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En la cuarta parte de su 'Curso de Lingüística General', el suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913) explica la evolución de las lenguas a partir ... de la tensión entre dos fuerzas contrapuestas: la disgregadora del particularismo o 'espíritu de campanario' ('l'esprit de clocher') y la 'fuerza del intercambio' ('la force de l'intercourse'), dinámica unificadora producida por la comunicación entre espacios más amplios. Aunque no profundizó en ello quizá por el delicado problema de los cantones helvéticos, la posición de Saussure implica que una causa principal de la dinámica de una lengua es la constitución política de la comunidad. Los catalanes que quedaron bajo Francia después de la Paz de los Pirineos en 1659 ya no hablan catalán, porque Luis XIV lo prohibió; en cambio, los catalanes que siguieron en la monarquía hispánica tienen hoy el catalán como una de sus dos lenguas oficiales, y una literatura en lengua catalana a la que apelar junto a la cultura en lengua castellana, a la que también contribuyen de forma relevante.
El 'espíritu de campanario' es el espíritu de parroquia, el localismo, y como metáfora sirve también para expresar la fragmentación cultural progresiva de los aislados. La 'fuerza de intercambio' determina la onda expansiva de propagación y estabilización de innovaciones. Pero Saussure muestra también que, en el fondo, el espíritu de campanario no es sino la fuerza unificadora operando en un espacio más reducido: el 'esprit de clocher' es un caso singular de una fuerza más general, que es el tratar de entendernos unos a otros por los mismos medios simbólicos. Hay, pues, un mapa de ondas concéntricas de espacios unificados en lengua.
Esto sirve para la política en la medida en que es la política la base de determinación de los frentes de dichas ondas. En España experimentamos desde hace tiempo esta dinámica entre el campanario y el mercado, entre la orientación de identidades y acciones políticas al interés de lo que suele llamarse la 'tierra' de uno (viendo así al animal hombre como planta política necesitada de 'raíces'), y la orientación a espacios de intercambio mayores, ya no solo España como comunidad nacional, sino además Europa como proyecto de supervivencia de un estilo de vida. En realidad, la 'tierra' de uno es un ideal de cultura, mientras que la verdadera tierra es, digamos el continente donde vive, Europa, que parece solo proyecto de tierra, pero es realidad preexistente incluso a España, como Ortega subraya muy bien en sus meditaciones berlinesas.
El Congreso es o el campanario de los españoles o el lugar donde los sacristanes piden para sus parroquias. Cantabria está ausente de ese intercambio que es la fuerza unificadora de España, pues nuestros sacristanes no se presentan cuando podrían salir elegidos, ni salen elegidos cuando se presentan. Y si forzaran el discurso del campanario, serían excomulgados por un elector al que le sigue gustando el intercambio, España. Esta es la paradoja cántabra: regida por un campanario donde las campanas nunca tocan a gloria, porque no unifican donde tienen que hacerlo: en el intercambio. Un diputado de Nueva Canarias vale más que cien programas de televisión y ocho best-sellers: pone o quita rey, mientras otros ponen o quitan tuits. No es difícil adivinar a dónde irán las inversiones.
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Ana del Castillo
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