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La esperanza como único camino
A. G. Polavieja
Día Europeo de las Personas Sin Hogar

La esperanza como único camino

El Diario Montañés recoge el testimonio y acompaña en su día a día a una persona sin hogar de Santander

Jueves, 23 de noviembre 2023, 07:10

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«Si sirve para que otros no acaben así, para que la gente sepa que la vida se puede torcer de un día para otro y que hay que saber ponerse en el lugar de los demás, sin despreciar a nadie, adelante». Así aceptó Vicente la propuesta de El Diario Montañés para contar su historia. Una decisión personal tan difícil como comprometida ante un proyecto que conmemora el Día Europeo de las Personas Sin Hogar, que se celebra este jueves.

Nacido en Santander hace 58 años, la suya no ha sido una vida fácil. Un contexto familiar complejo desde su niñez, decisiones erróneas y una situación social marcada por las drogas convirtieron su día a día en una cuestión de supervivencia. Su relato oscila como un péndulo entre la luz y la oscuridad. Pasa de la niebla de la heroína a la ilusión por una hija y un proyecto de familia que al final se fue al traste. Viaja desde una juventud marcada por el cariño de sus abuelos y su paso por la Legión hasta detenerse en seco en diferentes estancias en la cárcel. También mezcla años de trabajo como profesional del transporte con una difícil dependencia del alcohol.

¿Quién eres?

Vicente Santander | 58 años

«Estoy pasándolo mal porque no encuentro trabajo y por varios problemas que he tenido por culpa de las adicciones hace años»

Ahora el suyo es un presente marcado por un cajero automático convertido en hogar y por la ausencia constante de oportunidades. Una realidad vertebrada por la lucha contra el alcohol y cuyo horizonte pivota sobre la ilusión de retomar una senda vital en la que tengan cabida la esperanza y el futuro.

Lo cierto es que, pese a todo, no tira la toalla. Y, en su caso, ese 'todo' es mucho: «Se me han muerto 102 amigos y yo todavía conservo la salud», explica. «Dentro de la vida que he llevado la verdad es que siempre he estado sano, gracias a Dios. Tengo a todos los amigos hechos polvos, sin dientes, sin esto, sin lo otro… Así que me digo que la madre que me parió, si tengo toda la dentadura, si no tengo sida, si estoy sano…», susurra. Y lo hace con una mezcla de rabia y cansancio, pero también de energía y determinación. «Tengo que cambiar, no puedo seguir así», añade. Al final, ¿lo conseguirá?

La realidad de Vicente es más común de lo que pueda parecer. Especialmente desde hace una década, cuando los coletazos de la crisis de 2008 hicieron estragos sobre una población a la que la estrechez económica asfixió sin misericordia. Los datos así lo ilustran: desde 2012, el número de indigentes registrados en Cantabria se ha duplicado, pasando de los 263 de aquel año a los 570 que actualmente se contabilizan. Además, su perfil ha variado sustancialmente. Si entonces convivían en este grupo una proporción similar de españoles y extranjeros, actualmente los de origen nacional copan la estadística, con un 83% de los casos. Lo que se mantiene ahora como entonces es la distribución por sexo, siendo hombres la gran mayoría de los sintecho, alcanzado una proporción de nueve de cada diez casos.

La pobreza es una problemática social que se ha cronificado en España. Así lo demuestra la tasa de habitantes en riesgo de pobreza, que en 2022 se situó en el 20,4% de la población. Un indice que experimentó un ligero descenso respecto a 2021, cuando la tasa alcanzó el 21,7%, pero que lleva desde el año 2000 sin bajar del 18%. Uno de cada cinco españoles. Los sintecho son la cara más drástica y menos visible de esta estadística, que en el caso de Cantabria se ha disparado.

