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Manu coge el teléfono y está encantado de participar en el reportaje. La dificultad del relevo generacional en algunas profesiones, la falta de jóvenes que se incorporen al mercado laboral en sectores concretos... Él dio el paso y, como antes su padre, se puso al volante de un camión. El problema es que está por Tarragona, es miércoles y no puede garantizar que llegue a tiempo para hacerse la foto. «Es que no te puedo garantizar cuándo voy a llegar. Y es así siempre. Nunca sabes qué día llegas, si te va a salir algo, cuánto tiempo –poco– vas a pasar en casa... Por eso mismo –y este el motivo para que su historia esté en esta entradilla– no hay relevo generacional. Porque nadie quiere andar así y porque además también tienen que entenderlo los que están contigo. Y no es fácil».
Transportistas, pescadores (y pescaderos), agricultores, ganaderos, peones de obra, albañiles, personal de hostelería, chóferes, escayolistas... La lista es larga. Oficios en los que cuesta encontrar personal –muchas veces por las condiciones económicas, pero no siempre– y en los que el relevo generacional es ya más excepción que regla. Lo dicen los datos. La edad del empleado medio de la construcción en 2011, según el INE, era de 40 años. En 2021, de 46. En la reparación de ordenadores y equipos de comunicación ha pasado de 38,7 a 49,6. El INE toma 274 grupos de actividad para hacer su estudio. Sólo veinte empleos tienen trabajadores más jóvenes que antes. Y hay más datos. Sólo el 0,23% de la tierra en España está gestionada por menores de 25 años.
Cuando Clara, la niña adorable que aparece en este reportaje junto a su abuela y su madre entre vacas y terneros, dijo en el colegio que ella quería estudiar veterinaria y luego ser ganadera, se volvió a casa con un disgusto porque no la entendieron. Tal vez sea otro motivo para estar en esta entradilla. Para entender por qué es difícil el relevo. Por qué muchos prefieren no seguir.
Charo Arredondo, María Gómez y Clara Fernández Abuela, hija y nieta. Ganaderas en La Revilla de Soba (la más pequeña con la intención de serlo)
Hace mucho calor y a las vacas no les apetece ni comer. Y eso que Clara, la más pequeña, menea el pienso con la soltura de quien sabe lo que hace. Como su madre, María, de pequeña. «Tengo un hijo y una hija. Él ayudaba, pero estudió y se fue. Le parecían todas las vacas iguales. María las distinguía a todas. Estaba en Santander estudiando Marketing y Gestión Comercial y me llamaba todas las noches: 'ay, mamá, qué bien estaría yo allí ordeñando'». Lo cuenta Charo, la abuela. Ya jubilada. Una de esas mujeres históricas de la ganadería regional. «No hay relevo. Es el trabajo más importante en el sindicato del sector. Hay mucha gente de 55 años para arriba y no hay relevo. Y es vital. Porque si no...».
Madre e hija repiten los mismos argumentos aunque hablen por separado. Que no es sólo que su trabajo sea clave por estar vinculado a la alimentación. También porque las fincas serían zarzales si no estuvieran. Porque es oficio y también es cultura, forma de vida, «mantener el pueblo vivo...». Pero, «si no hay rentabilidad, si un chaval o una chavala no sacan nada, se van a ganar mil euros donde puedan y, además, con los fines de semana libres», explica la mayor de las tres. «A mí me encantó que mi hija siguiera porque la inversión de mis padres y la nuestra se sigue aprovechando. Aquí –es una zona con vistas increíbles, en La Revilla de Soba, pero bien arriba–, si se quitan las vacas, las instalaciones y las fincas no valen para nada».
Llega el turno de María. Dice que lo tenía claro. Que estudió, se preguntó «qué hacía por el mundo» y volvió a casa. «Y no me arrepiento. Aunque sea muy complicado. No es tan idílico como lo pintan. Económicamente es duro y físicamente tengo artritis en una mano. Aquí no hay bajas ni nada. Son 180 vacas –la ganadería es Sat Horneo–, partos, accidentes, jugártela con el tractor por desniveles... Pero, cuantos más años cumplo (tiene 41), más me gusta este oficio». Incluso, aunque supiera que el sector está «en declive». «Mis padres nos han hecho siempre partícipes de todo, lo bueno y lo malo, y sabía que no sería fácil. Pero no concibo que estas explotaciones familiares se cierren». María reivindica su profesión. Porque hay estigmas (en la adolescencia lo pasó mal en ocasiones). «Estudié Marketing y Gestión Comercial, tengo inquietudes culturales, aficiones y estoy ordeñando vacas. No soy un bicho raro. Ni más ni menos que nadie por ordeñar, llevar un tractor y estar muchos días llena de mierda. Y es algo que recalco a mis dos hijas». Justo es el momento de Clara, la niña.
