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En cualquier evento siempre hay un entusiasta. Ese primer seguidor de la fila a la caza del sitio privilegiado para disfrutar del concierto de su grupo favorito. Loli Abascal era este jueves la «fan número uno» para ver al Rey Felipe VI en su visita a Santander. Y no, no es una exageración. Esta vecina de Obregón madrugó, se enfundó su bandera de España y con el paraguas rojigualda a juego bajo el brazo se plantó en la zona acordonada por vallas en el Centro Botín poco después de las nueve de la mañana, dos horas antes de la llegada del monarca. Con el cielo encapotado y la lluvia amenazando, a esa hora sólo pululaban por los jardines de Pereda cinco furgones de la Policía Nacional. Y allí estaba Loli, erguida con orgullo con su bandera y ojeando la revista Hola con una foto a doble página de la familia real. «Siempre venimos cinco amigas, somos el grupo de las monárquicas y vamos a todas las visitas de Cantabria y también a Oviedo, él ya nos conoce», comenta justo antes de que le interrumpa una llamada. Suena el himno de España.
A su lado, Manuel, de 12 años, muestra junto a su abuela la bandera nacional que tiene como fondo de pantalla en el móvil. Hace tres meses escribió una carta a Felipe VI para preguntarle por los requisitos para conseguir un título nobiliario. Al parecer, el pequeño monárquico no cumplía con el perfil, pero este jueves tenía un firme propósito: «Es mi sueño, ya me contestó a la carta con una foto de toda la familia, pero ahora necesito conocerle en persona y sacarme una foto», explicaba con una mueca entremezclada de vergüenza y emoción. «Es un fanático, y yo por mi nieto lo que sea, no nos vamos a casa sin foto con el Rey», decía su orgullosa abuela. Ellos encarnaban ayer el sentimiento de los más fieles seguidores, el pequeño grupúsculo de algo más de veinte personas que aguardaban poco antes de las 11.00 horas.
También hubo despistes. Un par de espontáneos se colaron en la zona de seguridad por error: un ciclista que accedió a toda velocidad sin darse cuenta y una trabajadora del Centro Botín, que pasó un primer control de la Policía Nacional pero que se topó con el alarmismo del equipo de seguridad pocos minutos antes de la llegada del Rey. «¿Pero cómo ha entrado?», exclamaba uno de los guardaespaldas. «No no, es una trabajadora», le respondía otro compañero mientras revisaba su mochila. La escena desató una carcajada del público, que cada vez era más numeroso al compás del goteo de llegadas de las autoridades. La presidenta del Gobierno de Cantabria, la delegada del Gobierno en Cantabria, la presidenta del Parlamento de Cantabria, la alcaldesa de Santander, el ministro del Interior...
Y al fin llegó la hora. El Rey asistió puntual a su cita, pero dejó un sabor agridulce entre los ciudadanos. Mano al alto, saludo breve a lo lejos y directo al interior del Centro Botín. «Qué mal, espero que vuelva a saludarnos», se quejaba un hombre mientras muchos decidían abandonar la zona. Los más fieles tenían esperanza. Y sí, cuando salió de visitar la exposición de la artista Shilpa Gupta, hubo premio.
Ese fue el momento en el que más de 300 personas se arremolinaron tras las vallas entre aplausos y gritos de «Viva el Rey» y «Viva España». Ahora sí, turno del tradicional baño de masas que despiertan las visitas reales. Paseíllo incluido y, con un trato muy cercano, apretón de manos y saludo con cada una de las personas que ocupaban la primera fila del vallado. «Qué alto y qué guapo», exclamaban las señoras junto a los gritos de «que viva el Rey, que viva la afición» de un grupo de casi 40 niños del colegio Miguel Bravo, del Barrio Pesquero. Salieron para visitar la Filmoteca y acabaron conociendo al Rey. «No es un rey mago, es la máxima autoridad del país, por favor, sed respetuosos y muy educados», les advertía una de las profesoras a algún pequeño un tanto despistado. «¿Qué, hoy no hay cole o qué?», preguntaba el monarca en tono jocoso y con una enorme sonrisa. Y para terminar, incluso le dio tiempo a conocer a la más pequeña de los asistentes, Sira, una bebé de siete meses a la que paseaban sus abuelos: «¿Podemos sacarnos una foto?, se lo contaremos de mayor». «Sí claro, gire el carro». Foto para el recuerdo. Y así se despidió, ganándose la simpatía de sus seguidores por su «naturalidad».
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