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Un trozo de tela es suficiente para hacer una prueba y borrar de un plumazo uno de los sentidos: la vista. «Ya podéis poneros el antifaz que os hemos repartido». Así, de pronto, el escenario pasa al negro. Y lo que era un entorno amable, ... fácil y conocido, se convierte en oscuridad e incertidumbre. Mucha. Porque el escenario cambia completamente. Las distancias ya no parecen las mismas, cuesta ubicar dónde estaba el mobiliario, ese que hasta hace un momento ni siquiera llamaba la atención –mejor no moverse demasiado para no tropezar con alguna silla– y da la sensación de que las voces vienen de todas partes. Es más, cuesta ordenarlas. Predomina el barullo hasta que alguien se acerca: «Hola, ¿te acompaño a la mesa?», pregunta una mujer. «Genial, gracias». Y así, esa persona pasa a ser la luz del camino en la oscuridad. Literal. Porque se llama Luz Bordas, una trabajadora de la ONCE que, haciendo honor a su nombre –como una de esas curiosas casualidades–, se convierte en la guía del juego.
A partir de ahí el trayecto hasta el sitio en la sala contigua es ya agarradas del brazo. Una persona dirige y la otra simplemente confía y se deja llevar. Aunque cuesta caminar con seguridad cuando uno deja de ver los objetos de alrededor y no sabe por dónde se mueve. «Aquí es, tienes delante una silla y una mesa. Así que ahora ya puedes sentarte sola». Y así, poco a poco, y siempre con ayuda de las manos, se fueron llenando los huecos preparados en el salón del Hotel Las Carolinas, en Santander. Los comensales, todos periodistas y del sector de la hostelería, estaban uniformados con un antifaz para disfrutar del desayuno a ciegas organizado por la ONCE como parte de la semana del Grupo Social en la que han dado a conocer su trabajo. ¿El objetivo? Fácil: empatizar con las personas ciegas. Entender lo que viven cada día y los retos a los que se enfrentan para, de alguna manera, comprender lo que sienten, lo que perciben. Y todo con un acto tan sencillo y cotidiano como es tomar un café y un sobao.
«En el centro de la mesa tenéis una cesta con sobaos y otros productos de Cantabria», explica Alfonso Fraile, sumiller que colaboró en la actividad organizada junto con la Asociación de Hostelería. Así que todo el mundo trató de encontrar ese objeto y coger algo para acompañar el café. Más difícil fue localizar el azúcar y la sacarina. Y así, entre servir el zumo en un vaso, tratar de beber agua de una botella o de untar el sobao en la leche, el desayuno terminó sin tirar demasiada comida. Pero con una lección aprendida porque «lo mejor es ponerse en su piel y empatizar», resume Luz Borras, profesora de autonomía personal en el grupo.
Ella se encarga de enseñar y dar herramientas a las personas ciegas para que adquieran «habilidades» que les sirvan para desenvolverse con cotidianidad en el mundo». Como, por ejemplo, desplazarse por la ciudad, reconocer las monedas o comer un filete que es «lo más difícil», explica. Porque ahí ni siquiera valen las manos, solo dos utensilios que se utilizan para cortar algo de lo que ni siquiera conocen el tamaño. Algo así como comer con palillos.
En la iniciativa también participó Javier Bedia, presidente de la Asociación de Hostelería de Cantabria y otras personas del sector. Un acto «fundamental» que busca avanzar en inclusión, resume Sergio Olavarria, delegado territorial de la ONCE en Cantabria. El «ejercicio de empatía es esencial» para entender cómo vive el de al lado. En este camino, aunque en la sociedad «somos sensibles a las personas ciegas», valora Bordas, todavía queda camino porque hay «falta de información». Y deja un consejo por si alguien se encuentra con una persona ciega y no sabe cómo ayudar: «Saludar, preguntar si necesita algo y ofrecerle el brazo».
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