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José Manuel Gutiérrez (Castro Urdiales, 1969) traslada el mensaje con palabras sencillas. Dibuja un escenario que cualquiera puede entender. El mundo -resume- se ha calentado alrededor de un grado respecto a la era preindustrial, desde que el hombre emite gases de efecto invernadero. Lo que ... se han planteado en la cumbre de Glasgow es, básicamente, dónde lo paramos, hasta dónde se llega. La actual tendencia, si nada cambia, fijaría un aumento de unos tres grados para finales de siglo. El objetivo marcado tras el encuentro en la ciudad escocesa es poner el tope en un grado y medio. Las consecuencias con uno u otro resultado son muy distintas. Y, claro, también en Cantabria. Con ese mismo esfuerzo por simplificar el asunto, por hacerse entender, el director del Instituto de Física de Cantabria (IFCA) y una de las voces más autorizadas para hablar de cambio climático, deja una frase. «El dilema de un límite u otro es una Cantabria como la conocemos o una Cantabria con un clima como el de las regiones del Mediterráneo». Y eso, la segunda opción, tendría una larga lista de consecuencias.
Gutiérrez traslada ese doble escenario (el de parar ese calentamiento en un grado y medio o el de que se elevara hasta los tres) a tres parámetros concretos en el ámbito regional. En el clima de Cantabria. El primero sería el de días de helada en las montañas altas. Jornadas con menos de cero grados que son las que «consolidan» las nevadas. Las que hacen que esa nieve que cae se quede un tiempo. Si se para el calentamiento global en un grado y medio, «si tiene éxito el objetivo marcado en Glasgow -que lo que busca es que el compromiso sea de verdad efectivo (ya existía ese compromiso desde el acuerdo de París, 2015-2016)-», «tendríamos aproximadamente quince días menos de heladas». Parado a tres grados el resultado se iría hasta los cuarenta días menos. «Una barbaridad». Una Cantabria con nieves 'efímeras', que caerían y se irían, supondría una alteración del ecosistema, del sistema hídrico. Ríos o pantanos con menos caudal, mayor superficie expuesta a los incendios, consecuencias para la ganadería...
El segundo de los parámetros al que traslada el análisis en el plano local es el de las temperaturas máximas anuales. Los picos de calor que se registran a lo largo del año. Con el tope en un grado y medio (el objetivo), el incremento de esas temperaturas máximas en la región será de un grado aproximadamente. Pero si el calentamiento se va hasta los tres, supondría que en esas jornadas los termómetros se elevarían hasta cuatro grados más que en la actualidad. O sea, que las olas de calor actuales serían mucho más calurosas.
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El tercer parámetro en el análisis del director del IFCA tiene que ver con las precipitaciones. Otra vez el mismo esquema. En el escenario de un grado y medio o en el de tres. En el primer supuesto, Gutiérrez señala que la reducción de precipitaciones sería «pequeña» respecto a las cifras actuales. «Poco significativa». Pero en el segundo hablaríamos «de una reducción del 15%». Algo que se notaría, sobre todo, en las estaciones más secas: «verano, primavera y otoño». No cuesta mucho valorar las posibles repercusiones: sequía, incendios, caudales, efectos sobre las cosechas...
«En un mundo con tres grados de calentamiento, el clima mediterráneo sería el dominante en Cantabria», señala el experto. El propio José Manuel Gutiérrez, como miembro del Grupo de Meteorología de la Universidad de Cantabria, ya describía la situación en una radiografía que elaboró este periódico en torno a cuestiones palpables del cambio climático en la región en 2017. Sobre esa 'mediterranización' del clima, comentaba entonces que «el 'microclima' de Liébana ya lo es». «No es el mismo clima mediterráneo que el de Alicante porque hay distintos tipos, pero ya lo es. Y hacia eso va toda Cantabria, incluido el litoral».
En ese trabajo de El Diario Montañés -que ayer repasó el propio Gutiérrez para garantizar su vigencia-, se señalaba un aspecto importante. El aumento del nivel del mar. Se constataba con los datos que el Instituto Oceanográfico recoge con el mareógrafo de Puertochico y es un asunto en el que ha trabajado por todo el mundo el Instituto de Hidráulica Ambiental (IH). En el caso concreto del mar Cantábrico, desde el IH han repetido en los últimos años que si antes se constataba un avance de unos dos milímetros al año, ahora se sitúa en los 3,3. Los modelos utilizados -insisten- anticipan que en un escenario de altas emisiones «estaríamos hablando de quince milímetros al año, siete veces más de lo que veníamos observando». A final de siglo la subida esperada con estos cálculos rondaría 1,08 metros, según el escenario.