–¿Tú qué quieres ser de mayor?
–Quiero estudiar veterinaria y ser ganadera.
De Castro Urdiales. Transportistas de productos químicos, autónomos con camión propio Esteban Liendo y Gonzalo Liendo Padre e hijo
Hubo un momento decisivo. Una conversación. Esteban llevaba toda la vida en el oficio –como antes su padre– y le quedaban unos años, pocos, para jubilarse. Al Volvo, con 1.400.000 kilómetros a las espaldas, le tocaba retoque intenso o recambio. Lo primero saldría por «unos 7.000 o 8.000 euros en cambios de piezas y reparaciones». Para tirar lo necesario. Lo segundo, por mucho más. Gonzalo llevaba ya cuatro años subido al camión con su padre. Lo hablaron. «Yo le dije que, si se animaba de verdad a seguir, comprábamos una máquina nueva. Si no, no merecía la pena la inversión». Y se animó. Esteban se jubiló el 10 de julio, «con 65 años y un mes». Gonzalo ahora viaja solo en el nuevo camión.
«Te tiene que gustar. Yo estudié el bachiller y me puse. He estado toda la vida, no he hecho otra cosa», dice el mayor, mientras ve llegar al chaval conduciendo el trailer. Autónomos, con camión propio y trabajando en exclusiva para Ask Chemicals. «Productos químicos. Es un vehículo preparado para transportar mercancías peligrosas». Se mueven por toda España.
Esteban reconoce que no hay relevo. Que de cada veinte que se jubilan, «sigue uno». «Te tiene que gustar mucho para seguir. Si hay trabajo en una fábrica, con un turno de ocho horas y un mes de vacaciones, los chavales prefieren eso. Y aquí hay meses buenos y otros malos».
Gonzalo se detiene y baja de la cabina. Dentro –lo tiene impoluto, como siempre le insistió su padre– lleva colgada una bandera de Castro Urdiales, el mismo nombre que va rotulado en la visera del vehículo. «Somos ya de los pocos que quedamos y hay que enseñarlo», presume. Él da una explicación muy sincera sobre cómo se decidió para empezar. «Había estudiado Soldadura y Calderería y también Mecanizado. Me pilló la crisis de 2010-2012 y no había trabajo de lo mío. Pero varios de mis amigos sí se colocaban en otra cosa. Yo quería ver dinero, para mis cosas, y empecé 'con el viejo'». Y eso que se subió al camión «con una idea muy mala». No suya, la que le decían los demás. «Lo pintaban fatal, pero en unos meses me sentí a gusto, a tu rollo». Aunque discutieran –sanamente– mucho a bordo, «porque no es lo mismo un jefe que un padre» y «cada uno tiene sus manías, sus cosas». Dar el paso definitivo fue fácil. «Vi cómo se manejaba el tema, que se me daba bien. No me costó decidirme. De hecho, la idea de cambiar a un camión más grande fue más mía que de él. Y sí que ahora pienso que esto ya es para toda la vida», resume antes de añadir un «toco madera» para garantizarse el futuro.
«Yo, si le veo contento, lo veo bien. Aunque esté siempre a la expectativa por si necesita ayuda o un consejo. Y ahora, lo que tenga que experimentar y aprender, ya será por sí mismo. Porque en los años dedicado al transporte aprendes mucho», comenta Esteban todavía con su hijo delante. Porque espera un momento hasta que el chaval se aleja con el camión para decir que tiene dos hijos (una hermana de Gonzalo trabaja en Madrid). «No quería decirlo con él, pero no puedo estar más orgulloso de los dos».
