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Marta San Miguel
Santander
Domingo, 31 de enero 2021, 07:26
Ana Ruiz responde al móvil después de colgar el teléfono de la UCI donde trabaja en Valdecilla. «Ahora no puedo hablar, estoy en el turno ... de llamadas a los familiares», se disculpa la médico con un tono de voz que no transmite prisa, ni cansancio, ni tristeza: sólo transmite el mensaje. Es la una de la tarde y su trabajo como médico de intensivos en ese momento es contar a los familiares de sus pacientes covid cómo se encuentran, si hay algún avance, si respiran por sí solos o si han empeorado. Así que no puede responder a la pregunta cómo está su ánimo después de tres olas de pandemia porque tiene que hablar con hijas, maridos, hermanos, madres... «Está siendo muy duro», concede sin embargo al despedirse. La voz parece temblar. «Alguien del servicio te llamará para ayudarte». Y no pasan 24 horas cuando suena el teléfono del periódico.
¿Qué tiene el personal sanitario para enfundarse a diario el uniforme, los trajes EPI, la chaqueta con el logo del Servicio Cántabro de Salud y no bajar los brazos a pesar de la pandemia? «La resiliencia», dice Jesús Artal, jefe de Psiquiatría del Hospital Valdecilla, es decir, su capacidad para adaptarse: «Veo noticias que dicen que uno de cada tres trabajadores sanitarios tienen problemas de salud mental, y es cierto que tenemos compañeros en primera línea que están estresados y muy cansados; estamos irritables, con problemas de sueño, preocupación, pero una cosa es tener síntomas y no estar plenamente feliz, y otra es estar enfermo. Y no es el caso. Estoy cansado, pero sigo teniendo fuerza».
Esa fuerza no es igual en todos los profesionales; cambia obviamente según la persona, pero sobre todo según la planta del hospital donde uno se asome por la cercanía con la primera línea de la pandemia: «Estamos cansados todo el personal, los médicos, las enfermeras, auxiliares, celadores», dice Marta López Sánchez, médico intensivista y jefa de la unidad de UCI. «Había más estrés puntual en la primera ola. Ahora también hay estrés, pero con un poso de cansancio muy marcado entre todos los profesionales porque no podemos entender el comportamiento de muchas personas de la población en general y de los mandatarios. Nos encontramos desamparados por lo que tenemos aquí y por lo que ves después cuando sales de aquí». ¿Por qué 'aquí' es una frontera mental? ¿Por qué existe esa distancia entre la realidad del hospital y los datos del covid y su tasa de incidencia? «Una cosa es lo que vives aquí dentro, que es mucho estrés y mucho trabajo, pero cuando luego sales y ves que la población no respeta las medidas o no hace lo que debería, y que los mandatarios no toman muchas veces las medidas adecuadas, te sientes desamparado, estamos desamparados».
De aquellos aplausos al actual «desamparo» han pasado nueve meses, y ellos, que sujetaron las naves para que no se hundieran mientras golpeaba la primera ola, ¿hasta qué punto temen ahora una ola de salud mental? «Aquello fue algo muy agudo, el estrés nos dio energía y todos estábamos a lo mismo; con el confinamiento bajaron drásticamente los ingresos en UCI y fuimos avanzando. Pero ahora no vemos el final, no vemos que esto vaya a parar y no hacemos más que trabajar sin parar y no salimos», dice López Sánchez, porque a pesar de haber estado con un volumen de enfermos covid alto, «desde este fin de semana estamos viendo la subida de la tercera ola y lo que ves aquí dentro ya es mucho cansancio e impotencia: es que sales de aquí y tienes que controlarte para decir a la gente por favor, cuidaos: que salgo destrozado y no puedo más».
Sonia Gómez Sainz también habla de impotencia. Es enfermera y hasta verano estuvo en la UCI covid. Ahora trabaja en una UCI 'limpia': «Al principio era mucha impotencia por lo desconocido, pero ahora la impotencia es que a pesar de saber lo que viene y de que lo conocemos, por tercera vez seguimos cometiendo los mismos errores, ¡y es que no me entra en la cabeza!», dice. ¿Y cómo se sobrelleva ese exceso? «Tenemos subidas y bajadas y el cuerpo se adapta porque es lo que me toca, es nuestro trabajo y vamos a aguantar. Pero esto va a hacer mucho daño en el personal sanitario», advierte. Algo que también apunta la intensivista López Sánchez: «Cuando bajemos el número de pacientes en UCI y salgamos de este periodo de más estrés, probablemente tengamos recaídas o bajadas del estado de ánimo y me imagino que los psiquiatras y psicólogos lo tienen en cuentan y lo van a ver», dice: «Hay cansancio físico, pero también mucho cansancio psíquico porque trabajas y trabajas y no sales nunca de esto. Esta sensación está provocando mucho resentimiento entre los profesionales».
