
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En la confluencia de dos ríos, el Pas y el Magdalena, resurge la leyenda en blanco y negro del Escudo. Desde el cruce de Entrambasmestas hasta el mirador de Cabañías (Bollacín), en el límite con la provincia de Burgos, discurre el alargado, verde y olvidado valle de Luena que despliega su imponente poderío natural y ancestral a ambos lados de la N-623. La carretera asciende por uno de los puertos de montaña más emblemáticos y misteriosos de la región, un coloso a batir para los ciclistas y, hoy en día, un itinerario de referencia motera.
Retomamos la ruta 623 desde el kilómetro 109. Es un tramo relativamente pequeño pero intenso y, seguramente, el eslabón más importante del recorrido, por todo lo desconocido que nos aguarda en sus desvíos: montañas que atesoran secretos duros de heridas mal cicatrizadas aún por la contienda de la Guerra Civil, pero también por las vidas que se cobró la carretera.
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Leguario. En el kilómetro 109, junto a la carretera y el bar de Entrambasmestas se encuentra este híto antiguo que marca la distancia a Santander
San Andrés de Luena. Uno de los pueblos más bonitos del valle, que destaca por su conjunto arquitectónico junto a la plaza principal.
El puente y la calzada. Los romanos dejaron su huella con un puente en Vega la Dueña y los restos de una calzada entre Sel de la Peña y Sel de la Carrera.
Resconorio y su menhir. Resconorio es el pueblo más alto del valle y cuenta con un bello conjunto arquitecónicoy un menhir de tres metros.
La cruz y el santuario. La tragedia del accidente de los italianos se encuentra señalada con una improvisada cruz en el kilómetro 100. Cerca está el Santuario de los Remedios.
Dónde parar. Apenas hay ya negocios, pero están el restaurante La Blanca, en Resconorio, y dos bares en Entrambasmestas
Luena es un lugar con historia construida piedra sobre piedra, como las paredes que sellan las lindes de sus praderías verdes. Allí dejaron huella varias culturas como la romana, la celta o la pasiega, aunque los luenenses reclamen su propia identidad frente a la de sus vecinos.
El menhir de Resconorio, la cueva del Churrón en Ocejo –con pinturas del paleolítico–, los restos romanos del puente de Vega la Dueña o la calzada entre Sel de la Peña y Sel de la Carrera, dan idea aproximada de una ínfima parte de la historia por explorar a cada lado de la N-623 y que ha sido eclipsada por el complicado paso del Escudo.
Este valle de caídos es, por todas estas claves, un lugar tan bello como desconocido que hay que descubrir con otra mirada. Con sus 92 kilómetros cuadrados es el cuarto municipio en extensión de la región, pero también lidera el ranking de los más despoblados con apenas 600 vecinos.
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Nuestra ruta arranca en Entrambasmestas, lugar donde se encuentra otra huella del pasado que da señas de la importancia del paso abierto en 1804. Se trata del leguario ubicado en el cruce que indica la distancia hasta Santander(ocho leguas, unos 44 kilómetros). Así lo relata Antonio González, uno de sus vecinos, técnico en telecomunicaciones de profesión y con alma de historiador. Él, junto a otros «amigos», se movilizaron hace unos años para rescatar la memoria de los pueblos del valle de Luena y promovieron la confección de una página web (www.valledeluena.es.tl) que, actualmente, es la guía más completa a consultar si uno quiere conocer el valle desde la mirada de sus habitantes. «Ser pequeñitos no significa no ser importantes», defiende.