Son taxistas en Santander. Cada uno tiene su propia licencia de taxi en la capital Juan Sánchez y Adrián Sánchez Padre e hijo
El plan de Adrián –37 años– era más profundo. Es un juego de palabras porque estudió buceo y ejerció de buzo. Lo compaginó con el trabajo en el taxi de su padre, Juan, pero al final, viendo que bajo el agua no acababa de encontrar la estabilidad que buscaba, optó por el volante. «Yo le animé, sobre todo, a que comprara su licencia. Que, si quería quedarse en el taxi, la comprara y trabajara para él», explica el mayor. Era una opción, pero había otra (incluso, una más frecuente). Juan tiene 61, le quedan no demasiados para jubilarse y el chaval podía esperar y seguir después con esa licencia. «No hubiera sido descabellado, pero quedaban esos años, ahora había posibilidad de hacerse con una a un precio más bajo que hace tiempo y me pareció mejor comprarla e ir pagándola desde ya, siendo más joven. Además, tengo otro hermano y, llegado el momento, tendrá la oportunidad si quiere dedicarse a ello».
El padre está contento. «Me gusta que siga ese camino». Como a él le tocó hace 16 años. Trabajaba en una empresa de cableados eléctricos que cerró, un amigo le habló del taxi y probó. «Y me gusta. Fue de rebote, llevaba un año en el paro y me había sacado los carnés. Primero fui chófer un tiempo y luego me saqué la licencia, que antes costaba mucho más dinero». También Adrián está satisfecho con la decisión. «Sí que me gusta. Eres autónomo, te puedes organizar tus horarios, aunque en esto sabes que si no trabajas muchas horas, mal». En el momento que compró la licencia dio un paso decisivo. «Claro, ya decides que va a ser la profesión de tu vida. Que ya no es 'busco otra cosa y ya veré'. Y el taxi –por norma de la propia licencia– exige dedicación exclusiva».
Ahora padre e hijo comparten profesión –«aunque en el trabajo no nos vemos mucho», bromean–, modelo de coche (un Toyota, casi lo compraron a la vez) y consejos («me da más él a mí», dice el mayor). Y también futuro. Juan ve cercana la jubilación y Adrián, dentro de unos años más, pretende también jubilarse montado «en el taxi».
Padre e hijo, armador y patrón del barco pesquero Nuestro padre Tonino, de Laredo Tonino San Martín y Tonino San Martín
T onino, el mayor, es nieto, hijo, padre y hermano de hombres de mar. «Mi abuelo era patrón, mi padre patrón, yo patrón...». Así que Tonino hijo suma un peldaño más a la lista. «Lo del relevo generacional –apunta el más veterano– es un tema que está ahí. Ves lejano el cambio de generación y es verdad que viene menos gente por detrás. Yo empecé con 16 años ocasionalmente y luego, a los 18, ya de forma profesional. El caso es que ya lo veías entonces y han pasado cuarenta años y está parecido». Así que es optimista. «Al final sale gente», dice el padre, consciente en todo caso de fenómenos como la incorporación a las plantillas de gente de fuera. «Conmigo trabajan dos senegaleses hace quince años. Dos buenos profesionales. Sabes que con la gente de aquí no da, pero ya pasaba entonces». Es difícil, y pone el foco sobre el puesto de patrón por la responsabilidad que supone llevar barcos con grandes gastos. «Es un problema pensar quién va a llevar los barcos». Por eso está feliz de compartir ahora jornada con su hijo. «Yo estoy ahora en el barco para enseñarle. Nadie nace enseñado y quién mejor que su padre», explica con cariño.
El chaval asiente. «Desde pequeño he estado viendo todo esto en el barco y en el muelle. Me gustaba, nunca pensé ni probé en otra cosa y estudié patrón de litoral. Sí que me veo aquí toda la vida». Aunque la mayoría de sus amigos, los de la cuadrilla, no anden en lo mismo. Alguno sí, pero, en general, no. Dice que, a bordo, «siempre» se ha «llevado bien» con su padre. En mareas de siete u ocho días durmiendo y comiendo en el mismo sitio (son 17 de tripulación). Papá reconoce que delega, que «en el barco muchas veces manda él (señalando al chaval)». Y que debe ser así. Que él ya podría jubilarse, pero que entiende que el proceso debe seguir su curso. Sus tiempos.
¿Y te gustaría que tus hijos siguieran dedicándose a la mar? El chaval no tarda en responder: «Algún día los tendré y no me importaría». «Sí que hay futuro en esto», añade el padre.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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