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La Administración de Justicia de Cantabria dispone en las afueras de Santander de un Depósito de Piezas de Convicción en el que se almacenan cientos de miles de objetos originarios de la actividad criminal. Utilizados para cometer delitos u obtenidos durante los mismos, todos ... aguardan allí el momento de continuar su viaje hacia donde lo determinen los jueces, que pueden ordenar su destrucción, la devolución a sus propietarios, su subasta pública y puntualmente su donación.
«Aquí habrá objetos incautados en unos 20.000 registros», calcula el responsable del depósito judicial, Pedro Sandoval, que no puede precisar una cifra ni siquiera aproximada porque en cada registro pueden intervenirse un objeto o un centenar. «El juzgado del que proceden debe notificar mediante oficio lo que quiere que se haga con cada uno», añade la Jefa de Servicio de Obras y Patrimonio de la Dirección General de Justicia, Marta Casuso, que deja claro que «no se toca absolutamente nada sin que el juzgado que los remitió diga lo que hay que hacer». La norma se cumple a rajatabla «aunque en realidad aquí hay muchas cosas que tendrían que haber sido destruidas hace tiempo y que sin embargo todavía se conservan porque nadie nos ha dado la orden de destruirlas», reconoce Sandoval.
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Así, y por razones que solamente conocen sus señorías, en el Depósito de Piezas de Convicción se custodian un par de escopetas de balines del año 1986. Son los objetos más antiguos. Pero ni son los más extraños ni son los más sorprendentes que se pueden ver allí.
En el local hay un centenar de vehículos (furgonetas, turismos, motocicletas, ciclomotores...) esperando a sus antiguos dueños, si es que les deben ser devueltos, a sus nuevos propietarios, si es que se decide su subasta, o, en último caso, al chatarrero. La mayoría bajo una gruesa capa de polvo que delata el largo tiempo que llevan allí y algunos con heridas de guerra producidas en alguna persecución.
También abundan las plantaciones de cultivo de marihuana. Las hay de todos los tamaños y todos los niveles de sofisticación. Desmontadas, naturalmente, lo cual ha dado pie a la anécdota. «Una vez llamé al dueño de una que había desmantelado la Guardia Civil y que, por equis motivo, el juez ordenó devolvérsela, para que viniera a recogerla y me dijo que de eso nada, que fuera a recogerla la Guardia Civil y que se la llevaran a su casa», cuenta Sandoval.
«Mire, allí, al fondo, tenemos 250 cajas de zapatillas, falsificaciones de una conocida marca que la Guardia Civil se incautó durante un registro efectuado en un quinto... sin ascensor», continúa el responsable del depósito judicial.
Intervenidos generalmente en los mercadillos o en las ferias, los artículos falsos -ropa, calzado y complementos variados- se cuentan por decenas de miles. Si no se ordena su devolución, «se procede a su destrucción». Llegada la orden, todo lo incautado se entrega a una empresa (Reciclados Herrero e Hijos SL), para que lo haga desaparecer. Después de efectuar ese proceso, las partículas resultantes se compactan y se mezclan con otros residuos, «lo cual garantiza la imposibilidad de recuperar cualquier producto».
Y por cientos se cuentan las herramientas usadas para perpetrar robos y los objetos sustraídos con ellas, algunos con una presencia difícil de explicar. Una maquinilla eléctrica de afeitar sin estrenar del año catapún, un cochecito de bebé, una camilla de masajes, una tabla de surf, una bolsa de anzuelos, un dinosaurio de goma, dos raquetas «o una botella de aceite de oliva, que cada vez que paso por la estantería me da la risa floja, porque al precio que está...».
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