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Svitlana Domanska, Stanislav Domanskiy, Kira Hlyshenko y Yury Domanskiy, en Santander aLBERTO AJA
Diez meses de refugio lejos de casa

Diez meses de refugio lejos de casa

Tres familias que residen en la región cuentan a El Diario Montañés cómo ha cambiado su vida desde que comenzó la guerra. A pesar de que se sienten «agradecidos», comparten el deseo de regresar «algún día» a su país de origen para reconstruir su vida «desde cero»

Candela Gordovil

Santander

Martes, 27 de diciembre 2022

Svitlana Domanska y familia - Refugiados ucranianos

«Nos despertábamos con las luces y el ruido de las bombas»

«El 24 de febrero nos despertamos a las cinco de la mañana con las luces y el ruido de las bombas». Así empezó el periplo de Svitlana, su hijo Stanislav y su nieta Kira –hija de su primogénita, que trabaja en Rumanía–. «Un viaje ... sin billete de vuelta». Al contrario que el resto de refugiados, tardaron casi un mes en llegar a Cantabria desde Járkov. El motivo fue Mía, su perra Teckel. «Nos decían que por viajar con nuestra mascota sería más complicado. Huíamos de una ciudad a otra del país sin saber qué hacer». Una situación «desesperada» que se solventó gracias a una red de ucranianos que ya residían en España y que les facilitaron la llegada. Inna Alexeeva, una rusa con familia en Ucrania que reside desde hace veinticinco años en Cantabria, fue una de ellas. «Inna y su marido Javier nos acogieron en su casa. Fueron como una bendición para nosotros en un momento realmente complicado. Porque estaba sola con los dos niños». Yuri, su marido, tardó unos meses más en llegar, «con la peligrosidad que eso conlleva». La guerra de 2014 en el Dombás le dejó inválido y esto le inhabilitaba a luchar en la guerra actual. Aun así, hasta agosto no logró arreglar todos los papeles que le permitían abandonar su país y reencontrarse con su familia. «Era muy duro afrontar esta situación sola. Por eso, cuando llegó Yuri fue una tranquilidad. Psicológicamente es horroroso. Pero tenía que estar bien para no preocupar a los niños». Ahora, Svitlana trabaja de camarera en el restaurante Deluz. Y eso les permite vivir de alquiler en un humilde piso de la calle Alta, en Santander. «Estoy muy agradecida, pero la realidad es que muchas veces nos cuesta llegar a fin de mes. A Yuri le gustaría volver a casa, pero está destruida», expone.

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