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El otro efecto letal del covid

El otro efecto letal del covid

Cantabria ·

Cierres anticipados. El covid ha dado «la puntilla» a negocios y comercios que han tenido que bajar la persiana de forma precipitada antes de lo previsto. Los autónomos alertan de que «el 10%» podrían seguir el mismo camino si nada cambia

Rafa Torre Poo

Santander

Lunes, 30 de noviembre 2020, 07:05

No es fácil tomar la decisión de cerrar el negocio que has regentado durante décadas. Mucho menos si es precipitada y obligada por la reducción de ingresos que ha traído el covid a cuenta de las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias. Un adiós antes de tiempo que en algunos casos ha arruinado la vía de ingresos de empresarios y empleados. En otros supone un amargo trago después de una extensa vida laboral entregada al trabajo. «Siempre dije que cuando me jubilara haría un 'fiestorro', pero ahora ni se puede ni tengo ganas», afirma Rosamari, una de las personas que participan en el reportaje tras anunciar el cese de la actividad del Montecarlo, su hotel y restaurante de Colindres.

Es una problemática oculta puesto que ahora no se distingue bien qué comercio ha bajado la verja de forma temporal y cuál lo ha hecho para siempre. Los últimos además deben afrontar antes un engorroso papeleo que dilata durante meses el proceso. Así que es muy difícil determinar con exactitud cuántos negocios han cerrado en Cantabria desde que se desató la pandemia en marzo. Es el Ministerio de Empleo el que hace un barrido anual para cifrarlo y en 2020 aún no lo ha hecho. «Según nuestro último barómetro de hace menos de un mes, el 10% de los autónomos de España prevé que tendrá que cerrar y uno de cada tres se plantea, dadas las circunstancias, reducir la plantilla. En términos absolutos, la crisis sanitaria podría llevarse por delante 500.000 empleos y 300.000 autónomos», advierte Ana Cabrero, presidenta de ATA Cantabria.

Es un horizonte nebuloso propiciado por la reducción drástica del consumo. «Los comercios y la hostelería son, sin duda, los sectores más perjudicados en la región. Son pequeños negocios que representan la mayoría de nuestro tejido productivo. Muchos no soportarán la caída tanto tiempo, la liquidez se ha agotado y es bienvenida la ampliación de los créditos ICO, pero sin actividad, sin consumo, de poco servirá», añade Cabrero. Es lo que le sucedió a Yuberki Altagracia en su bar de Torrelavega. «La pandemia me hundió en la mísera, ahora estoy a la deriva», se lamenta.

«Las ayudas que se están concediendo aquí son sólo un paliativo, porque, no nos engañemos, no dan para aguantar por sí solas. En Alemania, por ejemplo, las subvenciones a pequeñas empresas y autónomos cubrirán hasta el 75% del volumen facturado a fecha de noviembre del año pasado. Eso sí que es apoyar», sentencia la presidenta de ATA.

Javier Mirones | Versuss Novias (Torrelavega)

«Cerraré tras las Navidades, cuando dé salida al stock»

El escaparate ya luce carteles de la liquidación. Luis Palomeque

Vestidos de novia de Rosa Clará, Victorio & Lucchino o Gai Mattiolo que podrían llegar a costar dos o tres mil euros a sólo cien. Es la única fórmula que ha encontrado Javier Mirones para liquidar las existencias que aún tiene en su tienda de la calle Juan José Ruano de Torrelavega. Uno de esos negocios de toda la vida, que ya forma parte del paisaje urbano de la capital del Besaya. «Seguramente cerraré tras las Navidades, cuando dé salida al stock», admite el propietario de Versuss Novias. Una empresa que comenzó en un piso encima del Horno San José hace 28 años y que en el 2000 se trasladó a su ubicación actual en la céntrica plaza de La Llama. «El reciente fallecimiento de mi esposa, Menchu, que era realmente el alma del negocio, me hizo tomar la decisión, aunque todo lo precipitó el covid. La pandemia ha supuesto la puntilla», reconoce.

Las restricciones por el virus se llevaron por delante los enlaces matrimoniales. «Se han suspendido unas 56.000 bodas en todo el país. Y el tema de la novia siempre es algo que se hace con mucha antelación. El confinamiento, además, nos cogió en uno de los momentos más altos de la temporada», explica. También afectó a las comuniones, que es otro de los nichos de mercado de su negocio. Aunque también reconoce que los gustos han cambiado y que el suyo era un sector que venía sufriendo durante los últimos años. «Ahora vestimos peor, creo. Pero no por nada. En lugar de querer lucir un vestido bonito, lo que priman son los viajes y la tecnología. Antes lo que las novias y madrinas querían era deslumbrar el día de la ceremonia», apostilla.

