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Imagen de una de las últimas celebraciones navideñas de la familia Sainz-González en su casa de Igollo de Camargo. El año pasado fueron unas treinta personas.
«Lo entendemos, pero da mucha pena»

«Lo entendemos, pero da mucha pena»

Dos familias cántabras recuerdan su última celebración navideña y ponen en la mesa todas sus dudas para este año

Álvaro Machín

Santander

Jueves, 26 de noviembre 2020, 07:04

Por teléfono, los dos hermanos se han cruzado la pregunta ya varias veces. «¿Y qué vamos a hacer con mamá?». Porque mamá tiene 84 años y vive sola. Sin convivientes, con burbuja reducida. Está estupenda, se apaña con sus cosas de maravilla, pero lleva semanas diciendo que se siente triste. Sale a dar un paseo por los alrededores de su casa para que el confinamiento no le pase aún más factura. Sin quitarse la mascarilla y saludando sin acercarse mucho. Pero los hijos –que se preocupan– le han dicho hace tiempo que mejor no vaya a tomar el café con las amigas y que ellos se ocupan de sus recados. Y claro que van a verla. Con cuidado, un ratín. Lo que se puede. Pero nada de que vengan los nietos a comer, que son chavalería y vete tú a saber, y el teléfono no es lo mismo. «¿Y qué vamos a hacer con mamá?», se preguntan otra vez. Porque mamá ya dice a menudo que, si no la mata este virus, la matará la soledad que siente.

Esa conversación, más allá de normas o de sentido común para luchar contra la pandemia, está hoy sobre la mesa. Y más con la Navidad a la vista. No es la actualidad de un país, es la de cada casa. La del comedor o la mesa de la cocina. Y la pregunta de los dos hermanos –que es real, una historia (y una duda) real– va sobre la Nochebuena. Es una de las muchas preguntas que circulan sobre las fiestas. Los parientes de fuera, los hijos que no viven ya en casa, los nietos que hace meses que no ven a la abuela, los que viven en residencias... Sobre cómo lo vamos a hacer –o cómo lo van a hacer los que las celebran de forma potente, que no es todo el mundo–. Hay dos posturas en la calle. La de los que piensan en salvar la Navidad a toda costa (y echan pestes contra las restricciones que se anuncian), y la de los que creen que lo que hay que salvar es la curva y que no vale de nada reducirla ahora si en enero vuelve a tirar a lo alto.

«Yo no discuto las normas que pongan. Y lo entiendo. Lo damos todo por bueno si sirve para algo, pero estamos viviendo todo esto con mucha tristeza», dice Nacho Dirube. «Si yo lo entiendo, que no se va a poder. Y que será para bien. Pero nos fastidia muchísimo y es un disgusto muy grande. Porque es demasiado ya, sientes hartazgo. Y ves manifestaciones u otras cosas con mucha gente y piensas que hay eso y que tú no vas a poder cenar con tus hijos en casa en Nochebuena». Eso lo explica María Jesús González.

No son dos casos al azar. Son miembros de dos familias cántabras de las que celebran las fiestas juntándose muchos. Que se hacen esas preguntas que circulan estos días por las conversaciones –ayer alguien bromeaba en un grupo de WhatsApp hablando sobre el tema poniendo el vídeo de las campanadas de Carmen Sevilla y Ramón García en 2003, «esto por Youtube a las nueve de la noche y listo»–.

«Yo no discuto las normas. Las damos por buenas si de verdad sirven para algo, pero espero que entonces todo el mundo esté concienciado»

Nacho Dirube - 26 personas el año pasado en casa

«Es una pena muy grande. Aplazamos que viniera la familia en verano por seguridad. Fuimos demasiado prudentes y ahora no se puede venir»

María Jesús González - 30 el año pasado

Para hacerse una idea, los Dirube son ocho hermanos, «todos casados y con hijos». Y los Rivas (la mujer de Nacho es Aida Rivas) son quince (viven catorce). «Y lo mismo. Todos casados y algunos, con nietos». «La vez que más nos juntamos fuimos más de cincuenta. Era la familia por parte de Aida. Lo tuvimos que hacer en el hotel Bahía porque en una casa era imposible». Lo que suelen hacer en Navidad es una reunión familiar «por cada parte». Una de Dirube y otra de Rivas.

