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El abominable bicho de las fiebres sigue atacando con virulencia. La fiebre parece haber alcanzado incluso a nuestros móviles, que arden de puro agotamiento. No sé qué habría sido de nosotros en esta emergencia social sin estos aparatos que sirven para todo. No sólo para teletrabajar. También para relacionarnos. Para los pacientes ingresados por coronavirus están siendo un extraordinario paliativo, y para sus familiares, el mejor ansiolítico. No hay nada más estresante que la incertidumbre. Ni mejor desinfectante que la información. Y a ella nos dedicamos en este oficio sobre el que les solemos hablar en estas cartas a los lectores.
Bicho, quedas al margen por un rato. ¡Largo de aquí! Estábamos hablando de móviles. ¿No están ustedes hartos del maldito corrector? El maldito corrector es como esas personas bienintencionadas que estorban cuando intentan ayudar. Si ya es difícil escribir con el teclado del teléfono, la cosa se complica con el asistente, e insistente, automático. Nuestros chats de trabajo se han llenado estos días de «hospitales saludados» en vez de «saturados»; de «ánimas», en vez de «ánimos»; de «Ana acusada», en vez de «avisada»; de «-¿Quién administra este grupo? -Marido», en vez de Mario; de «pregúntale si quiere cobrar su testimonio», en lugar de «contar», que miren si no es brutal la diferencia. Nos las lía pardas.
Total, que nos hemos vuelto fanáticos de los emoticonos, que ahorran mucho esfuerzo y no admiten erratas. Pero sí errores, ojo. Con tanto mensaje cruzado y simultáneo, a veces el dedo te la juega. «Hoy tengo bajón. Ha sido una locura de día, no daba abasto», se desahoga una compañera exhausta al final de la jornada sin final. Y tú le mandas el emoji de llorar de risa. Si te das cuenta, ni tan mal, pero si te despistas porque también estás ya grogui, ahí queda el ideograma de la carcajada, quién sabe si sembrando rencores infundados o alimentando sospechas sobre tu locura.
¿No se les amontonan las preguntas estos días? ¿Qué pensarán los presos al saber que ahí 'fuera' estamos todos recluidos? Después de tanto empacho de pantalla, ¿los niños de hoy liderarán una reconquista de la calle? ¿Volverán a jugar al aro y la peonza? ¿Traerá el confinamiento una generación de artistas con tanto dibujar en casa? Pienso en los animales del Parque de la Naturaleza de Cabárceno, sin coches, sin ruidos, sin público, con la única visita de sus cuidadores. ¿Serán estas semanas las más felices de sus vidas? ¿A cuántos confinados se les habrá ocurrido poner una correa al gato e incluso al hamster y sacarlos a pasear a ver si cuela? ¿Y cuántos habrán instalado un candado antiasalto en la nevera?, como sugiere nuestro compañero Paco Fernández-Cueto, muy de remedios radicales.
Hay que embridar un poco la mente o saldremos de este encierro todos majaretas. Yo he conseguido expulsar el 'Resistiré' de mi cabeza. El confinamiento es un peñazo, pero, además de ser la vacuna contra el coronavirus, tiene beneficios colaterales. Si pensaba el bicho que nos iba a distanciar, resulta que nos ha acercado. Verán, cuando trabajábamos en la Redacción, ¡qué tiempos los de a. c. (antes del coronavirus)!, apenas conocíamos a las familias de los otros, y ahora tenemos el móvil lleno de vídeos y fotografías de sus perros, de sus gatos y de sus niños. Mario Cerro es menos de enviar imágenes, pero su hijo Dani irrumpe de vez en cuando en la pantalla en plena videoconferencia. Así que cuando el redactor jefe dice: «Voy a mandar a Dani a la calle para que hable con los equipos de emergencias», alucinamos, hasta que caemos en la cuenta de que se refiere a nuestro compañero Dani Martínez, uno de los periodistas que patea la ciudad estos días.
«Piensa que la alambrada sólo es, un trozo de metaaaal...». (Lo siento. Es que un clavo saca a otro clavo, y ahora tengo dentro a Nino Bravo). Cuando estábamos en la Redacción (parezco el abuelo Cebolleta), uno se iba a casa por la noche y a lo mejor no decía nada o un simple «hasta mañana». Y no había reacción más allá de un vago gesto con la mano. Eso era a. c. Ahora basta leer un «desconectooooo» en la pantalla para que empiecen a entrar emojis en cascada, ristras de aplausos y rosarios de bíceps. Salen del grupo como campeones.
Y como no están en esos chats, desde aquí mandamos una ovación cerrada a los quiosqueros y repartidores, y a los fotógrafos, cámaras y redactores de El Diario que se meten en residencias, hospitales e instalaciones de emergencia para contar lo que de verdad está pasando. ¿Y lo guapos que están con mascarilla? A ver, que no lo digo porque les tape la cara. No le saquemos punta a todo. Hablando de punta, a ver cuándo alcanzamos el dichoso pico de la pandemia y emprendemos el descenso, porque la flecha indicadora de nuestro depósito de buen humor marca la zona roja de reserva y cada vez es más difícil repostar.
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