  • La calle deja mucho tiempo para pasear y pensar. Es uno de los grandes problemas de no tener hogar. Para Vicente, lo más duro de afrontar cada jornada es saber que tendrá que hacer frente a la soledad y el aburrimiento.A. G. Polavieja
  • De pequeño Vicente vivía en La Albericia. Ya en la pubertad, su familia se mudó al Río de la Pila, una de las ‘zonas cero’ de la heroína en la capital cántabra. Allí comenzaron los problemas.A. G. Polavieja
  • Los ojos son el espejo del alma, y los de Vicente, al recordar, irradian cierta pena y cansancio por todo lo que ha tenido que enfrentar en la vida. En otros momentos, cuando habla del futuro, su mirada cambia y brilla con ilusión. El futuro es su espacio para la alegría y la esperanza. A. G. Polavieja
  • La vida en un cajero automático no es fácil. A la falta de intimidad se suman la inquietud por los problemas que pueden generar los fines de semana jóvenes que han bebido y las malas formas que algunos usuarios tienen con él y su compañero. También hay otro tipo de gente, que algunas veces les dan algo de dinero para que desayunen.A. G. Polavieja

La evolución del número de personas sin hogar en la región revela el auge de este fenómeno social. Si en 2012 la media cántabra superaba por poco a la nacional, con 82 personas por cada 100.000 habitantes frente a las 71 a nivel español, en la actualidad la región cuenta con un índice de 183 personas por cada 100.000 habitantes frente a las 87 que se cuentan a nivel estatal. Más del doble.

En septiembre y desde hace meses, Vicente acude cada día a Emaús, el centro de la Cocina Económica de Santander. Allí se ducha por la mañana tres veces por semana y come cada día, acompañado siempre de su inseparable compañero, Raúl. Ambos se acompañan y ayudan para afrontar el desafío que supone encarar cada nuevo día.

Su rutina habitual comienza a las siete de la mañana, cuando recogen, limpian y abandonan el cajero en el que residen en la calle Alta. Ante él se abre una jornada siempre incierta, en la que debe afrontar la soledad y el aburrimiento. Tras tomar un café, recorre la ciudad camino de Emaús y, finalizado el paso por el centro, toca hacer tiempo hasta la hora de comer. Después llegará la tarde, larga como un páramo. De ahí que suela regresar temprano al cajero, en torno a las 19.00 horas, ya preparado para afrontar la noche.

¿Cómo eres?

Pese a lo difícil que ha sido su vida, sigue intentando ser una buena persona y así se considera

La dureza de la vida no ha hecho mella en su carácter.Santander

Sentado en el banco de un parque del centro de Santander, Vicente refexiona sobre la que ha sido su vida hasta el momento y recuerda cómo empezó todo. Hijo de unos trabajadores que emigraron a Alemania, durante su infancia se crió con sus abuelos. Era la España de los años 70. La dictadura de Franco llegaba a su fin y el país se preparaba sin saberlo para afrontar grandes cambios. Vicente era un joven alegre e inquieto, que pasaba mucho tiempo en la calle. Vivía en La Albericia hasta que sus padres regresaron, momento en que su familia se mudó al Río de la Pila.

«Con ocho años ya fumaba. No tenía ni pulmones», recuerda. Pocos años después pasó a los porros y de ellos saltó a la heroína, una sustancia que llegó a España como un tsunami, arrasando a toda una generación. «Con doce o trece empecé con los porros. Y con la heroína empecé a los 17 años. En el 82 ya me estaba pinchando», confiesa.

«Aquí, en Santander, las peores zonas eran el Barrio Pesquero y La Albericia, la gente de esos barrios caía como moscas», señala mientras indica un pequeño punto oscuro que se vislumabra en una de sus manos. Parece un lunar, pero no: «Fue el primer tatuaje que me hice –un punto azul en la intersección entre el índice y el pulgar–, con ocho años. A pelo, con unas agujas y un boli. Tenía ocho años», explica con una sonrisa. «Como el que tengo de la Legión en el brazo, que también me lo hice así años después, porque entonces no había tatuadores», añade mientras indica el escudo de la unidad, que luce en el brazo.

«Cuando empecé con los porros -continúa-, mi familia no lo aceptó y entonces ya me fueron dando como largas, diciéndome que tenía que buscarme la vida». Y eso hizo: «Con esos años pues te la buscas. Me marché y me puse de camarero en la calle Panamá cuando existían los pubs, y allí estuve unos cuantos años trabajando». «Luego, a medida que fui creciendo, empezaron a a llegar más problemas, claro», recuerda con rostro serio.