José Manuel Gutiérrez, el experto consultado para el análisis de estas páginas, es el director del Instituto de Física de Cantabria (IFCA). Ese equipo de trabajo y la UC, en alianza con la empresa cántabra Predictia, fueron los autores de un Atlas interactivo, presentado como la herramienta más novedosa del IV Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) de la ONU que se dio a conocer en agosto. El Atlas es un instrumento pionero –y, además, de acceso abierto– para seguir investigando sobre la evolución y los impactos territoriales del cambio climático. Aglutina por regiones toda la información del informe. De hecho, la posibilidad de regionalizar el análisis ofrecida desde Cantabria es una acción absolutamente novedosa respecto a informes anteriores.
Preguntado en una entrevista de este periódico por las consecuencias directas del cambio climático en la región y sus repercusiones, Íñigo Losada, el director de Investigación del IH (ayer mismo estaba regresando de Glasgow), analizaba de este modo: «En todos los escenarios considerados, se proyecta para Cantabria un aumento de la temperatura media y de los extremos; una reducción de la precipitación y un aumento del nivel del mar. Aunque, adecuadamente planificado, las dos primeras pueden contribuir a convertir Cantabria en una referencia turística de primera magnitud, también implican una pérdida de recurso hídrico, mayor prevalencia de sequías y olas de calor, con la incidencia que ello supone para nuestros sistemas naturales, los incendios, el sector agropecuario, el abastecimiento o los problemas de salud asociados. El aumento del nivel del mar no ofrece, en principio, ninguna ventaja para nuestras costas y afectará de manera importante a nuestras ciudades costeras, estuarios y humedales, y también a nuestras playas y puertos».
Para muestra, un detalle. Sobre la 'mediterranización'. Algo que ya hace cuatro años constataba el Oceanográfico en el reportaje que publicó El Diario. Temora Stylifera. Una especie que forma parte de la alimentación de los peces pequeños. Muy típica del Mediterráneo. Hasta 1982, apenas aparecía en el Cantábrico. Ahora es uno de los platos típicos de los bocartes de aquí.
SOBRE EL TERRENO
José Manuel Gutiérrez, director del IFCA, analiza al hilo de los objetivos de Glasgow tres cuestiones concretas en Cantabria. Si el tope del calentamiento se para en un grado y medio o en tres. En el primer caso, los días de helada en las altas montañas bajarían en quince, las temperaturas máximas anuales crecerían un grado y el efecto sobre las precipitaciones sería escaso. En el segundo, la reducción de heladas sería de cuarenta días, las máximas sumarían cuatro grados y la precipitación caería un 15%.
La Agencia Estatal de Meteorología en Cantabria señala en base a las series históricas que en la región hay más días con máximas superiores a los 25 grados que antes. En Santander, por ejemplo, se pasó de diez o veinte al año en los cincuenta o los sesenta a superar, como media, los cuarenta actualmente. Del mismo modo, se han reducido notablemente las noches de helada (tomando como referencia Santander), mientras se han multiplicado las que alcanzan una mínima superior a veinte grados.
Si el nivel del mar Cantábrico crecía a un ritmo de 2,38 milímetros por año, en los últimos lo ha hecho a una media de 3,33 mm/año, según reflejan los estudios del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC). Según han señalado desde el IH Cantabria en múltiples ocasiones en los últimos años, un alto volumen de emisiones podría elevar esa cifra hasta los quince milímetros y, a final de siglo, elevar el nivel del mar por encima de un metro.
En un reportaje de este periódico publicado el año 2017, desde el Instituto Español de Oceanografía en Cantabria señalaban que las mediciones que se hacen a cuarenta kilómetros al norte de Cabo Mayor indicaban que, desde 1995, la temperatura del agua a setecientos metros de profundidad se había elevado medio grado. Contaban con 240 mediciones para acreditarlo. Y trasladaban el dato a la rutina de los cántabros. En general, el agua no está tan fría como hace veinte años para darse un baño.
En esa radiografía de consecuencias palpables del cambio climático en la región, los expertos señalaban variaciones registradas «en la distribución de especies de macroalgas» o en la aparición de nuevas (la Temora Stylifera, propia del Mediterráneo hace décadas ahora es muy común en el Cantábrico). Incluso, cambios en los periodos tradicionales de las costeras de pescados que migran (se desplazan los periodos de pesca) o el hecho de ver bocartes donde antes casi no había (el Mar del Norte).
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