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El ministro Fernando Grande-Marlaska visitó por primera vez Santoña después de asumir la cartera de Interior en septiembre de 2022. Lo hizo para echar ... a andar la nueva oficina judicial ubicada en El Dueso, un acto que coincidió con el inicio de las obras de reforma integral de todo el complejo penitenciario. Este jueves, dos años y medio después y tras la inversión por parte del Gobierno central de más de 16,5 millones de euros, Marlaska regresó a esta villa con la que mantiene un «vínculo emocional» al que no pudo evitar hacer referencia –fue su primer destino profesional como juez– para conocer sobre el terreno los resultados de la actuación. Aunque parezca mentira, la primera gran reforma del penal en sus 118 años de historia. Porque el centro sí ha sido sometido a algunos lavados de cara puntuales, pero es ahora cuando puede decirse que El Dueso ha entrado «en el siglo XXI» y ha adaptado por fin sus instalaciones para igualar sus estándares a los de las cárceles más modernas del país. El Ministerio da por conseguidos los dos principales objetivos: la mejora de las condiciones de trabajo de los profesionales –incluido lo que tiene que ver con su seguridad– y la «dignificación de las condiciones de vida de quienes cumplen condena con el visto bueno en la reinserción y la reeducación», como destacó el secretario general de Instituciones Penitenciarias, Ángel Luis Ortiz. En la visita también han participado la delegada del Gobierno, Eugenia Gómez de Diego; la consejera de Presidencia, Isabel Urrutia, y el alcalde de Santoña, Jesús Gullart.
¿Qué se ha hecho exactamente? El grueso de la transformación se ha centrado en el módulo uno, que hasta ahora era también uno de los más grandes de España. Con esta obra, este módulo pasará de tener capacidad para 600 internos a acoger a un máximo de 300. Las celdas, las mismas que existían hace un siglo, se han rehabilitado y ampliado. De dos celdas se ha hecho una para duplicar el tamaño y añadir un espacio de aseo y una ducha por estancia. El ministro del Interior reconocía la complejidad –y agradecía el esfuerzo extra de los funcionarios– de mantener la convivencia diaria y a la vez poner en marcha una reforma integral, un proceso que durante todo este tiempo ha obligado a realizar traslados de presos a otras cárceles españolas.
En ese mismo módulo uno, los trabajos han servido para mejorar la climatización, renovar los acabados, modernizar los sistemas de seguridad y antiincendios y recuperar en su patio interior la luz natural con la adaptación de parte del tejado. Como ya hay duchas individuales, el antiguo área de duchas colectivas se ha convertido en salas de ocio común, la sala de llamadas y oficinas de los funcionarios. También se ha estrenado una nueva cocina.
Ya fuera del edificio principal, se han recuperado dos antiguas naves industriales que permanecían en desuso. Donde los primeros reclusos tuvieron los talleres de alpargatería y forja gracias a Rafael Salillas y Panzano, el criminólogo que eligió este lugar privilegiado de Santoña para levantar una prisión en la que poner en práctica los incipientes corrientes penitenciarias que abogaban por la reinserción, los oficios y los hábitos saludables, ahora hay un nuevo pabellón multiusos y otro para actividades de formación y convivencia.
Ahí, en estos inmuebles que estaban en ruinas, es donde mejor se ve uno de los mayores retos de esta reforma integral: dar una nueva vida a estas estancias respetando al máximo la conservación de las estructuras y los elementos que, por ser una de las escasas muestras en Cantabria de arquitectura industrial en ladrillo, tienen un importante valor histórico. A lo anterior se suma la mejora del módulo de mujeres y un conjunto de obras en materia de eficiencia y sostenibilidad como el parque fotovoltaico para autoconsumo o la reforma de fachadas para mejorar el aislamiento.
Por todo ello, Marlaska alabó la «versatilidad de El Dueso». Mientras otras cárceles más modernas han dejado de usarse porque no se podían adaptar a las nuevas exigencias y a los cambios de la legislación penitenciaria, la de Santoña sí lo ha conseguido, demostrando a la vez que «la amplitud de espacios –tiene la zona común más grandes de España– no está reñida con la seguridad y que facilita oportunidades desde el punto de vista tratamental».
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