¿Cómo empezaron tus adicciones?

A principios de los años 80, la heroína entró en España como un tsunami, destrozando a toda una generación

Vicente recuerda su juventud.Una época que marcó su vida.

Tras su primer paso por la cárcel, Vicente vio en el Ejército la solución a la deriva que había empezado a tomar su vida. «Hice la mili y después me fui para la Legión, donde estuve unos años, pero más tarde regresé aquí y volví a liarme otra vez», explica. «Me tenía que haber quedado allí», dice como para sí mismo, recordando decisiones que acabaron marcando el rumbo de su vida.

En aquella época la heroína era algo cotidiano en muchos ambientes, una droga accesible para cualquiera: «Supongo que casi todos los que te puedan contar algo de mi quinta y que todavía estén vivos, porque he perdido más de 100 amigos, te pueden decir lo mismo que yo, más o menos». «Todo el mundo empezó a jugar con eso. Yo tenía 17 años. Éramos prácticamente niños todavía y no sabíamos nada sobre lo que podía provocar», resalta.

«Cuando Franco murió la heroína entró a saco. Llegó a Santander y se podría pillar en cualquier sitio: Peña Herbosa, La Albericia, el Río de la Pila… En cualquier sitio se podía pillar caballo, y en aquella época lo hacía la mayoría», continúa.

La ignorancia de la juventud

Vicente habla mientras fuma un cigarrillo y exhala con parsimonia una nube de humo que el suave viento deshace en jirones. Habla con aplomo. No se siente orgulloso, pero tampoco se avergüenza por todo lo que ha pasado. La vida ha sido como ha sido. Ya no tiene vuelta atrás. Lo único que le preocupa es el futuro, explica antes de continuar explorando su memoria.

«A veces me quedo alucinado. Hace poco he perdido a un amigo que tuvo un derrame cerebral; tenía más o menos mi edad y nunca tocó la droga. Cosas de la vida. Es flipante, ¿no? Y yo que he hecho tanto el tonto… Aquí estoy, fumando un cigarro y hablando contigo», afirma con una triste sonrisa.

En ese aspecto, el de la salud, se siente agradecido con la vida. Porque son muchos los peligros a los que ha estado expuesto y puede contarlo: «El sida aquí ni existía. Yo tuve mucho cuidado con las enfermedades. Gracias a Dios estoy sano, pero la gente cogía una jeringuilla de cualquier sitio. Porque no existía el conocimiento que hay ahora y menos te ibas a pensar que te iba a tocar la lotería», dice. «Así hacías cosas que no procedía. La edad más que nada, ¿no? Éramos chavales... ¡No sabíamos nada!», exclama.

Vicente ve pasar a un grupo de jóvenes. Les mira en silencio y, cuando le dejan atrás, menea la cabeza mientras arquea las cejas. «Es ahora cuando alucino que los chavales estén haciendo el tonto con drogas como la heroína o la cocaína. Y que encima se las estén pinchando». Habla la experiencia. Una experiencia que, en el caso de las Administraciones cántabras, y a tenor de la evolución del colectivo de las personas sin hogar en la región, no ha sido demasiado bien aprovechada.

La estrategia cántabra

Cantabria cuenta desde 2022 con la denominada 'Estrategia de Inclusión para las Personas Sin Hogar', un documento esencial para afrontar la lucha contra esta realidad que, sin embargo, más allá del intenso trabajo y buena voluntad de los organismos que han participado en su desarrollo, es solo una guía para las propias Administraciones debido a que no es una herramienta vinculante a nivel normativo.

Impulsada por el Gobierno cántabro desde la Dirección General de Políticas Sociales de la Consejería de Empleo y Políticas Sociales, y financiada por los Fondos NextGeneration de la Unión Europea, esta estrategia sí se ha convertido en un elemento capaz de transformar la realidad del colectivo de los sintecho en la Comunidad. Su enfoque transversal, que aborda el problema desde una perspectiva global, parte de un promenorizado análisis de la situación de estas personas en Cantabria e implica a los principales agentes de la región en este ámbito.

