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Puesto que la definición de España como «nación de naciones» no es, como tantas otras cosas, original de su más notorio expositor, tampoco será mala cosa que acudamos a la fuente, que por su interés y nobleza de propósito merece nuestra atención: el ingeniero ... segoviano Anselmo Carretero y Jiménez (1908-2002), que formó parte de la emigración republicana socialista en México. Ya su padre, Luis Carretero y Nieva, había mostrado gran interés por las comunidades castellanas. Pero el hijo, historiador vocacional en el tiempo de ocio que le dejaba su profesión, y aprovechador de buenas amistades como la del historiador y ex rector de la Universidad de Barcelona Pedro Bosch-Gimpera, fue más allá y proporcionó una idea federal basada en una nueva interpretación de la historia de España, y especialmente de Castilla.
Así, con una cadencia decenal, publicó en México, a partir de su colaboración con su padre, 'Las nacionalidades españolas' (1948, con sucesivas ediciones en 1952 y 1977), 'La integración nacional de las Españas' (1957) y 'Los pueblos de España y las naciones de Europa' (1967). Otras obras jalonaron estos hitos principales. Sería un buen ejercicio comparar este esfuerzo con el «crisol» del socialista vasco-montañés Luis Araquistáin, pero hoy solo visitamos las ideas de Carretero y el curioso lugar que en ellas ocupamos los cántabros.
Si en 1948 utiliza la expresión «nacionalidades» para las partes de la nación española, en 1957 ofrecerá varias definiciones equivalentes: «una nación formada por diversos pueblos, una nacionalidad superior que abarca a varias nacionalidades, una nación de naciones»; en otra página dice «comunidad de pueblos» con idéntico sentido. No solo no simpatizaba Carretero con los separatismos, sino que era además partidario de incluir a Portugal.
Su originalidad consiste en fundar el proyecto federal no solo en la evolución histórica de España, que habría mostrado estructuras varias de federalismo, sino sobre todo en el desarrollo de Castilla y del Bajo Aragón. Pues, frente a la idea de Unamuno y Ortega de que Castilla ha hecho a España, Carretero habla más bien de rapto de las federadas comunidades castellanas, primero por el estilo aristocrático-neovisigótico leonés, y luego por las dinastías extranjeras Habsburgo y Borbón, con prolongación mimética del modelo centralista francés en el liberalismo decimonónico e incluso en mucho progresismo del siglo XX.
Para rescatar la esencia de Castilla se fija su origen y personalidad en las comunidades vasco-cántabras que desde el Deva hasta el Pirineo aragonés producen un régimen de libertades desconocido en el resto de la Europa medieval, y muy distinto del reino clerical astur-galaico-leonés y del feudalismo exportado por los francos a Cataluña. Fernán González es primer conde de Castilla y de Álava. Vizcaya y Guipúzcoa se federan libremente con Castilla, que a su vez recibe impulso de Navarra. Para Carretero, pues, los cántabros están en el origen de Castilla Vieja, lo mismo que el romance castellano es creado por hablantes de vascuence, protagonistas de la repoblación. Es un conjunto federal de comunidades.
Sin embargo, la unión de las coronas de León y Castilla extiende la cultura política leonesa, aunque de nombre predomine 'Castilla'. Y con ese criterio se administrarán Extremadura, Toledo y La Mancha, Andalucía y Murcia. En Aragón, la corona mantuvo una estructura de confederación y derechos forales prácticamente hasta el siglo XVIII. Para Carretero, gobernar «a contrapelo» era gobernar contra la estructura histórica de un país. Consideraba fundamental resolver el problema territorial cuando el franquismo desapareciese, y hacía autocrítica porque el PSOE se había limitado o a un puro centralismo jacobino o al seguidismo de Manuel Azaña, un centralista que, sin embargo, había entendido la autonomía de Cataluña. Para Carretero, la Constitución de 1931, al crear unas regiones con autonomía y otras sin ella, había errado gravemente.
En sus libros aparece un mapa de lo que él entiende como nacionalidades de España, y que recoge los ríos-frontera entre mundo leonés y mundo castellano: el Deva y el Pisuerga. De hecho, era partidario de pasar La Liébana a León, y recuperar para la Castilla cántabra toda la zona campurriana del norte palentino. Lógicamente, como para Carretero La Montaña era en gran medida la cuna de Castilla Vieja, la nacionalidad cántabra es algo que no se plantea, pues lo castellano es para él un desarrollo vasco-cántabro. Por la misma razón considera algo fantástico el relato nacionalista vasco sobre una unidad política que nunca existió.
Sus mapas muestran, aparte de un Madrid convertido en Distrito Federal: Galicia, Asturias, León (con Zamora, Salamanca, Palencia y Valladolid), Extremadura, Andalucía, Canarias, Murcia, Valencia, Baleares, Cataluña, Aragón, Navarra, País Vasco, La Mancha (incluyendo Albacete pero excluyendo Cuenca, Guadalajara y parte de la provincia de Madrid) y finalmente Castilla (con las entonces provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Guadalajara, Cuenca y parte de Madrid).
Carretero vivía exiliado en un estado federal, México, vecino de otro aún mayor, Estados Unidos, y por tanto el reparto de competencias entre gobierno federal y estados no ofrecía mucho problema. Su solución para las lenguas regionales, que consideraba tan españolas como el castellano, fue semejante a la que nuestra Constitución de 1978 adoptaría después: el bilingüismo oficial.
En suma, veía el unitarismo como una imposición artificial sobre el diversificado ser histórico-cultural de las Españas, que provocaba por reacción los excesos separatistas (que siempre condena como europeísta convencido, opuesto a nacionalismos excluyentes). Carretero, pues, fue el Pi y Margall del siglo XX, y podría decirse que el Estado de las Autonomías se aproxima bastante a su descripción y cartografía (la Constitución reconoce «nacionalidades»).
Pero su propuesta historicista no es inobjetable. Anotemos a vuelapluma tres dificultades. Primera: acepta una nacionalidad del País Vasco aunque este nunca estuvo unido, sino adheridos los tres territorios individualmente a Castilla. Segunda: se practica una abrupta separación entre un León ya totalmente castellanizado y una Castilla que se ha hecho políticamente «leonesa», no comunera. Y tercera: con los alocados precedentes de Macià en 1931 y Companys en 1934, era bastante optimista esperar que el nacionalismo catalán se conformase con el federalismo. El nacionalismo: tren difícil de frenar y fácil de descarrilar.
La idea de no gobernar España «a contrapelo» invita a reflexiones interesantes, y eso se lo tenemos que agradecer a Carretero. Lo de «nación de naciones», empero, privilegiaba lo medieval sobre lo moderno. Como si Gardel hubiera cantado «que quinientos años no es nada». La exaltación de la historia se convierte paradójicamente en su negación.
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Ana del Castillo
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