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José María Corral Orientador en colegio
«A los niños hay que volver a ponerles límites y a decirles que no cuantas veces sea necesario». Hay que dejar que se aburran « ... para que aprendan a frustrarse y a gestionar esa frustración» y es primordial ayudarles a «mejorar en tolerancia, porque los hay que piden agua cuando quedan cinco minutos para llegar a su casa y los padres paran para comprarles un botellín». Pero, además, es preciso tomar conciencia, como sociedad, de que «estamos normalizando cosas que hace diez años hubieran sido atípicas». «¿Alguien se ha parado a escuchar las letras que machacan día a día las cabezas de nuestros hijos? ¿Nadie se da cuenta de su hipersexualización desde bien pequeños? Los niños –aunque se refiere más a las niñas– no pueden vestir como los adultos. Todo tiene su etapa».
Son reflexiones de José María Corral, maestro, psicólogo y orientador en el colegio Cuevas del Castillo, de Vargas, que también cree que las disfunciones que periódicamente causan alarma cuando se pone la lupa sobre los comportamientos de los adolescentes son fruto de un gran cambio social: la sociedad «está cambiando a velocidad de vértigo, en las familias se ha implantado la permisividad –los padres ahora programan vacaciones en meses lectivos como septiembre y octubre y los alumnos no van a clase–» cuando los niños «lo que reclaman es que les modelemos». «Y no lo estamos haciendo. Los límites cada vez son más laxos, damos respuesta inmediata a todas sus exigencias. Por eso luego vemos en los centros escolares problemas de ansiedad cuando se les pone una prueba, porque no saben reaccionar». Para Corral, lo ocurrido en un colegio de El Astillero se explica por un combinado de todo lo anterior. Como no hay tolerancia a la frustración, «como no se controla el uso de los móviles, como parece normal que los niños estén expuestos a las letras de Quevedo y todos esos que están de moda... acabamos teniendo lo que estamos viendo estos días».
Por eso, Corral hace varios llamamiento a los padres: «Respeten las etapas de los niños» y «denles herramientas» para gestionar sus impulsos. Si nadie en su entorno les para los pies, «luego llegan fenómenos como el de 'la Manada': el adolescente sale de fiesta y se descontrola porque no sabe enfrentarse a las negativas». Al tiempo, hace ver que la educación «es un círculo» que involucra muy distintos esfuerzos que tendría que ser «de todos a una». «Hay que tomar conciencia de esto. Pero la sociedad es cada vez más patológica y eso acaba llegando a los colegios. Yo veo niños desorientados porque cada cuidador les da unas normas diferentes y llega un momento en que no saben lo que está bien. Y van a una velocidad bestial».
El móvil es capítulo aparte. «¿Quién se los da? Los padres. Y el teléfono no puede ser una barra libre de acceso al mundo con las edades a las que se los dan. Hay familias que te dicen que ellas controlan, pero la mayoría solo saben la ubicación de sus hijos en cada momento. Eso no es ni controlar ni saber». La escuela, añade, «tiene un papel importante, ¿pero a quién le importa la escuela?».
Pedro Tresgallo Educador social
«Padres y tutores tienen la obligación, como guardadores de sus hijos, de estar presentes, de colaborar con profesores y entrenadores. Esto no quiere decir estar permanentemente encima de ellos. Pero, en el caso de las redes sociales, uno no puede dar un móvil a un niño y olvidarse. Hay que darle unas normas de uso. Igual que en el momento de sacar el carné de conducir a todos nos han dado un código de circulación, cuando pones en manos de un adolescente un dispositivo digital, tienes que darle una estrategia: cuándo puede usarlo y para qué. Si no, le estás poniendo en la carretera sin permiso de conducir». Y será un peligro para todos.
Así lo ve Pedro Tresgallo, educador social y director de la Fundación Cuin, que trabaja respaldando a chicos que vienen de familias desestructuradas para conseguir que salgan adelante. Tresgallo admite que, hoy en día, el ritmo de vida hace que muchos padres lleven unas existencias estresantes y no tengan tan fácil ese «estar presente» en el día a día de sus hijos, pero no deja pasar la ocasión de subrayar la importancia del periodo de crianza. «Hay que ser consciente de que esta etapa son solo unos años de la vida y es fundamental para su desarrollo. En ese momento se moldean las personas para el futuro».