La situación de los

sintecho en Cantabria

570

+116%

Personas

263

Personas

2012

2022

2012

Hace una década un poco más de la mitad de los sintecho en Cantabria eran de origen extranjero.

56,7%

Extranjeros

43,3%

Españoles

2022

Una década más tarde,

el escenario ha cambiado y ocho de cada diez sintecho son españoles

83%

Españoles

17%

Extranjeros

2022

Por género, con 9 de

cada 10, los sintecho

en Cantabria son mayoritariamente hombres

89,5%

Hombres

10,5%

Mujeres

2022

Cantabria duplica la tasa de personas sin hogar por cada 100.000 habitantes: se sitúa un 110% por encima de la media española

182,6

personas sin hogar por cada 100.000 habitantes en Cantabria

86,6

personas sin hogar por cada 100.000 habitantes es la media nacional

La situación de los

sintecho en Cantabria

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Personas

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Personas

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Hace una década un poco más de la mitad de los sintecho en Cantabria eran de origen extranjero.

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Extranjeros

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Españoles

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Una década más tarde,

el escenario ha cambiado y ocho de cada diez sintecho son españoles

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Por género, con 9 de

cada 10, los sintecho

en Cantabria son mayoritariamente hombres

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Cantabria duplica la tasa de personas sin hogar por cada 100.000 habitantes: se sitúa un 110% por encima de la media española

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La situación de los sintecho en Cantabria

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Hace una década un poco más de la mitad de los sintecho en Cantabria eran de origen extranjero.

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Una década más tarde,

el escenario ha cambiado y ocho de cada diez sintecho son españoles

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Por género, con 9 de

cada 10, los sintecho

en Cantabria son mayoritariamente hombres

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Cantabria duplica la tasa de personas sin hogar por cada 100.000 habitantes: se sitúa un 110% por encima de la media española

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personas sin hogar por cada 100.000 habitantes es la media nacional

personas sin hogar por cada 100.000 habitantes en Cantabria

La situación de los sintecho en Cantabria

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Hace una década un poco más de la mitad de los sintecho en Cantabria eran de origen extranjero.

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Españoles

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Una década más tarde,

el escenario ha cambiado y ocho de cada diez sintecho son españoles

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Por género, con 9 de

cada 10, los sintecho

en Cantabria son mayoritariamente hombres

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Mujeres

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Cantabria duplica la tasa de personas sin hogar por cada 100.000 habitantes: se sitúa un 110% por encima de la media española

86,6

personas sin hogar por cada 100.000 habitantes es la media nacional

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personas sin hogar por cada 100.000 habitantes en Cantabria

Su desarrollo se sustenta sobre el trabajo y la coordinación de los miembros del denominado 'Grupo Motor', que incluye a la propia Dirección General de Políticas Sociales, la D. G. de Vivienda, el departamento de Salud Mental del Servicio Cántabro de Salud, las entidades locales de Santander, Torrelavega, Camargo, Piélagos y Castro Urdiales, y las entidades sociales más vinculada a esta realidad, como son la Cocina Económica, Cruz Roja, Cáritas y la asociación Nueva Vida.

La estructura de esta herramienta se basa en el desarrollo de estrategias relacionadas con el ámbito territorial y las competencias existentes, así como en el análisis de la población diana. A partir de este enfoque, el documento plantea diferentes líneas de actuación basadas en tres ejes fundamentales: la prevención, la atención, la vivienda y el fortalecimiento y la mejora del sistema.

Itinerario vital

Tras su paso por la Legión y su retorno a Cantabria, Vicente trabajo como profesional del sector del transporte durante años. Fue una época en la que viajó y conoció otros muchos lugares de España, y de la que guarda buen recuerdo. Pero tras superar su adicción a la heroína, de la que lleva «más de veinte años limpio», los problemas con las adicciones regresaron. Entre otras, y las más importante, al alcohol.

Aunque socialmente aceptada, Vicente alerta del peligro que encierra esta sustancia: «Con todas las drogas que he tocado, lo que más daño me está haciendo es el alcohol», afirma con rotundidad. «Cuidado con el alcohol. Los niños se creen que es una chorrada, pero de chorrada no tiene nada. Que tengan mucho cuidado... Porque bueno, son chavales, y si les va mal pagarán consecuencias».

