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La puerta de la cafetería está abierta y Dolores Gorostiaga (Vioño, 1957) entra con la actitud de quien está acostumbrado a que le reconozcan. Los demás la seguimos. «Esa de allí», dice señalando la mesa más alejada del ruido, y en apenas segundos, ... la entrevista está en marcha; la grabadora encendida y el móvil apartado, cafés y un bizcocho amarillo que parte en pedazos mientras no deja de hablar. Toma decisiones como quien respira, tanto las intrascendentes como cortar en dados «si os parece bien» el bizcocho, como las simbólicas de no mencionar el nombre de los cargos cuando le preguntan por el actual PSOE de Cantabria; toma decisiones porque a eso se dedica desde que fue elegida en 1983 concejala de Piélagos y después diputada del Congreso en 1991. «Mi partido es una parte importantísima de mi vida», dice, pero en varias ocasiones de la conversación se corregirá a sí misma: «Mi partido no, el partido», y elimina el determinante posesivo «porque el partido no es de nadie». Será en lo único que se retracte, o quizá se retracta a propósito, porque la que fuera vicepresidenta del Gobierno entre 2003 y 2011 mantiene intacta su capacidad de hablar entre líneas.
En 1991, cuando se iba a estrenar como diputada por Cantabria, a Dolores Gorostiaga le dijeron que tenía que hacerse una foto. El lugar en el que la citaron fue Liencres, cerca del mirador que recientemente se ha construido sobre el Abra del Pas. «En aquel momento yo no elegía nada y me decían, aquí, y yo me ponía». Fue en el año 1991, la primera vez salió elegida diputada autonómica. «Casi treinta años después elijo yo la foto», pero matiza también su elección de retratarse en ese acantilado: «Desde muy pequeña vengo a esta playa, con mis hijos y mi familia, nos criamos en Vioño, pero siempre he venido aquí, a la playa a Liencres».
Con el mismo aplomo con el que no titubea al preguntarle por la nueva directiva del PSOE, tampoco lo hace al hablar de su «querido amigo y embajador en Madrid», Alfredo Pérez Rubalcaba, o de su amiga Carmen Alborch, con la que se «conjuraba para dejar la puerta abierta para que otras mujeres llegaran arriba». La hemos visto llorar mientras suceden las pérdidas, las despedidas como esta semana la del que fuera su compañero de Gobierno, Rafael de la Sierra; sin embargo, cuando le toca rememorar, lo hace como si fuera demasiado fuerte para sentir nostalgia. Gorostiaga es memoria, no melancolía, y así guarda sus recuerdos tras tres décadas de socialismo cántabro que culminaron el pasado miércoles al dejar su cargo como presidenta del Parlamento de Cantabria. «¿Llorar? Yo por temas políticos no lloro», dice. El bizcocho, el café. Todo se lo ha terminado, y la entrevista no ha hecho más que comenzar.
Gorostiaga era esa voz que recibía a los periodistas varias veces por semana cuando estaba al frente del Gobierno cántabro. Sus ruedas de prensa eran multitudinarias, «entonces había cinco o seis televisiones», matiza, pero ahora la situación es otra, y también la relación «ha cambiado»: «Creo que ha ido evolucionando hacia una desconfianza mutua. Hemos pasado a considerar a los medios unos aliados para llegar a los ciudadanos y contarles lo que haces, a querer imponerles la política, cuando son empresas privadas que tienen dueños y líneas editoriales que hay que respetar». Ella daba cuenta de los acuerdos del Consejo de Gobierno en la sede de Puertochico que ya no existe. También en la nueva.
Entonces, allá por 2003, hablaba con agilidad. Ahora, tres legislaturas después, sólo ha ganado en puntería, y cada palabra que elige dibuja los límites en los que se mueve su discurso. Por ejemplo, si le preguntas si está ahora más lejos Peña Herbosa de Madrid que cuando ella gobernaba, dice que está «a una distancia distinta, ni más lejos ni más cerca», y esa distancia es la que ha cambiado el tuétano de sus siglas: «Ahora la mayoría ha conformado equipos fruto de un momento político, no de una trayectoria. Esa es la diferencia». Y cita entonces a uno de los grandes para alinearse con un tiempo reciente que, sin embargo, ya es historia: «Hace tiempo oí decir a Alfonso Guerra que este no es el nuevo PSOE, sino otro PSOE. Tiene otras características, al menos una apariencia distinta a la que tenía antes».