Cuando Versuss Novias baje la persiana Javier habrá cerrado un capítulo profesional y también personal. «Torrelavega da pena. Das una vuelta por la tarde y está desierta. Cada vez hay menos comercios y lo peor es que no se vislumbra una solución», recalca. «Si es que, con esto de la restricción de movilidad entre municipios, apenas viene gente. Con los buenos precios de liquidación que tenemos», lamenta.

Yuberki A. Germán | Bar Ambiciones (Torrelavega)

«La pandemia me hundió en la miseria, estoy a la deriva»

El bar Ambiciones cerró el mes pasado. Luis Palomeque

El coronavirus le pilló, como a la mayoría, por sorpresa. Yuberki Altagracia Germán se había hecho cargo hacía dos años del bar Ambiciones, en la calle Félix Apellániz de Torrelavega. Un local sin terraza que se sustentaba principalmente en el ocio nocturno de la chavalería, sobre todo los fines de semana. Pero el primer estado alarma cortó de raíz su vía de ingresos. Su situación actual «es límite», reconoce. «De no haber sido por el virus, habría podido seguir sin problemas, pero me he visto obligada a cerrar: las deudas me ahogaron», relata.

«Antes del confinamiento yo estaba más o menos bien, pero tres meses encerrada, sin ingresos, me obligó a pedir un préstamo a una persona para poder reponer las bebidas antes de la reapertura. Cuando por fin pude volver a trabajar, la cosa empezó a ir mal. La segunda ola y la prohibición de trabajar en el interior fue lo que me asfixió. No ganaba lo suficiente para pagar lo acumulado durante los meses del confinamiento y lo que se iba generando en el día a día», reconoce.

«Como no tenía demasiado dinero ahorrado, sólo disponía de lo mínimo para afrontar mis gastos de manutención, fui acumulando impagos, que son los que me impiden acceder a las ayudas. No tengo derecho ni al cese de actividad», explica. «La decisión del cierre fue bastante dolorosa para mí. Me hizo sufrir mucho y ahora estoy sin dinero», se lamenta.

Yuberki Altagracia ya tenía experiencia en la hostelería. Primero trabajó de camarera hasta que consiguió hacerse con las riendas de su propio negocio. «Fue duro, pero con ganas e ilusión lo fui sacando a flote poco a poco. La cosa no iba mal del todo, pero llegó la pandemia y me hundió en la miseria. Estoy a la deriva», asegura.

Ahora su mayor aspiración «es conseguir un trabajo con el que pueda pagar todas las deudas que acumulé hasta el momento y también que me permita salir adelante en el plano personal, porque no me encuentro en el mejor momento de mi vida».

Rosa Mª de la Torre | Hotel Montecarlo (Colindres)

«Me da pena terminar así, es como irme por la puerta de atrás»

Terraza del restaurante Montecarlo. Abel Verano

Siempre dije que el día que me jubilase iba a hacer un 'fiestorro', pero ahora ni puedo ni tengo ganas», explica apenada Rosamari de la Torre. Lleva toda una vida al frente del Hotel Restaurante Montecarlo, uno de los establecimientos emblemáticos de Colindres. Fundado por sus padres en 1962, los últimos 42 años los regentó junto con su marido, Adolfo Escacena, que murió hace cuatro. «Lo peor es la tristeza que me da terminar así. Es como irme por la puerta de atrás. No duermo pensando en que ha sido un remate triste, me han jorobado pero bien», reconoce. A sus 70 años pensaba continuar, pero el covid echó al traste sus planes. «Lo ha precipitado todo, porque yo de salud estoy bien. El trabajo me sigue gustando y me entretiene. He pasado aquí muchísimos años y he sido muy feliz», apunta.

«Da mucha rabia porque durante el verano pudimos capear el temporal, pero con la situación actual no da para seguir abiertos. Es que no sacas ni para pagar la Seguridad Social y los sueldos. Si continuara, tendría que meter a los trabajadores en otro ERTE y aguantar otros seis meses más. Lamentablemente, me resulta inviable», cuenta. «Ahora estoy funcionando con cinco personas para seis mesas en la terraza. Con cuatro o cinco menús y algún vino o café por la tarde no alcanza», apostilla. Por eso está convencida de que lo mejor es cerrar el establecimiento definitivamente. «Lo que no haré es desprenderme de él. Dentro de un tiempo quizás lo alquile, pero no lo quitaré. Tengo tres hijos maravillosos, que no viven aquí, pero nunca se sabe qué puede pasar el día de mañana. Por ellos quiero conservarlo», subraya.

Cuando echa la vista atrás recuerda cuando aún no había autovía y el Montecarlo era un punto obligado de parada al estar situado en plena carretera N-634. «Aquí se han hospedado grandes artistas como María Dolores Pradera, Manolo Escobar, La Chunga, el Dúo Dinámico... Es que antes, como no había tele, los artistas tenían que actuar», cuenta. Antes de echar el cierre, Rosamari lanza un mensaje: «Quiero decir a todos mis clientes que les estaré eternamente agradecida».