  • Un día después de finalizar el reportaje, Vicente ingresó en un centro para tratar sus problemas con el alcohol. Su cara irradiaba alegría y optimismo. Había dado, por fin, el gran paso.A. G. Polavieja

Por ese largo camino pasaron y se quedaron muchas cosas. Entre ellas alguna nueva visita a la cárcel, una familia de la que se alejó cada vez más y, sobre todo, una hija que es lo que más echa en falta: «Viví en Madrid nueve años y mi exmujer y mi hija son de allí. Al final todo se rompió porque yo no hacía las cosas bien. Fue culpa mía. Las cosas fueron así y ya está, pero me jode por mi hija», explica. «A mi hija es a la que más echo de menos. Me gustaría tener una charla con ella. Y explicarla, escucharla…», añade con pesar.

Sociedad actual

Una de las cosas que más llama la atención e indigna a nuestro protagonista es la pérdida de valores que encuentra en la sociedad actual. Algo que percibe en mucha de la gente con la que se cruza en el cajero en el que habita. También por la intranquilidad con que él y su compañero afrontan los fines de semana, en los que no es extraño que tengan problemas con jóvenes -y no tan jóvenes- que están de fiesta. «Es increíble porque… estamos ahí en un cajero, ¿no? Y nosotros somos bastante educados con la gente. Buenos días. Buenas noches. Buenas tardes. Pero hay mucha gente que ni te saluda ni te dice nada y eso me da rabia», señala con pena.

Hay otros episodios más complicados, relata: «También los hay que te insultan, como pasó la otra noche. '¡Despertad, vagabundos!' ¿Por qué, si estamos dormidos? ¿Por qué tienes que golpear el cristal?», añade con indignación. A su juicio, el problema radica en que «se ha perdido el mirar por el otro». Cuando pasan cosas así, explica, le cuesta volver a dormir. «Nunca sabes si a alguno le va a dar por volver después con sus amigos… Vete tú a saber. O un viernes aparecen porque están de copas cuatro o cinco y vienen a tocar los cojones, cuando no nos metemos nunca con nadie».

¿Qué esperas ahora de la vida?

Motivos para vivir y sonreir No pierde la esperanza de poder afrontar un futuro mejor.

“Mi ilusión es hacer algo bueno antes en esta vida antes de marcharme”

Pese a esa realidad, también destaca que no todo el mundo es así. Que hay otras personas -las menos, pero las hay-, que les tratan con respeto y confianza: «Aunque en general el trato con la gente no es agradable puede haber alguno que no es así. El otro día un señor me dejó 20 euros, por ejemplo; me dijo «toma, para que tomes un café». Y, por cómo lo dice, para Vicente el gesto de aquel hombre es mucho más importante que el dinero.

En el fondo, lo que realmente mueve a Vicente hoy en día es la esperanza en un futuro mejor, que mantiene incombustible. «Mi ilusión es hacer algo bueno en esta vida. Esa es mi ilusión, antes de marcharme. No pasear por ahí, no. No, no, no. Tengo que hacer algo. Que yo me sienta bien el día que me vaya. Esa es mi gran ilusión», explica con la voz entrecortada por la emoción.

El camino hacia un futuro mejor

A pesar de todo lo que carga a sus espaldas, no pierde la esperanza. De hecho, ahora es el gran motor de su vida. Porque ha entendido que cada día es una nueva oportunidad para cambiar y está en ello. «Me he engañado demasiadas veces y eso ya se acabó. El movimiento se demuestra andando...», argumenta.

El último día que habló con nosotros, Vicente había superado las pruebas de acceso a un centro de desintoxicación para alcohólicos. Le había costado, pero lo había logrado. Había cogido el tren que tanto ansiaba. Con miedo, con nervios, pero con una determinación absoluta. Actualmente se encuentra desarrollando el programa, de varios meses de duración, para poner la primera piedra de su nueva vida. Aunque quedan muchos otros, ya ha dado el paso fundamental. Su mayor ilusión es que su compañero y amigo, Raúl, siga sus pasos. Y está en ello. Ambos han escogido el único camino posible. El de la esperanza.

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