
Tomás Calvo
Secciones
Servicios
Destacamos
Tomás Calvo
La emoción está presente en cada línea de esta conversación en la que Tomás Calvo rememora cómo se convirtió en el primer trasplantado de la ... historia de Valdecilla hace hoy 50 años. Una fecha, 26 de febrero, que siempre ha celebrado como su segundo cumpleaños; fue el día que volvió a nacer, a los 20, tras recibir un riñón de su hermana en una intervención pionera en Cantabria a cargo de un equipo médico que «eran unos fuera de serie». Un relato salpicado de recuerdos amargos, agradecimientos, buena gente y muchas despedidas: «Me emociono porque he perdido a cientos de amigos por el camino, los que me ayudaron y cuidaron tanto ya no están...». Las lágrimas que le impiden acabar la frase son la razón de que siempre haya preferido esquivar las entrevistas. Pero esta vez accede a participar en el aniversario de aquel hito para subrayar que «el pueblo de Cantabria es el más solidario que hay, como demuestran los datos de donaciones de órganos»; y que «tenemos mucha suerte de tener un servicio de trasplantes puntero, con profesionales formados con los mejores maestros».
-50 años después, usted representa la mejor prueba de lo bien que salió aquel primer trasplante en Valdecilla.
-Salió bien, sí. Hubo mucha suerte, entre otras cosas porque la donante fue mi hermana y los riñones eran prácticamente gemelos. Nunca hubo complicaciones de ningún tipo.
-Vamos a recordar su historia, que es el inicio de la actividad trasplantadora en Cantabria, ¿cómo llegó a Valdecilla?
-Vine un poco escapado. En 1972 había empezado con un cuadro de vómitos, inflamación de las articulaciones... Yo soy de Zamora, así que ingresé allí en el Hospital Clínico. Después de varios meses, no había un diagnóstico muy fiable así que mi familia firmó el alta voluntaria porque no podíamos seguir allí. A partir de ahí empezó un itinerario por muchos hospitales de España y al final aterricé en el Hospital Río Ortega, de Valladolid, donde me diagnosticaron una insuficiencia renal terminal. Pero allí había un tratamiento de hemodiálisis muy anticuado. Tuve compañeros jóvenes que murieron por peritonitis. Yo era un adolescente entonces pero les presionaba mucho a mis padres y a mis hermanos: 'Yo de aquí tengo que salir como sea'. Si no lo hubiera hecho, hubiera fallecido, como todos los que allí dejé. Volvimos a Zamora y por una amistad que teníamos en el Instituto Nacional de Previsión me dieron una orden de asistencia para la Residencia Cantabria, porque me había dicho un conocido de Valladolid que en Santander habían puesto un servicio de Nefrología muy bueno, con un nefrólogo que era el no va más: el doctor César Llamazares. Las otras alternativas eran Madrid o Barcelona, que eran los únicos sitios con servicios de Nefrología, pero yo pensé que si en Cantabria empezaba igual era más fácil que se fijaran en uno. Pude venir, en 1973, gracias a aquella orden, que era ilegal.
-¿Y cómo fue ese traslado?
-Pues mira, yo estaba ingresado en Cuidados Intensivos en Valladolid, que era donde nos ponían las diálisis peritoneales. Un día, tras acabar la sesión, en un despiste del personal, me fui a la ambulancia en la que me estaban esperando mis padres, fuera del recinto del hospital. Era un día de lluvia, gris... llegando a Reinosa, mi madre, que no conocía el norte, me decía '¿Pero dónde vamos?' Entonces se hacía el camino por Las Hoces, con tan mala suerte que nos embistió un Dodge Dart, que era un coche americano muy pesado, y nos echó fuera de la carretera. Y menos mal que estaba la policía por allí cerca y nos ayudó. La ambulancia quedó muy afectada, mi padre con magulladuras... pero, como pudimos, continuamos el viaje a Santander.
-Con accidente incluido por el camino, ¿pensó que no llegaba?
-Sí, lo cuento por eso, porque yo me escapaba de allí para ver cómo solucionaba mi vida y podía seguir para adelante... y resulta que por el camino nos pasa el accidente. Pero llegamos a la Residencia Cantabria, donde me estaban esperando. Y nada más entrar, me di cuenta que era un trato cercano, directo, y que lo importante era el enfermo. Eso yo no lo había visto en ningún sitio, y había recorrido muchos hospitales. Me sorprendió tanto que le comenté a mi madre: 'Esto es diferente'. Al día siguiente me visitó el doctor Zubimendi y después Llamazares, que al verme el catéter que traía puesto enseguida supo que de Zamora no venía, porque allí no sabían lo que era Nefrología. Claro, yo había salido de Valladolid, pero la orden estaba cursada en Zamora. Cuando se dio cuenta de que el procedimiento no era el correcto, yo me vine abajo, me eché a llorar, pero él me dijo: 'Tranquilo, que de aquí no te vas a ir'. Y así fue como empezó mi ingreso en el hospital.
-Y pasó más de un año hasta que llegó el trasplante de riñón...
-Sí, con la hemodiálisis (riñón artificial) me estabilizaron y estuve bien controlado durante año y medio, pero como estaba muy machacado -pesaba apenas 48 kilos-, había que hacer algo más, era el momento de jugársela.
-¿Cómo recuerda ese día en que le dicen que va a ser el primer trasplantado de Valdecilla?
-Ya había decidido que si llegaba ese momento, tenía que hacerlo. No es una decisión que tomara de la noche a la mañana. Meses antes, nos tuvieron que hacer un tipaje en Madrid para ver si los riñones eran compatibles. Fuimos mi familia y la de otro enfermo, que fue el segundo trasplantado, aunque el suyo finalmente fue de donante cadáver. En esos meses te vas mentalizando y te das cuenta de que es la salida.