El educador no da recomendaciones sobre «cuándo es adecuado darle a un niño un dispositivo digital porque depende» de su grado de madurez. Prefiere llamar a las familias a ser «muy conscientes» de que hay que «emplearse a fondo en enseñarles un uso seguro», porque internet les abre una puerta al mundo a la que hay que saber enfrentarse «y tienen que hacerlo con herramientas».
El profesional añade que no cree que crear alarma con los casos que se han conocido últimamente en España favorezca el debate que hay que poner sobre la mesa: el estado de alarma «no es positivo, aunque tampoco se le puede restar importancia a lo que está pasando diciendo que son cosas de niños. La realidad es que tenemos ante nosotros un problema y hay que afrontarlo desde el punto de vista educativo».
Con las redes ocurre «como cuando les enseñas a andar en bicicleta: hay que dedicar un tiempo para que sepan minimizar el riesgo de caerse y, al principio, habrá que estar muy pendiente. Pues con esto, lo mismo. Si no lo hacemos así, estaremos creando adultos con problemas».
Tresgallo también habla de supervisión y de prestar atención sobre los mundos en que se mueven los adolescentes: «Si miramos para otro lado o no estamos lo suficientemente atentos, tarde o temprano lo pagaremos». Añade que el estar encima no quiere decir estar «permanentemente controlando», porque «no respetar sus espacios de intimidad también puede llegar a resultar tóxico en las familias». «Hay que saber encontrar un equilibrio». El director de la Fundación Cuin, en todo caso, anima a mirar todas las situaciones en positivo: «No debemos señalar a los menores, ni a los padres, ni a un colegio en concreto. De todas las experiencias se pueden sacar buenas enseñanzas».
Carlos San Martín Médico sexólogo
Los sexólogos llevan años «muy preocupados» por la forma en que los niños y adolescentes se están autoeducando en cuestiones sexuales. Lo hacen, según el médico sexólogo Carlos San Martín, gracias a la facilidad para acceder a estos contenidos. «Y a edades muy precoces: la media, según un estudio de la Universidad de Orense, está en los once años. Pero hay niños que entran en contacto con solo ocho o nueve». Otro informe, sacado de pacientes reales, fijó «en un 54% el porcentaje de menores de 30 años que ven porno a diario».
San Martín sabe de qué habla: hace lustros participó en programas de educación afectivo-sexual (ahora se llama educación sexual integral) del Gobierno de Cantabria en los centros escolares, una iniciativa que se debería recuperar «de forma urgente». «Los padres no tienen ni idea de los mensajes a los que están expuestos en la actualidad sus hijos».
Los únicos antídotos, en su opinión, son, por un lado, un control parental eficaz e introducir en los colegios e institutos las enseñanzas que imparten los profesionales. «No hay que tenerle miedo a exponer a los niños en estas cuestiones. Al contrario, es obligatorio darles herramientas para que sepan gestionar todo lo que se van a encontrar. Están viendo violencia sexual con normalidad y estas situaciones les condicionarán toda su vida si no se les explica de antemano».
San Martín señala que los sexólogos ofrecen educación para edades tempranas «con base científica y de forma transparente». «No tenemos nada que ocultar. No vamos a los centros a inducir a nada. Vamos a enseñar el respeto a su propio cuerpo y a los demás. Hablamos de sexualidad sana». El profesional está en contra del pin parental que ha causado tanta polémica en algunas autonomías –donde los padres se oponen a que sus hijos reciban estos conocimientos en el colegio por temor a que sean 'adoctrinados'–: «Siempre digo que es más fácil educar a un niño sano que curar a un adulto enfermo».
