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No hace mucho, a Belén le chirrió la respuesta que encontró en uno de los trabajos que encarga a sus alumnos y que decía así: «En estos momentos, no tengo información sobre esta pregunta». Era evidente que esa contestación, escueta e impersonal, no la acuñaba ... el adolescente al que esta profesora de Secundaria enseña lenguas clásicas, sino una herramienta de inteligencia artificial (IA). Situaciones como esta –aunque no siempre es todo tan irrebatible– se repiten, con toda probabilidad, en los centros educativos de Cantabria, sobre todo a partir de la ESO. «La IA tiene muchas cosas buenas», tercia Belén, que usa estas herramientas para hacer estupendas presentaciones de la Grecia clásica o para generar actividades de aprendizaje personalizadas, pero, que también se ve obligada a repensar las dinámicas en el aula. «Hay que darle una nueva vuelta a las metodologías, y, por tanto, a la evaluación».
Y en esas están los institutos cántabros: la IA ha penetrado en el aula de la mano de los docentes, pero también de la del alumnado, que en ocasiones recurre a ella para evitar el esfuerzo de hacer una tarea. «Es un tema de preocupación, pero también de interés, porque es una herramienta que ha venido para quedarse», dice Roberto Vázquez, director del IESMarqués de Santillana de Torrelavega, cuyo centro lleva «más de un año» debatiendo la cuestión. Y en el centro de ese debate no está la prohibición de la IA, ni mucho menos, sino sus posibilidades y sus limitaciones. «Es algo parecido a Google, pero más potente. ¿Por qué no usarla en nuestro beneficio, siendo conscientes de sus riesgos? No nos da miedo. Estamos reflexionando sobre cómo incorporarla», resuelve.
Roberto Vázquez
Director del IES Marqués de Santillana
En este instituto no se han visto en la tesitura de cambiar las metodologías debido a un mal uso de la inteligencia artificial, sino que la evolución de las dinámicas –por ejemplo, ir abandonando esos trabajos que el alumnado realiza en casa y que primero «copiaban» de la enciclopedia, luego de internet y ahora de la IA– se debe, más bien, a la educación en competencias. «El alumno necesita reflexión sobre lo que hace, sobre su desarrollo y planificación; necesita hacer trabajos más personalizados y atender áreas de interés específicas», defiende Vázquez.
En otros centros sí ha habido cambios metodológicos a cuenta de la IA. «Ahora es más difícil saber si los trabajos son de su cosecha, aunque esta situación no se ha extendido tanto como se pensaba en un principio, al menos en nuestro instituto. No sabemos si será cuestión de tiempo», interviene Norberto García, director del IESMontesclaros de Reinosa, donde los profesores de humanidades o ciencias sociales son, quizá, los que más «desconfían» de la autoría de las tareas, y por eso hay quienes «vuelven al papel y al trabajo manuscrito».
Cristina Sáez
Directora del IES 8 de Marzo y presidenta de Adiescan
Quizá esa sea una inquietud compartida: cómo detectar que un trabajo lo ha realizado una inteligencia artificial. García admite que los docentes tiran de «experiencia y de intuición» para analizar las tareas porque no cuentan con aplicaciones antiplagio. «Antes ya era sencillo copiar una página de internet, pero también era descubrirlo. Ahora es difícilmente detectable y es una fuente de conflicto», apoya Javier López.
Para el director del IESMuriedas, el hecho de que un alumno use, por ejemplo, el chat GPT como «atajo» –es decir, «que todo lo haga la máquina»– lo entiende como «un freno a sus posibilidades de aprender». Si con los trabajos se pueden practicar varias competencias –seleccionar y filtrar información, redactar...–, ahora «se están convirtiendo en una forma de no hacer nada», lamenta López, que ha optado por pedirlos manuscritos y, por ejemplo, ceñidos a una parte muy concreta de un texto o artículo periodístico. «Bien utilizado, lo digital es tremendamente útil; son recursos excelentes. El problema es la aceleración: vamos a una velocidad tremenda, a veces inhumana. Deberíamos tener un momento de parón y reflexión», reclama.
«Entendemos que es una herramienta que ha venido para quedarse y que, de alguna manera, hay que integrarla en los procesos de aprendizaje». Ernesto Anabitarte resume así el punto del que parte la Universidad de Cantabria (UC) respecto a la inteligencia artificial. No obstante, el vicerrector de Ordenación Académica y Profesorado hace la precisión esperada: «La cuestión de todo esto es su mal uso». Si bien los software de deteccion de plagio empiezan a ofertar este sercivio, detectar ese mal uso es «complicado». Pero la cuestión no es tanto esa como un cambio necesario en las metodologías y los procesos de evaluación, y, «seguramente», la regulación de este asunto. La UC ofrece cursos formativos para el profesorado. «Tenemos que ir más deprisa, esto cambia a una velocidad tremenda. Ahora mismo hay cursos abiertos, pero seguramente haya que intensificar la formación».
«A nivel de centro no es una cuestión que preocupe más que otra. La IA es una herramienta y el gran reto es que los alumnos sepan usarla a su favor para mejorar su aprendizaje», interviene Cristina Sáez Díez, directora del IES 8 de marzo de Castro Urdiales y presidenta de la Asociación de Directores de IES de Cantabria. En la ESO, la detección de una 'trampa' es más «fácil», la cosa «se complica algo más» en Bachillerato, porque los docentes tienen que «apoyarse más en el trabajo de casa». Sin embargo, para Sáez, la cuestión va más allá: no se trata de penalizar el uso de la IA, sino de comprobar que el alumno adquiere el conocimiento, la competencia. «La clave está en la evaluación, en saber si el alumno ha interiorzado los conocimientos. Es un cambio que tenemos que hacer».
Javier López
Director del IES Muriedas
Sáez recuerda que Educación organiza cursos para que los docentes saquen rendimiento a la IA. «Para estar por delante del alumnado», dice. Raúl Diego es experto en este tipo de formación. Premio nacional de Educación y docente en Los Salesianos (Santander), sabe que los cambios generan resistencias. «Pero tenemos que cambiar el paradignma de la evaluación, no podemos pedir tareas del siglo pasado con tecnología del siglo XXI. Hay que cambiar el para qué y el por qué, cambiar los objetivos que quiero alcanzar con el trabajo».
Diego defiende que la escuela trabaje con la IA: obviar sus «beneficios» u ocultársela al alumnado solo conducirá a un mal uso. «No podemos hacerles huérfanos digitales. Tienen que saber usarla y ser competentes. Si usan la tecnología solo para ahorrar tiempo –mal uso– es porque nadie les ha enseñado para qué sirve».
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