«El año pasado –cuenta– en casa fuimos 26. Estábamos 19 en una mesa y en otra, siete niños». Nacho admite que las conversaciones con sus hijas de estos días están monopolizadas por lo que pasará en un mes. «Es el tema de estos días. Nosotros comemos juntos muchos días del año y no estar juntos en Nochebuena o Navidad supone un pequeño trauma. Es una tradición para nosotros y un ejemplo que quiero dar a mis nietos. Juntarse mucho con la familia. Y no es sólo en fiestas, pero sí especialmente estos días». Él insiste en que entiende las restricciones. Que no las discute, «pero siempre que todo el mundo esté concienciado». «Porque ver después a alguno que aprovecha que no le vigilan para meterse 150 en una casa...».

Ahora, lo que toca es esperar. «Procuraremos ajustarnos a esos seis que están diciendo por el momento y estaremos atentos para ver si hay cambios los próximos días. Y, en principio, el que venga a casa esa noche a cenar se quedará a dormir. El que venga lo normal es que se quede para respetar el tema del toque de queda. Yo respeto todas las opiniones, pero para nosotros es algo muy importante. Y para los que tienen familia fuera que sólo se reúnen en estas fechas es un asunto muy serio».

«Con mucha tristeza», insiste. «Por ejemplo, por el tema de los niños y vivir esa espontaneidad de su inocencia. Sabemos que es algo que este año nos tocará perdernos en parte, pero si es por algo bueno para todos –vuelve a decir–, claro que lo sacrificamos». Y no falta en su discurso navideño otro mensaje al hilo de estos tiempos. Otra cuestión que estará en las conversaciones navideñas. Porque Dirube es, además, el responsable junto a su familia de dos negocios de hostelería. Casa Aida y El Jardín de Aida. Los dos cerrados. «Con 65 años que tengo me estoy comiendo en unos meses todo lo que he hecho años antes. Como otros muchos compañeros». A ellos les dedica también su brindis. «Pues sí, felicitar a los hosteleros, que ojalá nos lleve por delante a los menos posibles y que, al menos, podamos tener cerca a nuestras familias».

Las treinta sillas

En la familia Sainz-González no se quedan atrás con las cifras. María Jesús González es la novena de diez hermanos. El caso es que sus padres vivían en su casa de Igollo de Camargo y, aunque ya no están, quedó la costumbre de que ese fuera el punto de reunión familiar para las celebraciones navideñas. Con parientes de Madrid y de Bilbao, además de los de aquí. «Nos juntamos como treinta, y este año compré precisamente treinta sillas, que las tengo ahí guardadas todavía sin desembalar». Lo dice –se intuye al otro lado del teléfono– con una media sonrisa. De pura resignación. «Sólo los de casa somos trece –se refiere a la familia nuclear, aunque ya no vivan en casa–. Somos muy familiares y es una pena muy grande todo esto. De hecho, en verano aplazamos el vernos con los de fuera pensando en dejarlo para más adelante por la seguridad. Fuimos demasiado prudentes en ese momento y ahora, ya ves, no se va a poder».

La mesa de los 'mayores' (había otra con niños) en la casa de los Dirube-Rivas las pasadas fiestas.

¿Y cómo se sintieron al conocer las normas que se preparan en ese borrador? «Pues muy tristes. Lo vemos muy feo, muy oscuro. Me dan ganas de decirles que se escapen, pero sabemos que no se puede y que no se va a poder». Reconoce que son una familia «cristiana», pero más allá de eso apela al carácter «entrañable» que para ellos tienen las fechas y al hecho de que la Navidad «nos une». «A nosotros, aunque entendemos la situación, nos duele. Va a hacer un año que no vemos a nuestros familiares de Madrid. Hermanos y sobrinos. Entre los primos han tenido mucha relación desde pequeños y nos causa mucha pena».

Insiste en eso. Que lo entiende –las restricciones–, pero que «fastidia muchísimo». «Es que incluso los trece de casa, con hijos ya casados que viven aquí al lado, tampoco podrían venir para reunirse con nosotros. Es un disgusto grande y todo esto, después de tantos meses, es demasiado ya. Seguro que es para bien, que es lo que hay que hacer, pero cuesta».

No oculta, en este sentido, que hay aspectos «difíciles de entender». Imágenes por televisión o en la calle que contrastan con el hecho de no poder juntarse en casa. «Veremos qué pasa». Qué pasa con los de Bilbao, con los de Madrid, con los hijos que viven a pocos metros (pero que se pasan del límite de seis) o con las treinta sillas.

«Nos tendremos que conformar con hacer una videollamada». O con el vídeo de Youtube de las uvas con Carmen Sevilla y Ramón García a las nueve de la noche. Es lo que –tiene toda la pinta– toca.

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