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Hay personajes del cine y la literatura que pesan como si fueran estatuas de piedra. Keyser Söze, de la película 'Sospechosos habituales', es uno de ellos, y Kevin Spacey lo borda. Hace poco alguien me dijo que jamás volvería a ver esa cinta, y eso ... que es su preferida, añadió. Siempre me ha costado reaccionar ante las paradojas, pero esa vez respondí rápido. ¿Has leído 'Lolita'?, le dije. Pude haber preguntado si había visto 'Match Point' o 'Annie Hall', pude haberle preguntado por cualquiera de Polansky o si había leído a Ezra Pound, pero me salió ella, la niña de 12 años víctima de todos; me salió Humbert Humbert –el protagonista–, a quien he odiado como se odia a los que provocan lástima sin merecerla. Me dieron ganas de decirle que corriera a comprar la última reedición antes de que la prohíban, porque en esas estamos.
Ridley Scott ha borrado todo rastro de Kevin Spacey en su última película tras el escándalo sexual del actor, pero por fortuna no es posible reescribir todas las páginas de la historia para que se adecuen a la sensibilidad de nuestro tiempo. Pound escribió versos irrepetibles mientras sonreía al fascismo; Spacey le puso cara y piel al personaje de Söze y al de 'American Beauty'; Nabokov le puso voz al profesor obsesionado sexualmente con una niña; Woody Allen habló de amor tras acostarse con su hijastra, pero no tengo claro si me afecta al ver su cine o leer su literatura. La absolución moral a los autores es una cosa, pero el exceso de susceptibilidad para con sus obras, otra muy distinta.
Estos días en los que las estatuas empiezan a incomodar, cabe preguntarse si somos capaces de diferenciar el reconocimiento de la ejemplaridad. Primero fue la estatua de Woody Allen en Oviedo. Ahora es el Ayuntamiento de Barcelona quien alude al pasado esclavista del marqués de Comillas para argumentar su intención de guardarlo en el depósito, mientras desde Cantabria se trata de parar la deshonrosa mudanza. Más allá del pábulo histórico que se le dan a las palabras del cuñado del marqués, a quien se le atribuye la acusación, y asumiendo que hace 200 años la esclavitud era la repulsiva tónica habitual de los comerciantes, es momento de pensar si en la historia, como en el cine o en la literatura o en la vida real, se debe vincular al autor con su obra o prescindir de sus miasmas y de ellos. Corra el siglo que corra, jamás el abuso en cualquiera de sus formas será algo perdonable, pero no sé quién sale perdiendo, si el que no vuelve a ver 'Sospechosos habituales' o el que es incapaz de cuestionarse la legitimidad de ciertas estatuas. Creo que ambos.
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