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Esto ya no es lo que era

Esto ya no es lo que era

Mesa de redacción ·

Teresa Cobo

Santander

Lunes, 4 de mayo 2020, 17:53

Me han llegado varios mensajes de compañeros que me preguntan si la carta a los lectores de ayer era la última, porque sonaba a despedida. No lo era, pero casi. La serie acabará mañana, con la entrega 50, quizá por esa predilección que sentimos por los números redondos. La Mesa de Redacción diaria es un signo más de la excepcionalidad en la que nos hemos visto atrapados desde mediados de marzo, y su desaparición es un indicio de que caminamos hacia la normalidad. Tenemos que dar pasos en esa dirección, avanzar en la recuperación de la vida ordinaria para que cada uno haga con la suya lo que quiera, pero con prudencia y responsabilidad para no obligarnos a todos a replegarnos.

El estado de alarma ya no es lo que era. Tenemos restringida la libertad de movimientos, pero no estamos recluidos. Ya no compartimos ese espíritu de resistencia que nos ha mantenido unidos contra el coronavirus. Cada vez aplauden menos vecinos desde ventanas y balcones. Los pocos que asoman lo hacen con timidez, sin atreverse a ser los primeros por si no los secunda nadie. La escena de las ovaciones se ha vuelto extraña porque a las ocho de la tarde hay mucha gente a su aire por la calle. Es una hora fronteriza: el toque de queda para los mayores de 70 años y para las personas dependientes y sus acompañantes. Y la parrilla de salida para los adolescentes y adultos que eligen esa franja horaria para pasear o hacer deporte. Otros vuelven del trabajo, apuran las últimas compras o sacan al perro.

En cincuenta días sólo he dejado mi casa dos veces: una para recoger mascarillas y documentos en el periódico, y otra para acudir a un centro médico a que me hicieran una resonancia. Aún no he roto el confinamiento. Ayer salí a tomar el sol a la terraza, pero el viento era frío. Encajé la hamaca en el hueco resguardado donde la pared se retranquea. A mis pies quedaba un pequeño triángulo de sombra y allí se arrellanó Blue, gato listo, hasta que el sol invadió también ese rincón. Qué a gusto se estaba. ¿Demasiado? Ha llegado el momento de ventilarme ahí fuera. No vaya a ser que ponga como excusa las muletas y en realidad me retenga el 'síndrome de la cabaña'. Es una de las posibles secuelas psicológicas de los encierros prolongados, y la padecen algunos de los confinados: el miedo a salir, porque dentro de casa se sienten seguros y fuera se exponen al contagio.

Sin llegar a sufrir ningún trastorno, hay familias que han optado por no abandonar su reclusión porque creen que aún es pronto, que las normas de seguridad no han calado en la sociedad y que demasiadas personas las incumplen sin reparar en el riesgo en el que ponen al resto de la población. Las fotos del fin de semana publicadas por El Diario recogen aglomeraciones en playas, parques y avenidas principales. Esas escenas han preocupado y enfadado a mucha gente. Habrá que esperar para ver si se repiten o si sólo fueron el reflejo de las ansias de libertad reprimidas durante cincuenta días. Los efectos de estas salidas y de la progresiva apertura de negocios que ha comenzado este lunes las conoceremos en un par de semanas. Comprobaremos entonces si las cifras de infecciones y muertes continúan a la baja.

'Está en nuestras manos' fue el título de la primera de estas Mesas de Redacción. Ahora vuelve a ser así: contener la propagación del patógeno nos obliga a asumir un compromiso personal. El Gobierno ha abierto la mano con el confinamiento bajo determinadas condiciones que debemos cumplir. «Nadie está intentando atrapar a alguien para ponerle una multa», advertía Fernando Simón, pero «tenemos que ser sensatos y entender nuestra corresponsabilidad en este proceso». Las autoridades, mejor o peor, hacen su trabajo, y a nosotros nos toca asumir el nuestro, que también es protegernos y proteger al prójimo: lavarnos las manos a fondo y a menudo, mantener la distancia social de dos metros, huir de las concentraciones, salir sólo lo imprescindible y en las turnos que nos corresponden, usar mascarilla, sin toquetearla, en espacios cerrados en los que vayamos a coincidir con otros, aunque de momento sólo sea obligatorio en los transportes públicos.

Un retroceso en el alivio de las restricciones que han achicado nuestras libertades sería peligroso y desmoralizador, cuando todavía nos quedan tantas por recuperar. El origen de toda esta anormalidad es el abominable bicho de las fiebres, y sigue entre nosotros con su asquerosa facilidad para reproducirse. Si lo olvidamos, volverá a ganar terreno y a sembrar en él enfermedad y muerte. Vamos a tener que convivir con el SARS-CoV-2 con muchas precauciones mientras no haya vacuna. Ya son casi 25.500 los fallecidos en España y casi 200 en Cantabria, y la cifra no ha dejado de crecer aunque ahora lo haga más despacio. Cuidado con las prisas. Hasta mañana.

Lee aquí la Mesa de Redacción.

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