¿Y qué apariencia es esa? «Yo compartí proyecto político con gente con la que llevaba mucho tiempo trabajando, y ahora mismo, la mayor parte de la gente que forma parte de la dirección general como de las direcciones autonómicas han compartido muy poco a lo largo de su vida política, se han juntado fruto de un momento político no de una trayectoria política». Y añade que «igual es que ahora se hace así, pero echo de menos ciertas cosas y está por ver el resultado que va a dar». Por ahora, lo que ha dado ese 'otro PSOE' ha sido un vuelco electoral con Pedro Sánchez en las Generales y un cambio de color en las autonomías y ayuntamientos en los que el rojo vuelve a ser visible, incluso mayoritario. En Cantabria, en cambio, no ha sido tan arrollador: «No me ha sorprendido el resultado electoral, porque los milagros no existen ni en Lourdes», dice. «El electorado en Cantabria es tan pequeño y lo hemos estudiado tanto que no producen grandes convulsiones: si al PSOE nacional le va bien, al PSOE de Cantabria le va bien, y si en Madrid le va mal, al PSOE le va muy mal en Cantabria».
Recuerda entonces el año 2011, cuando su partido registró los peores resultados hasta entonces en la región (pasó de diez diputados a sólo siete, y aún tendría que bajar a cinco en la siguiente cita electoral, con Díaz Tezanos como cabeza de lista): «En 2011 hubo una crisis importantísima que se llevó por delante gobiernos y ayuntamientos, pero ahora que la cosa ha ido bien, y que el PSOE ha subido en todas las comunidades autónomas, aquí ha subido menos que en el resto», dice. Y no le sorprende: «De la noche a la mañana no hay Felipe González que nazca, no surge nada de la noche a la mañana».
En ese resultado electoral de 2011 tuvo un papel crucial Miguel Ángel Revilla. Aunque el PRC mantuvo su resultado de 2007 (12 diputados), era la segunda cita con las urnas a las que se presentaban como socios de Gobierno. ¿Cuánto le costó gobernar con él? «En aquel momento, vimos cómo los ciudadanos decían que la política la hacen los socialistas mientras él hacía la proyección exterior. Lo medimos, nosotros lo vemos y él también lo ve, y ahí nos dimos cuenta de cómo fue capaz de hacerse con el rédito de esas políticas, y mientras iba de romería en romería, y con radio calle, como él lo llamaba, se fue haciendo con nuestras políticas». ¿Era imposible pararlo? «Por un lado decías, tengo que contrarrestarlo, pero por otro lado, el día sólo tenía 24 horas».
Ahora, ese mismo presidente, a quien elogia «haber conseguido unas lealtades muy fuertes en la gente que tiene alrededor», se va a sentar con otro PSOE que no es al que estaba acostumbrado. «Fuimos capaces de conformar una posición y de llegar a acuerdos porque Revilla escucha, al contrario de lo que algunos creen, Revilla escucha y mucho. Y sobre todo tiene una habilidad especial para calibrar los pros y contras de sus decisiones».
En su primera legislatura juntos, Gorostiaga cedió la presidencia al PRC pocos meses después de haber sido elegida secretaria general y empezar la vorágine no sólo institucional, sino también como cargo orgánico. «Lo más difícil de mi carrera era llamar a los compañeros para conformar las listas y decirles que no contábamos con ellos. Siempre les llamaba yo en persona». ¿Alguna vez se preguntó si sería capaz de hacerlo, es decir, gobernar un partido tras ser elegida secretaria general después de haber sido una de las primeras mujeres en ocupar la Secretaría de Organización de una federación? «Siempre me he hecho esa pregunta, ¿podré con ello? Es un síntoma de responsabilidad, así que lo que haces es hablar con mucha gente que te dice, si no puedes, yo te voy a ayudar, y entonces conformas un equipo que hace que emprendas un camino que jamás considerarás exclusivamente tuyo». Y ahí vuelve a trazar otra línea mental que opone el antes y el ahora: «Nunca he considerado mío el camino, sino de mucha gente que se implica en un proyecto. Esos hiperliderazgos que vemos ahora mismo, que parece que lo que hay debajo no existe, y solo se ve la foto del líder y cuando más adornado mejor, nunca lo he considerado».
