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Mesas de metal, pósteres y maquetas del cuerpo humano, lavabos quirúrgicos, instrumental... Las salas de disección de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cantabria (UC) ... son lugares decisivos para la formación del alumnado: allí se enfrentan a un cuerpo, a una pieza anatómica, a esa realidad tangible con la que trabajarán una vez se gradúen o especialicen.
Desde este jueves, una de estas salas de la facultad se ha convertido en el aula principal del cuarto curso internacional sobre Neurocirugía que dirige Juan Martino, un curso único en el mundo por lo específico y lo práctico de su contenido: se trabaja con cerebros reales y alta tecnología, y se simulan, «de la forma más detallada posible», las condiciones con las que un neurocirujano trabaja en quirófano.
«El objetivo es estudiar la anatomía de las conexiones del cerebro», trata de resumir Juan Martino, médico en el Servicio de Neurocirugía de Valdecilla y profesor de la UC, ayer anfitrión de los doce especialistas inscritos en esta edición. Es un objetivo colosal. «Se trata de una anatomía muy compleja. Las conexiones del cerebro son las que median todas las funciones que realizamos: el movimiento, el lenguaje, la memoria, la visión... Cuando hay un tumor en el cerebro, al final, siempre está cerca de alguna de estas conexiones importantes», revela Martino. Por tanto, para realizar estas cirugías con la máxima seguridad, el médico tiene que tener un conocimiento previo y detallado de dicha anatomía, «de las estructuras y conexiones» que hay en el cerebro.
He ahí el quid del curso: practicar para que, cuando el paciente esté en la mesa de operaciones, el médico intervenga con experiencia, memoria y precisión. Y practicar -y esto es crucial- con cerebros reales. Martino explica que podrían utilizarse modelos de plástico o gelatina, pero reproducir las pequeñas arterias, las conexiones, las venas, eso resulta casi que imposible. Por eso la donación.
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Quienes donan su cuerpo a la ciencia multiplican las posibilidades de la formación y la investigación. «Hay gente que no sabe que existe esta opción. Donar el cuerpo ayuda a la ciencia, a la investigación, a cursos como este... a toda la sociedad», subraya Montse Fernández, técnico de sala de disección. «Tiene una implicación directa: lo que estos neurocirujanos aprendan aquí lo van a aplicar inmediatamente en quirófano. Donar es un beneficio directo para la sociedad», apunta Martino en relación al curso que dirige.
Durante estos tres días, por tanto, la ciencia se abre paso en esta sala de disección de la primera planta de la Facultad de Medicina, un espacio luminoso, ventiladísimo, organizado en doce puestos de trabajo en los que otros tantos alumnos -españoles, austriacos, checos, italianos o portugueses- se aplican a media tarde con el instrumental. Cada uno tiene ante sí un cerebro, una prueba de altruismo que les ayudará a ser mejores en el futuro más inmediato.
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