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El buzo se enfunda el neopreno y se prepara para la inmersión.
Una compañera le ayuda para comprobar que todo está correcto.
El técnico se enfunda el neopreno y los arneses, las gafas y unos guantes de malla porque los tiburones grises pueden llevarle una mano.
Accede al interior por la gran pirámide acristalada que preside la plaza de entrada al centro.
Se sumerge con un cubo repleto de pescado muerto y uno a uno va ofreciendo alimento a diferentes animales.
Es martes por la mañana, uno de los tres días a la semana en que un buzo se introduce en el gran tanque del Museo Marítimo del Cantábrico para alimentar a los peces a mano.
Un buzo alimenta a mano a los diferentes ejemplares de especies autóctonas del Mar Cantábrico que habitan en el gran tanque del Museo Marítimo .
Muchos responden frenéticos y nadan desbocados para probar bocado.
Resulta sorprendente ver la armonía con la que todos esos animales nadan en relativa calma, respetándose. Sobre todo teniendo en cuenta que son cerca de mil.
La marabunta revuelve el agua en remolinos y el alimento se mezcla con los cuerpos escurridizos y las burbujas de agua en una imagen caótica que sin embargo es casi una rutina en el Museo.
Tres días a la semana se repite esta inmesión en el tanque para dar de comer a los peces.
Con uno de los tiburones.
Un equipo de sesenta personas trabaja para mantener vivo un centro expositivo que se ha convertido en el más visitado de la capital cántabra.
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