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Mada Martínez
Santander
Lunes, 29 de marzo 2021, 07:04
Jorge González y un grupo de alumnos de 4º de ESO ultiman, a mitad de esta luminosa mañana de marzo, la composición en inglés de un guión que luego llevarán a escena. Trabajan en su aula del IES Santa Clara, techos altos, pupitres separados ... y ventanas abiertas. Este curso, el profesorado se esmera un poco más si cabe para aplicar dinámicas colaborativas que no impliquen contacto físico, así que la clase trabaja en grupo, pero sin moverse de las mesas gracias a una herramienta digital. La actividad se proyecta en la pantalla y el alumnado va exponiendo ideas, opiniones y dudas.
A Jorge González lo acompaña a los mandos de la clase Azucena Santiago. Él es alumno del Máster de Formación del Profesorado y ella es la docente del instituto encargada de tutorizar sus prácticas en el centro. Como Jorge, muchos inscritos en estos estudios de posgrado completan estos días su formación a pie de aula; y como Azucena, muchos otros docentes guían sus pasos.
«Esto es una forma de devolver lo recibido». Ángel Merodio, jefe de estudios del instituto, evoca sus tiempos de prácticas en el IES Las Llamas, y no puede si no ver la formación de los futuros profesores como un compromiso con la enseñanza, con la sociedad. El Santa Clara, el centro más grande de Cantabria, responde en este sentido: este año ha recibido a 32 alumnos –ahora suma 26– de la Universidad de Cantabria, de la UNED, de la Europea del Atlántico, la UNIR, la Camilo José Cela... A cada uno le ha asignado un tutor: un docente del centro que, durante sus semanas en prácticas, velará por su formación, por que pueda entrenarse como docente, componer un examen, asistir reuniones de departamento o a juntas de evaluación, conocer los entresijos del área de orientación o saber cómo funcionan los equipos directivos. «Apostamos por la calidad», resume Merodio, es decir, por que las prácticas se parezcan lo menos posible a un trámite y lo más a la vivencia de un docente. «La idea es que vean todos los niveles, toda la vida del centro».
Al final de las prácticas, luego de que el centro las evalúe, el alumnado estará más cerca de su capacitación profesional para la docencia en Secundaria, FP o idiomas, tanto en centros públicos como privados. El máster es el antiguo CAP –aunque con un planteamiento distinto– y es también una opción de futuro. Jorge González, traductor de formación, que lo cursa en Uneatlántico, ha ido abrazándola con el tiempo. Su estancia en el Santa Clara es un espaldarazo: «Es muy gratificante. Azucena me anima mucho».
Pablo Rodríguez Herranz, alumno de la UC, y Pablo Carpintero Gómez, de Uneatlántico, trabajan esta mañana en el Departamento de Tecnología, entre martillos, ordenadores y serruchos. Comparten espacio, formación previa como ingenieros y la satisfacción por la marcha de esta experiencia como auxiliares, que califican como «enriquecedora». Quizá la diferencia más notable es que Rodríguez descubrió su vocación hace tiempo, y Carpintero recién la está confirmando.
Hacen sus prácticas de aula con varios grupos de ESO y Bachillerato, y eso les da más perspectiva. «La labor docente va más allá de los contenidos. También es atender las diferentes necesidades del alumnado, que pueden vivir situaciones personales complicadas», revela Carpintero.
Además de herramientas y equipos informáticos, en el departamento hay gel y cartelería que recuerda que este es un curso covid, un año covid. ¿Algún temor al respecto? Ninguno. «Es un año diferente, pero el instituto está muy bien organizado, hay concienciación».
Hay que contemplar las circunstancias, eso sí. Diego Peña y Mª Luz Peral se han incorporado al Departamento de Educación Física, una asignatura sobre la que no había muchas certezas al inicio de curso. Pero, junto con sus tutores, sacan adelante las clases. «Los contenidos están limitados, pero nos adaptamos».
Lucía Criado Buenaga, filóloga, también está tranquila en lo que al covid se refiere, y también se adapta a las circunstancias y necesidades del alumnado. Está en la docencia, con todo lo que esto implica, por vocación. En el aula ha comprobado cómo las situaciones personales influyen en el rendimiento académico, y eso es una motivación extra. También la exigencia de actualizarse: «Nunca sabes qué preguntarán los alumnos».
Una vez acabe el máster, opositará para profesora de Secundaria. «No me veo en nada más».
Hace unos meses había dudas sobre si las prácticas podrían o no realizarse en un centro educativo. El pasado curso, el confinamiento estricto arruinó esta posibilidad. ¿Qué ocurriría este año?
«Viendo la situación del año anterior, hemos tenido suerte», entiende Pablo Rodríguez, y su compañero Pablo Carpintero coincide en eso de que han sido afortunados: «La presencialidad es muy importante».
Ahora que el covid impone distancias preventivas, la educación presencial se ha revelado como algo insustituible o, al menos, difícilmente reemplazable. Y se ha evidenciado además que la brecha digital, que no es si no brecha social, dificulta mucho el acceso a la educación. La presencialidad, por tanto, es una llave. Lo resume bien la alumna de máster Marta Castanedo: «La educación presencial garantiza la igualdad de oportunidades».
La tecnología, añade una de sus compañeras en prácticas Raquel González, es una herramienta útil para «evitar perder clase, por ejemplo, durante una semana». Pero estar en el aula, esa presencialidad que en este curso se ha convertido en una meta, sigue siendo «importante». De hecho, a González le gustaría que el máster contemplase más formación en los centros en detrimento de la parte teórica: «Nos sirve más estar aquí».
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