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JOSÉ CARLOS ROJO
Lunes, 8 de noviembre 2021, 07:19
Santander. El salmón encarna la representación natural de la paciencia. Durante los meses de verano permanece agazapado en los ríos, aguas abajo, escondido en las pozas. Y estos últimos días, animado por el aumento de los caudales que han traído las fuertes lluvias, comienza el ... remonte de las cuencas. En Puente Viesgo existe una escala donde es fácil verlos saltar contra corriente en una muestra de vigor desbordante. Allí se trasladaron este fin de semana profesionales de la Consejería de Ganadería y Medio Ambiente para ayudarlos a dar ese paso clave en su ciclo de vida.
«Los cogemos y los contamos. Es importante saber cuántos están subiendo el río», cuenta Ángel Serdio, subdirector general de Medio Natural del Gobierno cántabro. «Vemos cuántos están marcados, que son los que proceden de las recrías que soltamos en los ríos, y también estudiamos cuántos machos son, cuántas hembras... el tamaño y su estado de salud, etc». Es, en toda regla, lo más parecido a una revisión médica anual.
Entre el viernes y el sábado los especialistas de la Consejería y del Centro Ictiológico de Arredondo, donde se crían los salmones con los que se repueblan las cuencas cántabras, cogieron 125 ejemplares. «De todos ellos detectamos 14 que iban marcados de nuestro criadero», cuenta Serdio. Trasladaron 15 a Arredondo, donde servirán para refrescar la sangre del criadero; y el resto fueron soltados aguas arriba, para ayudarlos en su camino hacia lo alto.
El ciclo vital de estos salmones comenzó hace dos o tres años. Siendo alevines -probablemente en este mismo río o en uno cercano- engordaron un año en agua dulce. Un paso previo antes de emprender la verdadera aventura de la especie en su viaje oceánico hacia latitudes superiores. Viven uno, dos, o incluso hasta tres años en agua salda, comiendo pequeños invertebrados, principalmente quisquillas, lo que aporta ese color rojizo que es característico de su carne. Algunos alcanzan Groenlandia, donde el agua es gélida.
En su regreso al lugar donde nacieron se dejan guiar por un fuerte instinto de orientación que los devuelve a su lugar de nacimiento. Se encuentran de nuevo con el agua dulce y comienzan en primavera el remonte del río. El objetivo: alcanzar las zonas más altas para el desove. Arriba el agua es más fresca, lo que evita la proliferación de hongos, bacterias y además mantiene bien conservada la hueva. En lo alto es más difícil también que haya grandes predadores que los ataquen y el entorno está más oxigenado y limpio. Además, en el caso de riadas, siempre se remueve menos el suelo del río, donde estos animales entierran los huevos, para que permanezcan ocultos.
«Ahora tienen entre 5 y 6 kilogramos pero pueden llegar a pesar hasta 10», asegura Juan Cobo, trabajador del centro ictiológico de Arredondo, donde las condiciones de vida son mejores que en el entorno natural. «Los ejemplares que están ahora en el río morirán tras el desove, pero los que llevamos al centro podrán recuperarse y reproducirse más veces».
Estos días el trabajo de estos operarios de la Consejería es un espectáculo para los vecinos de la zona y para los turistas que pasean por la zona. «Siempre es llamativo para todo el mundo, incluso para nosotros, que ya lo conocemos de sobra. Creo que es porque es un animal muy interesante que demuestra una tenacidad y fuerza impresionantes», explica Siro Manuel Mazo, pescador de la zona y aficionado al mundo que rodea a esta especie.
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