La epidemia de bronquiolitis no cesa y alcanza «el mayor número de niños ingresados»

«La ampliación de camas del plan de contingencia está dando resultados y nos está permitiendo responder a la demanda, pero vamos a ampliar más, dado el elevado número de niños que tenemos», añade Cabero. Una reorganización que también alcanza a la programación quirúrgica. Aunque no ha llegado a provocar cancelaciones, sí que se ha obligado a hacer ajustes, dando prioridad a la cirugía que no precisa ingreso, con la idea de liberar camas. Las autoridades sanitarias contaban con que antes del puente festivo iba a ser difícil que la onda epidémica del VRS remitiera. Y no se han equivocado en los cálculos. Sólo entre el 2 y el 11 de diciembre, los servicios de urgencias pediátricas de Valdecilla y de Sierrallana vieron a más de 2.300 menores, predominando los síntomas respiratorios. Un aluvión de casos que se tradujo en 95 hospitalizados (un 4,12% del total).

«La bronquiolitis en los más pequeños son las más complicadas, muchos de ellos requieren soporte respiratorio», explica Cabero, que reconoce que la pendiente de la curva epidémica del VRS ha sido más brusca que otras temporadas –siempre contando que los últimos años no son comparables por el impacto del covid–. La red de Vigilancia Epidemiológica constata el progresivo aumento de infecciones respiratorias en las últimas seis semanas en Cantabria –en línea con el resto de comunidades autónomas–, pasando de una tasa de 803 casos detectados por cada 100.000 habitantes en Atención Primaria a los 1.114 de la última, por encima de la media nacional (845). Y los menores de cuatro años son los más perjudicados. Un perfil que se repite entre los que acaban con cuadros severos en el hospital.

El VRS ha ido cobrado protagonismo a la vez que la gripe ha ido perdiéndolo, y ya ha dado el salto a la población adulta. Los pediatras advierten que son frecuentes los cuadros catarrales en los padres y abuelos de los menores afectados. «Y estamos viendo muchas coinfecciones en los niños», añade Cabero, con el riesgo que entraña cuando se cruzan bacterias frente a un sistema inmunitario ya debilitado por un virus. «Es la tormenta perfecta para que esos gérmenes pasen al torrente sanguíneo».