El primer desvío de la carretera lleva al viajero brevemente a la plaza de Entrambasmestas por la CA-623 dirección a la Vega de Pas. Se trata de un bonito conjunto arquitectónico rural formado por una arboleda, casas, bar tienda, además de un antiguo potro y la iglesia de Santiago Apóstol (XVIII). La plaza acoge el monumento a uno de sus personajes más ilustres, el pintor Agustín Riancho. Antes de volver a la antigua nacional, en esta Junta Vecinal no podemos dejar de visitar lo que queda del puente colgante de Ocejo, una pasarela sobre el Pas que hace tan sólo unos días ha quedado gravemente dañada por las riadas. Tras esto, tendremos que desandar el camino para volver hasta el cruce y ascender al cielo y al infierno de la ruta. Poco antes de llegar a la curva de los italianos (kilómetros 100 a 99) haremos varios desvíos hacia izquierda y derecha de la carretera para poder conocer los distintos 'Sel' como Sel de la Peña o de la Carrera. Es camino de estas localidades donde se hallan los restos de una calzada romana que accede hasta el yacimiento del castro de monte Cildá. También merece la pena visitar en el barrio de Vega la Dueña los restos del puente romano o desviarse más adelante, en Sel del Ceo, a conocer un viejo molino.
Sin perder el rumbo de la nacional nos topamos con los pueblos de San Andrés y San Miguel de Luena. El primero de ellos cuenta con un conjunto arquitectónico excepcional, que incluye casas blasonadas y una singular fuente-bebedero en la plaza. El segundo sorprende por el silencio de sus calles semidesiertas, su iglesia y las hileras de viviendas con cuadras de las que salen gatos curiosos a saludar.
Antes de llegar al mirador de Cabañías o ascender al pueblo más alto de raíces pasiegas (Resconorio), hay una parada obligada en 'el infierno' de la temida curva de los italianos denominada así por el trágico accidente de 1971 que segó la vida de doce personas (militares y familiares de excombatientes de la Legión Littorio) que acudían a hacer una ofrenda floral al cementerio de la pirámide que corona el Escudo. Los vivos y los muertos fueron auxiliados por los vecinos.
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Dejando atrás la crónica negra de la curva, a la que rodean otras historias o leyendas urbanas de aparecidos, un poco más arriba se encuentra a mano izquierda el Santuario de Nuestra Señora de Los Remedios, patrona del valle. A partir de allí se llega literalmente al cielo camino al mirador de Cabañías desde donde se vislumbra todo el valle y las cumbres pasiegas de Castro Valnera o Porracolina. Poco antes, está el desvío a Resconorio donde se encuentra un menhir de tres metros.
La historia del Escudo es también la del valle y los negocios que surgieron al calor de la carretera que, hasta principios de siglo, fue la principal conexión con la meseta. «En cada pueblo había un bar», recuerda con nostalgia José Antonio Ibáñez, propietario del antiguo Mesón Las Ventas ya cerrado al pie del Escudo. El veterano cocinero del Hotel Real apostó en 1993 por reabrir el negocio de sus antepasados. Un edificio con solera que se fundó en la segunda mitad del XIX y que fue fonda. Cuando los planes para construir la autovía se trasladaron a Reinosa (inicialmente se especuló que iba a pasar por el Escudo), José Antonio tuvo que echar el cierre, no había ya futuro pero tampoco relevo generacional. Hace pocas fechas que cerró también sus puertas otro mesón histórico, Casa Ramón, con lo que la carretera y los pueblos han quedado huérfanos de puntos de reunión social.
El viejo mesonero no cree que El Escudo sea tan fiero como lo pinta su triste estadística de accidentes y recuerda con nostalgia los tiempos de esplendor de la carretera. Mientras conversa, le viene a la memoria un libro de su abuela en el que se contaba por qué se llama así este puerto de 1.011 metros y desniveles que desafían a los más expertos camioneros. «Antes no había carretera había un camino y había una señora adinerada que prestaba las parejas de bueyes y al criado para tirar de los carros. A eso se le llamaba 'echar cuarta' y dicen que ella cobraba un escudo por ello y por eso se llama así el puerto. Yo eso lo leí en un libro de mi abuela, algo de verdad habrá...», remata.
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Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
Sócrates Sánchez y Clara Privé (Diseño) | Santander
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