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Puesto que la nostalgia sigue conmemorando también en Cantabria el 14 abril en honor a la Segunda República, no veo por qué el pensamiento debiera ... quedarse en un martes discriminando al jueves posterior. Así que permítanme rememorar hoy, para poner en evidencia la arbitrariedad intrínseca de cualquier efeméride, el 16 de abril de 1931.
En crónica nocturna, informaba 'Abc': «La mayoría del comercio santanderino se niega a comprar género a los viajantes catalanes»; estos, en sus telegramas, explicaron que los comerciantes de la capital cántabra consideraban «que la resolución del Sr. Macià perjudica gravemente a la unidad de España».
Y es que no había ese día una república en España, sino al menos dos, pues en Barcelona se había proclamado la República Catalana con Francesc Macià al frente, quien pronto envió un telegrama al jefe del gobierno de Bélgica, notificándole tan feliz suceso y que la nueva república estaba «cordialmente unida por lazos federales a la República española». Por su parte, la reina belga corría de Bruselas a París para consolar a la exiliada reina Victoria.
El obispo de Barcelona saludó la nueva situación: «Hagamos un acto de fe, viendo en estos acontecimientos trascendentales de nuestra historia la mano de Dios que los guía y los encamina, sin duda alguna, para mayores bienes». Simultáneamente, numerosas organizaciones católicas catalanas lanzaban otro manifiesto de adhesión, que finalizaba sin ambigüedad: «Dios guarde a la República».
En Madrid, el Cabildo de la Catedral entregó al ministro republicano de Justicia un acta de acatamiento leal al nuevo régimen. Lerroux, ministro de Estado, reconocía esfuerzos para encauzar sin violencia el problema catalán. Ese día tenían que salir hacia Barcelona los ministros Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos (que al pasar después a Instrucción Pública crearía la Universidad de Verano de Santander). Lo medio solucionaron prometiendo un estatuto de autonomía.
Una muchedumbre madrileña recibió en triunfo en la Estación del Norte al general Queipo de Llano, golpista antialfonsino que venía del exilio y pronto asesoraría a Manuel Azaña en las reformas militares. Queipo, bien se sabe, se convirtió en 1936 en uno de los conspiradores principales contra la república. Con Queipo venía en el tren otro héroe republicano: el aviador Ramón Franco, el hermano pequeño de Francisco Franco. Elegido diputado por Barcelona, se integró en el grupo de Esquerra Republicana de Cataluña. Durante la guerra se unió a su hermano y murió en 1938 cuando iba a un bombardeo (posiblemente de Barcelona).
En una nota de prensa desde París, el exministro catalanista Francesc Cambó loaba el cambio pacífico: «La revolución militar habría provocado la guerra civil y desorganizado el ejército. La sublevación del proletariado habría provocado la guerra social». Eso fue tener razón con cinco años y tres meses de antelación.
Así que el 16, aunque menos solemnizado, vale como efeméride significante lo mismo que el 14. La naturaleza de un país se expresa todos los días. ¿Quién nos dice que el devoto Junqueras no sigue creyendo, como entonces el obispo barcelonés, que proclamar una república catalana es dejarse conducir por «la mano de Dios»? ¿Acaso no hemos vuelto a ver en nuestro entorno local el boicot al producto catalán, como reacción contra los excesos de sus políticos nacionalistas? ¿No se nos sigue proponiendo el federalismo como panacea para salvar España? ¿No seguiremos viendo a héroes de las masas desguazar las instituciones que los trajeron a hombros? Puestos a rememorar, no nos quedemos en lo 'estrechu' y lo 'aparenti'.
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Ana del Castillo
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