
Lo que el 'erasmus' ha unido que no lo separe el tiempo
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Tres décadas después de hacer piña en la UC, un grupo de cántabros, alemanes, austriacos y belgas se reencuentra en Santander para celebrar la amistadSusana Fernández Ramos recuerda perfectamente cómo empezó su amistad con aquel chico 'erasmus' que intentaba, no sin cierta dificultad, tomar apuntes en una clase de ... Empresas de la Universidad de Cantabria. Era el curso 1992-93 y entonces no era tan frecuente toparse con alumnos extranjeros en el campus de Las Llamas, toda vez que el famoso programa europeo de movilidad estaba aún despegando. «Me acerqué, me puse a hablar con él y le pregunté si necesitaba ayuda. En cierta forma, él me obligó a ir a clase todos los días a coger apuntes, escribiendo las palabras y las frases completas, para luego dejárselos. Todavía los guardo», cuenta ahora Susana. Le entra la risa al recordarlo.
El chico se llamaba Siebelt Schneider, era alemán, y aquella propuesta de auxilio académico dio pie a un vínculo que rápidamente contaminó a otros estudiantes cántabros y alemanes, también belgas, holandeses y austriacos. Todos formaron un grupo que entonces superó las diferencias culturales e idiomáticas a base de excursiones por la montaña, de fiestas universitarias, baños en la playa y apuntes pulcramente redactados; y que, con los años, ha ido salvando los rigores de la distancia y del paso del tiempo gracias a los reencuentros, a los mails, las videollamadas y a una férrea voluntad de seguir en contacto. Un grupo que, treinta años después, acaba de reunirse en Santander para recordar andanzas, dar cuenta de innumerables raciones de rabas, o caminar por la orilla de «todas las playas de Santander» acompañados, ahora ya sí, de sus hijos.
Y si bien no es la primera vez que esta banda de amigos se reencuentra, sí que es la primera que lo hace en el lugar en el que todo comenzó. «Yo entendía que Santander era el sitio en el que nos teníamos que volver a ver», dice Susana, que es profesora de Secundaria –trabaja en el IES Nueve Valles de Puente San Miguel– y que ejerció de anfitriona del grupo en la capital cántabra.
A Siebelt y a Susana se unieron Günter Wagner –para quien vivir un año en Santander fue «una de las mejores decisiones» de su vida; Manuel y Christine –ahora casados y residentes en Argelia–; Rafael –que en la actualidad reside en Stuttgart–; Federico –que ha vuelto a Cantabria después de vivir largos periodos de tiempo en Francia y China–; Roberto, que ha fijado residencia en Frankfurt; Tirso; Sabine Krenn, que acabó viviendo seis años en Cantabria; Sabine Mittermair-Krivez, quien aterrizó en la región en el curso 1994-95...
«En cierta forma, aquella experiencia nos abrió un poco la cabeza, nos abrió la mente y prendió en nosotros la idea de viajar. Hemos salido todos más o menos andarines», constata Susana, que, por su parte, ha vivido varios años en Colombia. «Ese gusto por conocer gente, compartir e intercambiar creo que nos unió mucho», agrega.
Otro de los miembros de este grupo tan heterogéneo es Jeroen Hoen, un belga-holandés – «yo siempre digo que soy europeo»– que, tras varios cambios de residencia, ha recalado de nuevo en Santander, donde trabaja y se desplaza en bicicleta por la ciudad.
Jeroen llegó por primera vez a la capital cántabra en el curso 1991-92 para estudiar Ingeniería de las Telecomunicaciones. La Escuela estaba entonces en construcción, así que asistía a clase en la Facultad de Ciencias. Compartió alquiler con Siebelt y con otros compatriotas, y su piso, que después fueron ocupando más y más paisanos, acabó conociéndose como el 'piso de los belgas'.
Jeroen hizo muchos amigos en el campus. Además, pudo ampliar su estancia en el campus gracias a una beca europea de doctorado. Sin embargo, antes de iniciar una carrera académica en la UC, el joven Jeroen decidió probar suerte en la empresa privada y esa decisión le convirtió en algo parecido a un nómada moderno. «Durante treinta años hemos viajado mucho por el mundo», apunta Hoen, que ha vivido en Madrid, Bélgica, Brasil o Chile. Después de la pandemia, tuvo oportunidad de volver a España y, concretamente, de cumplir su «sueño» de regresar a Cantabria. «El círculo se ha cerrado después de treinta años y ahora estoy viviendo otra vez en Santander. Es increíble».
Casado con una santanderina, Jeroen ha visitado regularmente la ciudad en los últimos años, pero, a su regreso definitivo se ha encontrado con una ciudad «muy cambiada». La zona de Valdenoja –hace años prados y casas bajas– luce ahora llena de edificios, hay carriles-bici, rampas y las escaleras mecánicas. La ciudad está también «más limpia». También el resto de 'erasmus', cuya mirada no está sujeta a la inercia del día a día, ha identificado pequeñas y grandes transformaciones en las calles de Santander, que, por ejemplo, ya no huelen a 'ducados'.
Susana aprendió sus primeras palabras de alemán hace 30 años, al mismo tiempo que sus nuevos amigos ganaban soltura con el español. Sin embargo, la comunicación en el grupo se fundamentaba en su voluntad de entenderse. «Desde el principio, ellos querían estar con gente con la que tuvieran que esforzarse y poner en práctica lo mucho o lo poco que supieran de español», evoca Susana. Ahora siguen haciéndolo. Gunther, por ejemplo, da clases de castellano en Alemania. Durante su visita a Santander, hizo parada en elNueve Valles para contarles a sus alumnos la historia de su país y las puertas que abre el erasmus. La reacción de los estudiantes fue positiva. «Aunque sea una decisión dura al principio, es una experiencia inolvidable que nos puede ayudar a ser más independientes, a mejorar nuestro aprendizaje y conocer otros países con sus tradiciones y costumbres», escribió uno de ellos.
Jeroen coincide. «Aconsejo mucho este programa; se lo aconsejo a mis hijos, a mis sobrinos. En nuestro caso, ha permitido que nuestras familias conozcan ambos los dos países. Ha creado un montón de movimientos y de viajes. Solo puedo decir que ha sido muy positivo».
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