Mientras las cifras de contagios alcanzan picos comparables solo a lo peor, mientras se les ponen nombre a las nuevas cepas, entre recomendaciones estériles, mascarillas más o menos efectivas y debates acerca de toques de queda a las 20.00 o a las 22.00 horas, la realidad al otro lado de las puertas de Valdecilla se debate en otros términos: vida o muerte. Y dentro, el personal se dedica a tirar de la balanza a nuestro favor con la misma fuerza con que los EPI les deja marcas en la cara, y marcas también por dentro, invisibles. «El personal de Enfermería de UCI tendríamos que hacer 35 horas que siempre superamos porque tenemos que trabajar más, no he disfrutado vacaciones del año pasado cuando hice muchas horas de más. Nos estamos sobrecargando», admite la Sonia Gómez. «Tengo 36 años, soy joven y tiro para adelante, pero no quiero pensar la gente de 50 o 55 años que está al pie del cañón». El trabajo va con el uniforme, entre la vocación, la responsabilidad y el juramento, ¿pero hasta qué punto pesa el traje de héroe que les colgamos a las ocho de la tarde hace nueve meses? «Por lo que hemos hecho y la capacidad de reacción, un poco héroes sí somos. Nuestra labor es la que es», admite Marta López, que sin embargo, advierte: «Que nos vean como quieran vernos, pero no tanto aplauso y más confinarse. Que la gente se meta en casa, que nos agradezca lo que estamos haciendo con hechos; respetar las normas, confinarse; quisiéramos que la población nos lo agradeciera así», dice la médico de UCI. «Sé que estarán confusos, ahora llega la vacuna, ahora ya no... pero los ingresos sólo se pueden frenar con contundencia de medidas y con un cambio radical de hábitos de la población».
César González lleva 28 años al otro lado de la puerta de una UCI en el Hospital Valdecilla. «No hacemos nada que no hayamos hecho nunca, esto es Cuidados Intensivos, pero ahora cada vez libramos y descansamos menos porque realmente no hay suficiente personal para atender a tantos pacientes». ¿Está cansado, ha tenido que pedir ayuda o apoyo? «No estoy al cien por cien, pero me mantengo», dice: «Estamos acostumbrados a llevar este tipo de pacientes respiratorios, pero da mucha pena las circunstancias en las que están sin poder ver a sus familiares, a los que avisan por teléfono. Ahora están intentando abrir un poco más», dice. «Hay que luchar con más elementos que la propia enfermedad y es con la gestión del personal, porque para hacer frente a todo nos reubican en espacios diferentes y eso crea más estrés, están hablando de abrir más zonas UCI, están haciendo malabares». Y cita enfermeras que pasan de una planta con poca actividad a la primera línea, «mochilas, se llaman, cuando tienes a alguien que es un profesional de lo suyo pero de repente los sueltan en la UCI y no saben cómo es porque nunca han estado».
¿Y si llega un momento en que los ingresos superan la capacidad del hospital? ¿Cómo se enfrenta la falta de manos? Por la tarde, cuando los pacientes de Graciela Somonte la ven doblar turno, le dicen: «Hija, tú que eres joven cuídate, que yo ya soy mayor y total lo que tenga que pasar, me pasará». Graciela sonríe al parafrasear a alguno de los mayores de su residencia: «Son meses bastante duros de trabajo continuado en los que no he podido coger vacaciones, con turnos muy inestables, semanas que trabajamos doblando mañana y tarde sin librar. Así seguimos desde que empezó la pandemia. Así sigo», matiza, porque desde abril están intentado contratar una enfermera «y no hay, no hay manera», y menos con la avalancha de contrataciones desde el sector público. «Aquí se cobra menos, hay más responsabilidad y más trabajo», dice, y esa desigualdad la ha rematado la pandemia. «En un primer momento, con el subidón de adrenalina de estar al pie del cañón, todos los esfuerzos eran pocos, pero luego la situación se estabilizó, se cronifica, y cuando ves que no hay fin es cuando llega el cansancio físico y mental de querer desconectar. Y no poder desconectar en ningún momento es lo que estoy llevando peor».
Aparte del virus, lo duro fue el aislamiento de los mayores, dice, «cortarles el contacto con los familiares». Y por ahí viene buena parte de los problemas añadidos de los trabajadores de geriatría. «Esa situación se está yendo de las manos porque estamos todos cansados, no solo los profesionales sino también los familiares, y con las medidas preventivas está habiendo una tensión bastante importante». ¿Cómo cuidar de los mayores, qué decirles cuando una ya no sabe qué decirse ni a así misma? «Les intentas animar, les dices que van a ser 15 días más, que se va a prolongar y abriremos las visitas, pero se nos empiezan a acabar los argumentos, porque no esto no acaba nunca. Y con las vacunas empezábamos a ver la luz pero ahora no llega la segunda dosis...» Graciela guarda silencio y vuelve a pensar en ellos, sus pacientes, los mayores: «Están cansados de los aislamientos, de las cuarentenas, de las PCR, de todo, es difícil sacar argumentos después de un año. Cada vez es más complicado».
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