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Dios aprieta, pero no ahoga
Leyendas de Cantabria

Dios aprieta, pero no ahoga

La tradición cuenta que la Virgen del Mar apareció flotando sobre unas tablas y que la mano divina la rescató siglos después del expolio

Aser Falagán

Santander

Lunes, 25 de diciembre 2023, 10:42

Finales del siglo XVI. La monarquía hispánica está inmersa en una larga guerra en Flandes, como se conoce en la corte de Felipe II, aunque en los Países Bajos la llaman de otra manera: Guerra de la Independencia. Más al norte Isabel I, la última Tudor, se frota las manos. Inglaterra ofrece abrigo en sus puertos e incluso patente de corso a los piratas neerlandeses que hostigan las costas españolas y se ceban especialmente con el Cantábrico, el que más a mano tienen. Lo que buscan los corsarios es el botín, pero no les vienen mal a los ingleses aliados en su lucha por la hegemonía marina; cualquier ayuda sirve para acosar y dar más trabajo de la cuenta a la Armada española.

Una de esas incursiones penetra en el norte de Santander, una zona menos poblada y defendida que la de la bahía, y arrasa con todo lo que encuentra a su paso, entre otras cosas con la talla de la Virgen del Mar que aún hoy mora en la ermita erigida en la isla homónima. Sin embargo, en su huida un fuerte temporal azota la nave, que zozobra y se hunde frente a la costa de Castro Urdiales dejando en su naufragio a la deriva la virgen, que regresa a la playa para que la villa castreña la envíe de regreso a su ciudad en procesión.

La furia de Dios castigó a los impíos. O eso narra la leyenda. Pero en su infinita misericordia puede que también perdonara a los piratas. Porque la leyenda se bifurca en ese momento en otro relato que asegura que la nave no naufragó en Castro, sino que la tripulación, en medio del temporal que arreciaba cuando navegaba frente a Laredo y temerosa del castigo divino por haber saqueado el templo, echó por la borda la imagen. Acto seguido, la tempestad cesó. La Virgen del Mar regresó a la costa cántabra mecida por el mar en calma mientras los piratas regresaban a hacer cosas de piratas en algún puerto inglés, flamenco o al refugio más cercano. Después, el pueblo pejino se encargó de rescatarla con el mismo desenlace: regreso en corteo a Santander

El origen de la Virgen del Mar es por lo demás incierto. De 55 centímetros de altura y estilo gótico, el Obispado de Santander la data entre finales del siglo XIII y principios del XIV. Según la tradición que recoge el propio Obispado, apareció sobre una tablas que flotaban frente a la costa norte de la ciudad, y de ahí que se deduzca que pudiera ser una virgen de galeón, probablemente de una nave hundida, pero el hecho no se puede constatar históricamente. También es posible que sencillamente fuera un mascarón de proa que se desprendiera de alguna manera para terminar en la costa, sin naufragio por medio. Siempre, claro, que la tradición se base en un hecho real. Lo que sí está claro es que su festividad se celebra oficialmente cada 20 de mayo al menos desde el siglo XIX.

No es el del expolio y el temporal el único mito construido a partir de la Virgen del Mar, canónicamente patrona de Santander desde 1979 pero a la que se rinde culto en la ciudad desde hace cerca de un milenio.

Para venerarla, Santander decidió construir un templo en la zona, más en concreto en Rostrío, pero cuando comenzaron las obras la vecindad comprobó sorprendida cómo noche tras noche el material y herramientas con los que se había comenzado a trabajar desaparecían de la campa para aparecer en la isla cercana. Así una noche tras otra, hasta que se decidió atender el mensaje y se construyó en la isla de la Virgen del Mar, en el mismo pueblo santanderino de San Román de la Llanilla, la ermita que aún hoy se levanta en honor a la patrona. Muy cerca del Cementerio de Ciriego y al lado de la playa, allí donde conviven la tradición, el culto y el ocio.

La financió e inauguró Gonzalo Fernández de Pámanes, cuyo sepulcro permanece en el propio templo. En la inscripción de su pequeño panteón se puede leer: 'Aquí yace Gonzalo Fernández de Pámanes, fijo de Martín Fernández de Pámanes, que Dios perdone. Edificó esta iglesia con la puente que parte el mar. Año de mil cuatrocientos'. Además de las sucesivas modificaciones y restauraciones, a finales del siglo XVII se reconstruyó la capilla principal y se amplió la nave principal, y en 1696 se le añadió otro cuerpo en 1696. El retablo mayor es algo posterior: data de 1712.

En consecuencia, se trata de una construcción que poco conserva de su aspecto original. Castigada por infinidad de temporales ha sufrido muchos destrozos, con lo que las reformas y reparaciones fueron en algunos casos obligadas hasta llegar a su aspecto actual: el de una ermita con mucha más solera de lo que pueda parecer vista desde el exterior.

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