Con este fácil acceso al porno se están generando conceptos como la «generación pornonativa». Los profesionales llevan tiempo tratando en los congresos las formas de abordar clínicamente todo lo que genera «el uso problemático de estos contenidos». En su consulta, San Martín trata a menores de 25 años («chicos de 18, 19...») con eyaculación precoz y disfunción eréctil con origen en una mala experiencia sexual, «lo que les genera frustración y les impide mantener relaciones sentimentales con un sexo sano». «El llamado 'nuevo porno' les ha acostumbrado a asociar el sexo a actos extremadamente violentos y a cosificar a las mujeres, ya que en esos contenidos sufren agresiones y son violentadas. Esto no es un modelo de sexualidad, sino de violencia».
A San Martín también le inquieta que se frivolice con páginas como 'Only fans' –donde las chicas mercantilizan su imagen y su cuerpo– o con los 'Sugar Daddies' –hombres mayores de alto poder adquisitivo que mantienen relaciones con chicas jóvenes–, «que al final es pedofilia normalizada». «No somos conscientes de todo lo que genera esto», concluye el médico sexólogo.
Beatriz Payá Psiquiatra infantil en Valdecilla
Si a Beatriz Payá se le pregunta qué soluciones aportaría ella para luchar contra unas estadísticas que hablan del aumento de la violencia en las relaciones entre adolescentes, su respuesta inmediata es «supervisión, supervisión, supervisión y supervisión». A la coordinadora de Psiquiatría Infantojuvenil del Hospital Valdecilla le parece (como al resto de expertos) que los chicos de hoy tienen un acceso «excesivamente fácil a través de las redes sociales a todo tipo de contenidos», lo que, a su juicio, es grave porque «no está yendo acompañado de una educación emocional, desde edades tempranas, que les enseñe el respeto al otro y a saber decir que no cuando hay que decir que no». «Es muy necesario educarles en el respeto al otro, hay que enseñarles lo que es la intimidad, hay que transmitirles –desde que se crea que lo van a entender– lo que es una situación de riesgo para su integridad».
Y esto debe ir unido a una mayor atención por parte de los padres sobre sus vástagos. «La familia debe esta atenta y receptiva a lo que dicen los niños, porque a veces ellos verbalizan los abusos a su manera. Es cierto que puede asustar lo que se oye, pero no sirve de nada no hacerlo».
La psiquiatra recomienda, por otro lado, «estar muy encima de los cambios conductuales de los menores y tener sensibilidad para captar las señales que mandan». «Si, por ejemplo, rechaza quedarse con un cuidador –aunque sea un tío o un abuelo– hay que preguntarse qué está pasando y no dejarlo correr».
De forma colateral, Payá señala como «preocupante» que en las consultas se está detectando «mucho abuso sobre los adolescentes». «Violencia intrafamiliar que no se sabe ver a tiempo, porque los menores suelen tapar que están siendo maltratados y las consecuencias emocionales solo se verán a largo plazo».
Por eso, insiste en que hay que «comunicarse continuamente» con los niños y adolescentes, ya que, en el caso de que estén expuestos a abusos, «estos son un factor de riesgo demostrado de cara a la salud mental, ya sea acoso escolar, abuso físico, sexual o verbal».
Según sus datos, entre un 80 y un 90% de los trastornos mentales graves que acaban en depresiones, pensamientos suicidas y situaciones de autolesión tienen su origen en traumas relacionados con los atropellos que hayan sufrido. «El porcentaje es altísimo y debería dar qué pensar» a la sociedad.
La doctora es partidaria de «enseñar a los hijos lo que son los abusos para que sepan reconocerlos en cualquier contexto» porque ese aprendizaje sirve como prevención, «para protegerles». En teoría, esto funcionará cuando los chicos se expongan a las redes sociales o a grupos en los que circulan contenidos de riesgo. «En estos casos, es muy necesario haberles educado para que sepan decir que no» a mensajes que no son adecuados.
«Y vuelvo al principio: supervisión, supervisión y supervisión. De los tiempos de uso», por ejemplo, de los dispositivos. «Llevamos años diciéndolo, pero no sé hasta qué punto se hace caso», lamenta Payá.
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