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En una larga tarde de domingo, unos amigos conversaban de asuntos intrascendentes: «Pues antes llovía mucho más»; «No hay quien vea la televisión»; «Estos políticos son impresentables»; «Todo está muy caro»; «Cada vez hay más conflictos en el mundo»… De pronto llegó una persona que ... hizo variar el tono del grupo. Solo dijo:«Vengo de una reunión de vecinos y estoy indignado». Inmediatamente todos empezaron contar, apasionadamente, mil y una anécdotas. «Pues en mi comunidad siempre que hay reunión acabamos en bronca»; «En la mía tenemos un conflicto permanente: un vecino insulta y amenaza a todos; se ha llamado a la policía, incluso hemos acabado ante el juez, pero no ha servido para nada»; «Junto a mí, viven unos jóvenes que todos los fines de semana montan fiesta»; «Pues yo soporto al perro de la vecina»; «A mis vecinos les da por hacer bricolaje a la hora de la siesta»…
¿Cómo es posible que todas las comunidades se parezcan tanto? La diversidad de personas que viven en un edificio y los problemas de convivencia son asuntos que reconocemos inmediatamente. De esa coincidencia, y de lo tragicómicas que pueden resultar las relaciones humanas, se ha aprovechado la literatura, el cine y la televisión. Así, en los últimos años, dos series de televisión, ‘Aquí no hay quien viva’ y ‘La que se avecina’, se han basado en esas circunstancias para hacer dos series de humor. Años antes, en la década de los 60, niños y adultos se reían con las historietas de Ibáñez ‘13, Rue del Percebe’. Desde una perspectiva distinta, en 1949, Antonio Buero Vallejo escribió la obra de teatro ‘Historia de una escalera’.
La lógica común es la siguiente: en un edificio conviven una variedad de familias y personajes (la viuda, el anciano, el rico, el que tiene dificultades económicas, el cotilla, el que no se relaciona con nadie y resulta misterioso, la pareja que se pelea, el vecino que discute con todos…). En ese microcosmo los individuos se enfrentan a la cotidianeidad, y la convivencia pone de manifiesto la diversidad de intereses, valores, comportamientos y rasgos de personalidad.
La relación entre vecinos varía según el tipo de sociedad. En la sociedad tradicional la convivencia entre vecinos es muy estrecha y, por tanto, ese contacto lleva a que las relaciones positivas y negativas sean intensas («El roce hace el cariño» indica el dicho popular, pues no, el refrán no es exacto: la convivencia estrecha provoca amor y, en ocasiones, también odio). En el pueblo todo el mundo conoce la vida del otro, cualquier vecino riñe-educa al niño de la casa de enfrente, al vecino se le pide ayuda, y un poco de perejil, de azúcar o de aceite. En ocasiones, los vecinos se organizan para llevar a cabo una tarea común: arreglar el barrio o protestar ante la autoridad. En este tipo de sociedad las relaciones de vecindad son muy importantes: la opinión de los vecinos, el qué dirán, la imagen social se tiene muy en cuenta. Además, la vida de los otros constituye un motivo de interés, de curiosidad, de cotilleo. El mirador sirve para que a la vivienda entre la luz y, al mismo tiempo, se proteja de la lluvia y del frío, pero, además, esta solución arquitectónica es magnífica para ver sin ser visto (en la película de Alfred Hitchcock ‘La ventana indiscreta’, el protagonista –James Stewart–, parapetado tras su ventana, pasa el tiempo observando a sus vecinos e imaginando la vida que llevan).
En el otro modelo de sociedad y de convivencia, en el edificio de la gran ciudad, los vecinos son extraños. La vida de uno le resulta indiferente al de la puerta de al lado, no es común que se pidan ayuda; el individuo y su familia se encuentran solos ante sus dificultades, y cuando surge un conflicto se aborda de manera fría: se habla con el administrador del edificio o con un abogado.
Seguro que muchos de ustedes han experimentado circunstancias de convivencia como las indicadas. Cuando de niño pasé largas temporadas en un pueblo, los vecinos conocían a mi familia; un día me reñían, otro me daban de merendar y otro me subían a un carro lleno de hierba. Mucho tiempo después, durante años he vivido en un bloque de pisos y no he llegado a conocer el nombre de nadie, solo he podido diferenciar, de forma genérica, a la persona que responde al saludo cuando coincidimos en el garaje de la que permanece muda, al que da voces del que no mete ruido, a la familia que le gustan los fritos y al adolescente que le apasiona la música.
Convivir es difícil: nuestra forma de pensar y de actuar es diferente. Además, los conflictos entre vecinos afectan a lo más ‘sagrado’: nuestra vida, nuestra familia, nuestro refugio. Las leyes son necesarias, y en ocasiones es imprescindible la intervención de la autoridad (por cierto, la sabiduría popular advierte: «Pleitos tengas y los ganes», o «abogado, juez y doctor, cuanto más lejos mejor»). Pero lo fundamental es la educación cívica y dos valores básicos: el respeto al otro y la ayuda al prójimo. Además, no sobra una recomendación de la experiencia: juntos, colaborando, pactando, se llega más lejos que con posturas egoístas y con peleas.
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