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En la Residencia San José de Torrelavega, donde apenas llevaba un par de meses, ya la conocían como «la señora del periódico». Era una lectora fiel. Bajaba a diario a la biblioteca y se hacía con un ejemplar de El Diario Montañés. Era una costumbre que no le gustaba saltarse. Si fallaba, se enfadaba. Le faltaba algo. Siempre lo abría por la misma página: la de las necrológicas. Echaba un vistazo, cotejaba si había fallecido algún conocido y, después, leía el resto de secciones. A sus 95 años, le gustaba informarse. Lo había hecho durante toda su vida. María Luisa Valle Ezquerra murió el pasado 26 de noviembre y sus familiares decidieron publicar una despedida original: «Todo el día leyendo el periódico por las páginas de esquelas, y para un día que sales no vas a poder leerlas».
La idea partió de los más pequeños. María Luisa tenía dos hijos, cinco nietos y dos bisnietos. Fueron los que la llamaban «'güelita'» o «'bisa'» quienes tomaron la iniciativa. Los primos consensuaron el texto y se lo enviaron a la funeraria para que lo remitiera al periódico. «Desde el primer momento ha sido la bomba», reconocen desde Funeraria Rasilla. La esquela comenzó a circular de forma vertiginosa por las redes sociales. Incluso alguno de los nietos, ante la buena acogida, la subió a su cuenta de Facebook.
En los comentarios, los internautas especulaban sobre el motivo de tan original misiva. De un tiempo a esta parte, este tipo de notas aparecen cada vez con más asiduidad. Quizás sea una forma de quitar dramatismo a la pérdida de un ser querido. O un homenaje póstumo a una persona especial. Los que conocieron a María Luisa reconocen que «era mundial». Torrelaveguense «de pura cepa», vivió siempre en el barrio del Cerezo y los últimos cinco años en la calle Joaquín Cayón, antes de ingresar en 'el Asilo' –es así como todos conocen a la Residencia San José–. Siempre sonreía. Por eso eligieron la foto que acompaña este texto para acompañar la otra esquela, la tradicional, que se publicó el mismo día. Se la hicieron en octubre, en una fiesta de la residencia donde se homenajeaba a todos los mayores de 95 años. Acudió hasta el presidente regional, Miguel Ángel Revilla.
A esta torrelaveguense le gustaba viajar. Había visitado Costa Rica, México, Cuba o Venecia. Cuando sus nietas estudiaban en Madrid, en ocasiones, se desplazaba para pasar temporadas con ellas y ayudarlas. Le encantaba. Solo había un pero: tenía que leer en la capital las esquelas de El Diario Montañés. Y no le valía hacerlo a través de la edición digital. Las quería en papel, así que tuvieron que buscar un quiosco que recibiera algún ejemplar. Localizaron uno en el estudiantil barrio de Argüelles, muy cerca de unos conocidos grandes almacenes de la calle Princesa. La idea de homenajearla de esta manera surgió un día que alguien de la familia fue a visitarla al centro de mayores. La encontró algo enfadada porque el día anterior la habían sacado de paseo y no pudo acudir a su cita diaria con las páginas del rotativo. Tampoco con las esquelas. Entre bromas le deslizaron la sugerencia. A María Luisa le encantó y, con una sonrisa, dio su afirmación. Incluso les hizo prometérselo. Lo que nunca pensó la familia es que la necrológica adquiriría tanta relevancia y fuese tan comentada. Tanto, que incluso se han visto desbordados.
Si María Luisa hubiera podido leerla «se lo hubiera tomado de maravilla», cuenta uno de sus dos hijos a este periódico. «Era muy campechana y abierta, muy de la calle, de hablar con todo el mundo». Algo en lo que coinciden algunos de sus vecinos que la trataron en vida. Porque la forma de ser de María Luisa la hizo muy popular. Casi todos en el barrio la conocían. «Estoy convencido de que, si la hubiera podido ver, se hubiera partido de la risa», cuenta uno de ellos, que sigue viviendo en el barrio del Cerezo. También destacan su pasión por el conocimiento. «Era muy inquieta intelectualmente», admiten. Otra de sus pasiones era el fútbol. Especialmente el equipo de la ciudad, la Gimnástica, pero también el Barça.
A sus 95 años no paraba de hacer planes. Con las navidades a la vista, ya había pensado cómo quería celebrarlas. Contó a sus compañeros de la Residencia San José que le gustaría tomar un poco de sidra. Y seguir leyendo el periódico, porque de eso nunca se cansaba. Y de las esquelas, tampoco. También quería seguir pendiente de los suyos, como había hecho siempre. De todos. De los mayores y de los más pequeños. Por eso en su necrológica –la que se supone que no ha podido leer–, sus nietos y bisnietos la llaman «superabuela». Para ellos no murió, simplemente, como reza la parte final de la misiva de despedida insertada en El Diario Montañés. «Cogió su capa y se fue volando».
A las esquelas tradicionales, en las que las familias expresan su dolor y piden una oración por el alma del difunto, han comenzado a unirse otras con mensajes diferentes llenos de ironía y buen humor. «Manolo, no nos esperes levantado, ya iremos llegando... Tú, a tu aire», publicó la sección de obituarios de ABC en febrero de 2010. Era la despedida de unos amigos sevillanos, del Club Chumbalaka, a Manuel Díaz Muñoz. Un año más tarde, en El Diario Vasco salió la de un joven futbolista de 25 años. «Yo, Mikel Marrokín, os invito a mi última 'fiestuki'», rezaba el texto, que terminaba con una seria advertencia: «Abstenerse gente triste». En otras ocasiones están llenas de reproches. Como los de Soledad Hernández Rodríguez. Murió en Madrid en 2012. Dejó escrito que perdonaba a sus familiares «que me abandonaron cuando más los necesité» y a su hija y hermanos «por su absoluta falta de cariño y apoyo durante mi larga y penosa enfermedad».
Otros, en cambio, fueron previsores. Manuel Martínez Calderón murió hace 18 años y dejó 20 millones de euros para gastar en sus esquelas. Sus familiares ya se han gastado más de uno en cumplir su voluntad. El día de su nacimiento y de su deceso publican un texto en La Vanguardia y El Periódico en el que van repasando su trayectoria vital.
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