a ver al Real Madrid, que iba a venir a jugar aquí (...)». Se quedó esperando en el portal. Sí subió su pareja, a la vez que los sanitarios y los agentes. Al rato, bajó la médico del 061 a confirmarle el fallecimiento y darle un dato que es muy importante para él: «Que su cuerpo no tenía signos de violencia. Que no sufrió».
José Luis no estuvo parado llorando la pérdida de su hijo. En aquellos primeros momentos, a pesar de la tragedia, se involucró todo lo que pudo, hablando con unos y otros, reuniéndose con el equipo de la Guardia Civil que lleva -o llevaba- la investigación. Salió en prensa, mostrando su rostro y facilitando la identidad de su hijo. Incluso fue entrevistado en una cadena de televisión nacional. Cuando su mundo se desmoronó también pudo saber ciertas cosas de Tote que desconocía...
Este joven de Santander, que estaba a punto de cumplir 25 años, vivía de manera independiente desde hacía tiempo y trabajaba en lo que le salía: había sido militar profesional en Vitoria, luego estuvo empleado en almacenes, fue repartidor de pizza, siempre estaba activo y ocupado, empalmando un empleo con otro. «Se lo hacía muy bien para que yo no sospechara que andaba metido en algo turbio. Siempre estaba currando, si no era un sitio era en otro, y a veces incluso me pedía dinero: 'papi, me dejas algo para el piso', o lo que fuera. Lo hacía para que yo no sospechara, que no le preguntara ¿de dónde sacas el dinero?». Al morir, la verdad salió a la luz: Tote pudo haber estado vinculado en algún momento con el trapicheo de drogas. Esta circunstancia es la que luego le hizo al padre comprender la urgencia que tenía su hijo por cambiar de casa. «La gente que anda metida en esto va cambiando de vivienda, si piensan que alguien les está controlando... De hecho él era muy prudente, desconfiado. Pocos sabían dónde vivía. Siempre cerraba las puertas con llave y no dejaba entrar a nadie en su casa que no fuera de su total confianza». Por eso siempre se especuló con que su asesino formaba parte de su círculo.
El suicidio se descartó desde el principio. Y esto a pesar de que en la encimera de la cocina encontraron una pistola de fogueo que era de Tote. Pero él era diestro y el tiro se lo dieron en la sien izquierda. La bala -del calibre 22- se la llevó la Guardia Civil. También se trazaron trayectorias de disparo, para calcular la altura del agresor. Se recabaron datos, se interrogó a decenas de personas y se hicieron registros domiciliarios. Pero cada vez que los investigadores conseguían algún posible sospechoso, se acababa descartando por coartada u otros datos que apuntaban a otro lado.
Nunca se detuvo a nadie. Nunca se supo por qué lo mataron. Ni siquiera se tiene la certeza de si pudo ser por un ajuste de cuentas relacionado con el trapicheo de drogas. De hecho, también llegó a valorarse la posibilidad de que se hubiera tratado de un conflicto sentimental o incluso una muerte accidental. Al estar la pistola de Tote allí mismo, se barajó la teoría de que los que entraron en el piso se pusieran a manipular armas y a saber si una que llevara otro pudo dispararse.
Hace trece años que todas estas teorías están sobre la mesa. Si se ha avanzado algo, la familia no lo sabe. El padre sigue reuniéndose cada dos meses con algún miembro del equipo encargado del caso y hay datos que sabe que no le desvelan y que han investigado a personas que ni siquiera conoce. Está, a pesar de todo, agradecido por el buen trato que siempre ha recibido de la Guardia Civil. Pero no es suficiente. Pide un impulso. «Quiero justicia», insiste.
Cada sábado, José Luis va al cementerio. Lleva un par de ramos de flores a la tumba de su hijo y charla un rato con él. La madre de Tote todavía hoy es incapaz. «Esto es muy jodido. Por mi trabajo, tengo que ver a mucha gente cada día y procuro poner buena cara. Yo lo llevo mejor. Pero su madre está sufriendo en vida, está destrozada. Su hermana también sufre. Esto es nuestra vida desde entonces», resume Alonso. Quiere que el autor «pague por lo que ha hecho», aunque a la vez admite tener «miedo» a conocer la verdad. «Si ha sido por algo muy fuerte, por un problema muy gordo, ¿por qué no recurrió a mí para intentar resolverlo? Y, en cambio, si fue por una tontería, por una discusión o un lío de faldas..., sería también muy fuerte asumirlo. Necesito la verdad, aunque me da miedo saberla».
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