-Y cuando llega la hora de entrar a quirófano, ¿qué sentía?
-Lo recuerdo como si fuera una película, está grabado cada instante. Recuerdo que me recogió la ambulancia en la Residencia Cantabria, que era donde estaba el servicio de Nefrología, y me bajó a Valdecilla. Horas antes de entrar a quirófano, yo quería aislarme de todo. Y llegó el doctor Gómez Durán, que era el cirujano que iba a hacer el trasplante, un fuera de serie. Se presentó, me dijo que estuviera tranquilo, que todo iba a salir bien... Cuando llegó la hora de entrar a quirófano, en la antesala estaba todo el mundo vestido de verde, y dije: 'Un momento, yo entro cuando esté el doctor Llamazares'. Y entonces él se bajó la mascarilla, me hizo un gesto con la mano, y al verle, dije: 'Ahora sí, ya pasamos'. Porque sabía que él me iba a cuidar.
-Y la intervención fue un éxito...
-Sí, de allí pasé a una habitación con una pared de cristal, que llamábamos la pecera, donde estuve quince días. No es como ahora, que te hacen el trasplante y te vas para casa. Entonces, al ser el primero, había que tener mucho cuidado. Como el riñón funcionó muy bien desde el primer momento, enseguida empecé a recuperar peso, movimiento en las articulaciones... La verdad es que siempre ha ido todo muy bien.
-¿Imposible no emocionarse al remover tantos recuerdos?
-Sí, me emociono porque he dejado en el camino a muchos amigos, cientos de amigos...
-Y hablamos de amigos en ambos lados, pacientes y profesionales, porque todos los médicos que le salvaron la vida, que fueron pieza fundamental de la historia de los trasplantes del Hospital Valdecilla, ya fallecieron.
-Sí, sí, de ambos lados. Gente que estaba para cuidarme, que se preocuparon tanto por mí... mucha de esa gente se ha ido quedando por el camino y el que ha quedado he sido yo. Es la vida, y no puedes hacer nada. Pero eso no quita que te vengan los recuerdos y que te duela que falten. Te queda un poco una sensación de culpabilidad, de que estés tú y ellos no.
-Llegó como paciente y acabó siendo parte de la familia de Valdecilla, donde trabajó de celador, ¿eso le unió definitivamente a Cantabria?
-Sí, empecé a trabajar en Valdecilla en 1982. Primero recuerdo que hacía entrevistas laborales que iban bien, pero en el momento que decía que era trasplantado les cambiaba la cara; lógico, les daba miedo. Después, salió una convocatoria de celadores y entré. Primero en Cuidados Intensivos, después en Información y terminé, hasta que me jubilé, en 2020, en la Secretaría General.
-Y quién le iba a decir que en el hospital iba a conocer a la mujer con la que formó su familia.
-Sí, Rosa era auxiliar de enfermería, trabajaba en la Residencia Cantabria. Nos conocimos por un amigo, Quino, ya fallecido, que fue como un hermano para mí. Cuando él estaba en diálisis (le llegó el trasplante más tarde que a mí), ella iba a visitarlo. Tenemos dos hijas, que son lo mejor que me ha pasado en la vida, porque son dos cielos de niñas; y tengo cuatro nietos, que son los que me cargan las pilas.
-¿Y ha celebrado con ellos este cumpleaños tan especial?
-Sí, lo celebramos el domingo pasado. Siempre celebro dos cumpleaños, el 20 de febrero, que es cuando nací, y el 26, que fue el día del trasplante. Procuramos siempre buscar una fecha para hacer la celebración doble.
-Usted nunca ha querido protagonismo, casi al revés, ha sido muy reacio a las entrevistas.
-No me gusta, porque me emociono. Por eso, procuré siempre reservarme de esa exposición pública, prefiero pasar desapercibido, pero siempre me he brindado a ayudar a quien lo ha necesitado. Recuerdo una vez que llegó un paciente joven al hospital, muy nervioso porque le iban a hacer un trasplante de riñón. Entonces estaba yo en Información. Le dije tranquilo, que yo he pasado por esto hace años. Y aunque al principio no se lo creía, cuando vio que era verdad, me agradeció que le tranquilizara. Decía: 'Cuando hablé contigo se me pasó todo, y eso que llegaba muerto de miedo'.
-Poder contar su experiencia 50 años después es un buen regalo para este 50 aniversario...
-Me ha animado mi familia. No hay duda de que es un aniversario para celebrar en Valdecilla porque han hecho una labor fenomenal. El anterior coordinador de la Organización Nacional de Trasplantes, Rafael Matesanz, en un acto celebrado por el 25 aniversario de la muerte de César Llamazares, hacía alusión a la frase de Isaac Newton que decía 'Y hemos conseguido todo esto porque hemos cabalgado a hombros de gigantes'. Gigantes como Llamazares, Gómez Durán, Dierssen... Los cántabros tenemos una suerte tremenda de tener un servicio de Nefrología puntero. Nunca ha habido una generación tan bien preparada como esta, antes con poco se tenía que hacer mucho; han tenido a los mejores maestros.
-Y en esa historia, la sociedad cántabra ha jugado un papel crucial con sus donaciones.
-Yo siempre digo que hubo otro protagonista ahí y es el pueblo de Cantabria. A mí me hicieron el trasplante de mi hermana, pero a los quince días se hizo el segundo, de un donante fallecido, y después otro, y otro... Era como si la gente de aquí hubiera dicho: 'Aquí estamos, haberlo dicho antes'. Gracias a que los cántabros han sido más solidarios que nadie y tiraron para adelante con las donaciones, siempre hemos sido referencia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La palygorskita, los cimientos del vino rancio en Nava del Rey
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.