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España es una entelequia», leí recientemente en un mensaje que agradezco porque me da pie al presente comentario. Aquellos que no se hayan acercado nunca ... a la filosofía académica (lo que no quiere decir que no filosofen, pues todos los seres humanos lo hacen, igual que hablan en prosa inadvertidamente, como el personaje de Molière) tenderán a tomar ‘entelequia’ en el primer sentido del diccionario: cosa irreal. Pero los que hemos tenido el vicio del amor a la filosofía inmediatamente pensamos en Aristóteles, para quien la entelequia es lo que hace que una cosa se desarrolle hasta su perfección. Hoy diríamos: su programa. (‘Entelequia’ procede del griego ‘entelés’, ‘completo’, y de ‘echein’, ‘llevar’, o sea que significa ‘la que conduce a plenitud’). No es algo irreal, sino el principio de realización. Así, España como entelequia puede ser o bien una cosa irreal, que creo era el sentido del mensaje crítico, o bien un programa de desarrollo hasta una cierta completitud, es decir, una realización de posibilidades históricas.
Por resumir mucho, podemos decir que desde finales del siglo XIX el pensamiento político español se divide en tres sectores: los que creen que España es una entelequia en el primer sentido, como los nacionalistas catalanes, vascos, gallegos y cierta progresía radical; los que creen que España es una entelequia en el segundo sentido, como los liberales, los conservadores españolistas o los socialistas moderados; y finalmente aquellos estratos intelectuales entre ácratas y progresistas que afirman ambas cosas a la vez, a saber, que España es irreal (pues la verdadera serían «los pueblos de España») y que España es un programa de desarrollo (el suyo: la federación desde la base, o la autodeterminación en un buffet libre constitucional).
En la última guerra civil, el bando insurrecto era monolítico del segundo sector, mientras que el bando de la oficialidad estaba compuesto por creyentes de los tres sectores pugnando entre sí. La entelequia que se impuso por las armas se definía programáticamente por la antigua unidad imperial legendaria, un neo-castellanismo cultural, un exacerbado catolicismo en la vida pública y una regulación autoritaria de las diferencias sociales (a esto se añadió a partir de 1959 la ‘auri sacra fames’, es decir, sagrada hambre de dinero, con el desarrollismo tecnocrático amparado por el Pentágono). Una España real de capitalismo retardado bullía bajo una España irreal que suspiraba por los Reyes Católicos en la época de los «reyes catódicos» de la televisión. Con la derrota del mix republicano habían desaparecido momentáneamente las entelequias motrices propuestas por Ortega, Unamuno o Azaña. Volverían en 1975.
En la ‘Metafísica’ (nombre inocurrente que le pusieron los editores antiguos al libro solo porque iba «detrás del de Física»), Aristóteles señala que hay dos modos de que una posibilidad se realice. Según el primero, se realiza en un objeto: la capacidad de construir se actualiza propiamente en el edificio. Por eso el edificio expresa la capacidad del autor, como el Centro Botín de Renzo Piano. En el segundo modo, la capacidad se realiza solo en la acción: la capacidad de ver se realiza viendo. Así que en un caso la potencia se actualiza en el objeto; y en el segundo, en el sujeto: «la visión en el vidente, teorizar en el teórico, y el vivir en la psique, y por tanto la felicidad, que es una clase de vida», escribe optimista Aristóteles.
Debemos al genio de Ortega y Gasset la percepción clara de que una ‘nación’ es al mismo tiempo la actualización de posibilidades históricas pasadas (en cuanto colectivo real sobre un territorio, con unas instituciones y unos usos sociales determinados, es decir, la España que somos hoy) y un posible programa de futuro que convoca a todos desde una empresa o proyecto. Es decir, no solo la casa construida, sino también la visión, el vivir y todo eso que se realiza en el sujeto que palpita y piensa. España-objeto y España-sujeto. El proyecto de vida común como entelequia movilizadora.
Esto vale también para Cantabria como unidad política en construcción oficial desde 1981. El autogobierno fue provocado por un movimiento municipal que se inició en Cabezón de la Sal. Esa motorización de alcaldes y concejales fue decisiva porque mucha gente pensaba que Cantabria era una ‘entelequia de la primera clase’, es decir, irreal como entidad histórico-política. Pero prevaleció la idea de segunda clase: que Cantabria tenía en sí misma, un poco dormido quizá desde la Edad Media, el principio que la llevaría a su perfección o autocumplimiento. El debate político se centró en qué entelequia programática sería la más adecuada para realizar las potencialidades cántabras. En principio, iba a ser una doble realización: la autonomía se expresaría en sus obras y logros (el edificio de Aristóteles), pero también en la formación de un sujeto autónomo capaz de elegir libremente su camino y ‘personalidad’ (el vivir de la psique).
Una pregunta legítima en 2018 es si no estamos retrocediendo a la entelequia regional como irrealidad. En primer lugar, nos apresuramos a fijar nuevos ‘edificios’ que, paradójicamente, no subrayan tanto la autonomía cuanto su rebasamiento: un tren más moderno con Bilbao o una vía turística con Burgos, pero también conectar con el Museo Reina Sofía, crear un Museo de Prehistoria internacionalmente atractivo, volar hasta el Danubio azul, ampliar el Puerto. No hay aquí ningún desarrollo de una entelequia de perfección castiza, sino admisión directa, y en ocasiones ansiosa, de nuestra función de nodo mixto.
En segundo lugar, el sujeto cántabro apenas piensa en la autonomía. La gente clama por igualdad para las mujeres; pensiones dignas; transporte público eficaz; más sensibilidad estética por parte del tecnócrata de turno; una sanidad que trate adecuadamente a los profesionales y, por tanto, a los pacientes. Si alguna de estas cosas entra en contacto con el autogobierno, es porque reglamentariamente le toca, pero no porque forme parte de la entelequia programática regional. Y es que todos los entes sub-europeos se están convirtiendo en entelequias del primer sentido: irrealidades que no pueden afrontar la globalización por sí solas, y fingen soberanías imaginarias. La verdadera entelequia programática es hoy Europa, y en esto Ortega tenía también razón. La nuestra regional será real en la medida en que sea europea, pero no una copia, sino un original.
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Ana del Castillo
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