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Tras evocar recientemente el aniversario del incendio de Santander las llamas han hecho cenizas 28.000 libros y algunas obras de arte. Desafortunado epílogo de ... fuego que evidencia la débil custodia de los fondos. El proceso de combustión no ha podido todavía ser explicado, tampoco el de custodia de las obras que no requiere investigación. Las llamas tienen la desafortunada costumbre de apestar el ambiente con cierto olor a chamusquina que suele diluirse –como las nevadas frágiles– con un chaparrón. Cantabria tiene un arsenal de 30.000 armas de fuego pero las únicas que merecen dispararse son los cañones de Alto Campoo, que siembran nieve donde el invierno no se proclama con suficiente rotundidad. Otras circunstancias andan más huérfanas de templanza.
Con categórica determinación el presidente del Consejo General de Economistas explicó en Santander su metáfora del bienestar: que es ir a un restaurante y no reparar en los precios de la carta. Como en el apeadero de La Marga: barra libre de ascensores. A falta de uno, nos prometen tres. Trinidad sin reparar en costes: 1,2 millones. El experto también enunció su receta para ‘mejorar y mantener’ el estado de bienestar: reconocer que no hay derechos, sino obligaciones. «Muchas veces el seguro de desempleo para los jóvenes son dos años de vacaciones», espetó. Igual de parásitos podríamos considerar nosotros a algunos de su gremio, como los gobernadores del Banco de España que perciben un dineral por mirar hacia otro lado. Quien no tiene necesidad suele pensar que los pobres comemos mucho. Pero nuestra desnutrición económica no nos da derecho a entorpecer su extasiado bienestar ante un bogavante. Nos preocupan más otros malestares.
El tribunal que juzgará al PP por su presunta financiación irregular ha cambiado de composición a última hora. Han quitado al juez que permitió citar como testigo a Rajoy. Ahora hay dos conservadores y un progresista, según etiqueta del partido político que les nombra. Malpensante viceversa. En el juicio de Al Capone también cambiaron al jurado, pero porque estaba sobornado. Todos somos iguales ante la ley, y deberíamos ser iguales ante los encargados de aplicarla.
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