En cuanto a su llegada al Gobierno, el inicio -dice- «fue muy difícil». Recuerda tener que pagar seis millones para Cabárceno «porque no era nuestro», Astander, Trefilerías... «¡Era un horror aquello!» ¿Se arrepintió en algún momento? «No me daba tiempo, ni me lo planteaba, había tanta gente trabajando con tanta fuerza que no tenías ningún derecho a arrepentirte de nada. Sólo te daba tiempo a resolver un problema y ponerte con otro».
Si algo le hace subir la barbilla al hablar de su gestión no fue apagar incendios o solucionar problemas, sino las políticas sociales que impulsó: «Fuimos pioneros en la educación temprana en aulas de 2 años y un proceso de escolarización, y también primeros en la puesta en marcha de la Ley de Dependencia». Ella, que como madre tuvo que buscar soluciones para sus hijos cuando se metió de lleno en la política y «pedir ayuda porque no había nada» que facilitara la conciliación», también alude a la necesidad del cuidado del otro como una forma de hacer política; ella que tenía tan cerca a dos dependientes (su madre y su hermano, a los que ha perdido recientemente). A todos ellos los mantuvo al margen de la política: «Los he protegido en todo momento».Su otra sonrisa política se le escapa con el Parque Científico y Tecnológico (Pctcan): «Cada vez que paso por delante...», y cita el «tanque de ingeniería», las siglas del Ibbtec y lo que supone el acrónimo como primer renglón para una sociedad del conocimiento. «Es fruto del empeño de mucha gente», y elogia la Universidad de Cantabria y recuerda a la ministra Cristina Garmendia y el Mundial de Sudáfrica que los cruceros pudieron ver «gracias a una empresa que había ahí instalada, ¡sí, ahí, ahí!».
Ella ha sido la primera mujer en ocupar la Presidencia del Parlamento de Cantabria. Y como ya hizo en su partido en «cargos con los que rompió techos de cristal», ahora le toca dejar la «puerta abierta», después de haber superado una de las «legislaturas más broncas» que se recuerdan. Los partidos emergentes, y fenómenos como el nacimiento de Vox, le pillaron con el micrófono en la mano y la responsabilidad de hacer del debate político algo más que una sucesión de puntos del orden del día: «Hemos vivido la irrupción de dos partidos que venían según ellos a regenerar la vida político y sólo han demostrado que no tenían ninguna responsabilidad ni con la gente que había puesto la ilusión en ello».
Confiesa que sintió «alguna vez» deseos de abrir la botella de Solares y verterla por la cabeza de alguno que estaba hablando «para refrescarle las ideas», y se ríe abiertamente. Tiene humor. Retranca. Y también mala leche: «Los nuevos partidos han incurrido de manera más eficaz en los vicios de la vieja política». Y añade: «Al principio se me encogía el estómago y tengo que decir que lo he pasado muy mal. Ha sido feo lo que se ha escuchado».
El suyo será el primer retrato de mujer que colgará en el antiguo edificio del Hospital de San Rafael; será una fotografía, no una pintura. Y mientras ultimaba los preparativos para abandonar el que ha sido su despacho durante cuatro años, ya tenía en mente un plan. «Tengo un trabajo con mi gente, con la agrupación de Piélagos. Ahora mismo estoy volcada en ayudarles de forma discreta con cursos de formación. Ahora me voy a Menorca unos días, y me voy a dar de margen hasta después del verano para no hacer nada y disfrutar de mis amigos y mi familia. También tengo algo pendiente, matricularme en un programa senior de la UC».
Eso será más tarde, en septiembre, porque antes tiene una última cosa que hacer como política en activo: hacerse la foto para esta entrevista. «¿Nos vamos?», y enfila hacia la salida. «No voy a dejar de ser Dolores Gorostiaga por dejar la política, es la ventaja de no haber cambiado en este tiempo», dice. Y al salir, deja tras de sí la puerta abierta.
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