Begoña Villar | Begoña Tocados y Más (Santander)

«El virus fue la puntilla que me obligó a cerrar y a jubilarme»

Begoña echó el cierre tras 13 años en la calle Lope de Vega. María Gil

Aún le cuesta acostumbrarse al ritmo tranquilo y monótono de la jubilación. Siempre fue muy activa. Acudir cada mañana y cada tarde durante trece años a su mercería de la calle Lope de Vega, donde también hacía arreglos de ropa, tocados y sombreros exclusivos para bodas, le relajaba. «Es que a mí me gustaba el trato con la gente», asegura Begoña Villar. Aunque tiene claro que si no hubiera sido por la pandemia, seguiría abierta. «El virus ha sido la puntilla, la gota que colmó el vaso y me hizo tomar la firme decisión de bajar la persiana para siempre y jubilarme», admite.

Pero hasta llegar al pasado 30 de septiembre, fecha en la que se puso en el mostrador por última vez, Villar reconoce que hubo una serie de condicionantes que precipitaron el final de su trayectoria laboral. «Las Navidades pasadas, al menos para un negocio como el mío, ya fueron caóticas, pero lo que más pupa me ha hecho realmente, a mí y a los negocios colindantes, son las escaleras mecánicas», explica. «Estuvieron más de un año de obras y una vez terminadas ya nadie caminaba por la acera. Entraba muchísima menos gente», añade.

Con esta situación llegó al mes de marzo, cuando el Gobierno central decretó el primer estado de alarma. Su comercio, al no ser considerado esencial, tuvo que permanecer cerrado. «Me incorporé cuando nos lo permitieron y nada más abrir se estropeó la verja y el motor: casi setecientos euros me costó el arreglo», cuenta. A partir de ahí la situación no mejoró. «Podía haber aguantando más de no haber desembarcado la pandemia, pero es que tras la reincorporación apenas había trabajo. Este año apenas se han celebrado bodas, bautizos y comuniones. La mercería sola no daba, así que decidí poner todo en liquidación al 50% antes de cerrar. Pero me he tenido que quedar con bastante material, porque lo que no pienso hacer es regalarlo. Casi que podría montar otra tienda», relata.

Tras bajar la persiana por última vez, ahora trata de asimilar su nuevo rol vital.

Israel González | Restaurante La Isla de Cuba (Sierrapando)

«Lo peor de no poder seguir es enviar al paro a cuatro familias»

El restaurante cerró, el hotel sigue abierto. Luis Palomeque

Israel González es un empresario joven que reconoce que no es la primera vez que se enfrenta a una gran crisis económica. Fue uno de los damnificados del estallido de la burbuja inmobiliaria, lo que le obligó a reorientar su futuro laboral. Apostó por la hostelería y trece años después ha visto como ha tenido que cerrar uno de los negocios que regenta: el restaurante La Isla de Cuba, en la avenida de Bilbao de Sierrapando (Torrelavega).

«Cuando cogí el hotel y el restaurante ya sabía que sería complicado, pero poco a poco la cosa iba subiendo. Las cuentas para este modelo de negocio se hacen a cinco u ocho años vista y nosotros llevábamos apenas uno y medio. De no haber sido por el covid, habría seguido abierto. Eso, seguro. Al menos un año más para ver la evolución», explica González. Pero la pandemia dio al traste con sus aspiraciones. En la reapertura, tras el primer estado de alarma, se dio cuenta de que la situación no podía continuar así.

«Decidí cerrar el restaurante y quedarme sólo con el hotel. En La Isla de Cuba, además, no tenía terraza y con las nuevas restricciones me resultaba imposible trabajar. Los gastos superaban con mucho a los ingresos y no podía asumirlos íntegramente de mi bolsillo», cuenta. «Lo peor, sin duda, es que cuatro familias vivían de ello. Eso es lo que hay que visualizar, lo que muchas veces no se percibe. Lo peor de no seguir es tener que enviar al paro a esos trabajadores», lamenta.

Ahora lucha por mantener a flote el hotel. Lo consigue a duras penas con su otro negocio: La Principal, una pensión con restaurante situada en Barreda. «El dinero está saliendo de la pensión gracias al acuerdo que tenemos con el Ayuntamiento de Torrelavega para acoger transeúntes, y con Cruz Roja para hacer lo mismo con inmigrantes. En el restaurante trabajan cuatro personas, pero las cuentas no dan y tengo que poner de mis ahorros», relata. «La incertidumbre de continuar o no siempre está ahí, pero me tengo que aferrar con uñas y dientes», concluye.

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