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Sócrates Sánchez
Santander
Sábado, 31 de julio 2021, 07:41
Un estreno efímero. A las 14.15 horas parecía acabar una semana llena de incertidumbres y preguntas sin respuesta en el sector de la hostelería. Entraba en vigor en ese momento, tras la publicación en el Boletín Oficial de Cantabria, el documento que obligaba a mostrar el pasaporte covid si se quería acceder al interior de bares y restaurantes en aquellos establecimientos ubicados en los 19 municipios que se encuentran en nivel alto de alerta sanitaria (el 3) en el mapa del semáforo covid. Pero fue un espejismo. La medida sólo duró seis horas. Pasadas las ocho de la tarde, los jueces tumbaron el cierre del interior de la hostelería. Adiós también, por el momento, al pasaporte covid.
Fue un estreno marcado por las mismas dudas que se habían generado en las horas previas y las quejas de muchos profesionales de la hostelería, que valoraban «positivamente» reanudar su trabajo, pero no querían «ejercer de policías» con los clientes.
Ante la indecisión, muchos dueños de establecimientos, por ejemplo en la calle Peña Herbosa de Santander, apostaron por la apertura de la zona interior desde que se levantó la persiana. «Esta decisión ha sido un despropósito, primero pasamos de tener que cerrar esta semana y, de repente, a lo mejor al día siguiente volvemos a abrir. Hemos dudado incluso si reducir el personal que tenemos mandándolos al paro o mediante un ERTE», apuntaba Javier Olla, gerente Bodegas Mazón. «En nuestro caso hemos abierto el interior, ya que solamente contamos con unas pocas mesas en la terraza de fuera. Estamos pidiendo que nos enseñen el pasaporte covid antes de entrar al local, que es lo supuestamente tendremos que hacer de aquí en adelante», explicaba Olla, que tenía claro el motivo del cambio de postura del Gobierno regional en tan pocas horas:«Les han presionado y se han acobardado».
Ángel Muñoz - Encargado
Pedro Boluda - Camarero
Lucía Pérez - Cliente
Las dudas entre los profesionales de la hostelería también se dejaron notar entre los clientes cuando se asomaban a la entrada de los locales y preguntaban a los camareros si podían acceder al interior del local o tenían que esperar a que se liberase una mesa en el exterior. Ángel Muñoz, encargado de la vermutería Solórzano, confiaba a media mañana en una publicación rápida del Boletín. «Estamos esperando a que salga y saber lo que tenemos que hacer. Constantemente tenemos gente que quiere acceder dentro», explicaba. «Tener el interior abierto supone un 90%de nuestra facturación. Esta improvisación genera problemas a los empresarios, trabajadores y a los clientes». Muñoz tampoco comprendía la «discriminación» que supone para los jóvenes no poder estar en el interior de los establecimientos: «No tienen la culpa de que todavía no haya vacunas para ellos».
Algunos de los dueños intentaron resolver a primera hora de la mañana sus dudas sobre la apertura de interiores con la Asociación de Hostelería. «Yo no me planteo que me metan 3.000 euros de multa, entonces sí que me hunden económicamente», relataba Ander San Martín, dueño del gastrobar Zissou. «No me la voy a jugar hasta que se publique», incidía.
A la entrada de los restaurantes se podía ver a camareros que paraban a los clientes para que mostrasen alguno de los requisitos para acceder al interior, mientras señalaban los carteles que mostraban la reducción de aforo. «Muchos vienen preparados con el pasaporte en el móvil, pero no nos gusta tener que hacer de camareros y, a la vez, de policías», relató a la carrera, bandeja en mano, uno de los profesionales, Pedro Boluda. Además del pasaporte covid, los clientes podían presentar una PCR negativa en las últimas 72 horas o un certificado de recuperación de la enfermedad.
Otra de las escenas más repetida durante el mediodía de ayer fue la de ver el interior de los locales vacíos y las terrazas llenas de gente que esperaban a que una mesa se quedase libre, pero por «decisión propia» de los clientes. «La gente no sabe qué hacer ante tanto cambio de rumbo en las medidas y sigue habiendo miedo al virus», contaba Juan Nava, gerente de la cafetería Coronna. «No sabemos lo que va a pasar mañana, si tendrás que mandar media plantilla de verano al ERTE», explicaba. «Nosotros no nos podemos quejar mucho porque tenemos una terraza grande, pero otros locales si que pueden tener mayor inseguridad ante la incertidumbre de nuevas medidas», añadía.
Por su parte, los clientes mostraban su «descontento» ante tener que mostrar sus datos en los establecimientos. «No comprendo muy bien la medida, un papel va a permitir que accedamos o no al interior de un bar. Es una tontería», afirmaba Lucía Pérez. «¿Por qué tengo que identificarme antes de entrar? No creo que un camarero tenga la suficiente autoridad para eso», añadió.
Una medida que provocaba «rechazo» por parte de los jóvenes que veían, hasta el giro judicial de las ocho de la tarde, vetada su entrada al interior de los locales al no estar todavía vacunados. «Pienso que se nos criminaliza a los más jóvenes con estas decisiones, no creo que sólo tengamos nosotros la culpa de la transmisión del covid», expresaba Juan Manuel Castaño al respecto. «Si no nos dejan reunirnos en los bares con los amigos, pues tendremos que buscar otras soluciones como quedar en las casas», matizaba. En la misma línea Claudia Martínez, otra joven, señalaba su «enfado» ante la aplicación de esta medida. «Voy a tener que esperar un mes para volver a acceder al interior de una cafetería, yo no tengo la culpa de que todavía no tenga la vacuna puesta», subrayaba. «Es una discriminación que los jóvenes tengamos restringidos la entrada a estos establecimientos. No me voy a hacer una PCR para entrar a comer con mi familia», reclamaba.
Un detalle que compartieron en esas seis horas de pasaporte covid la mayoría de establecimientos de hostelería fue la falta de cartelería que informase de la necesidad de presentar alguno de los requisitos exigidos para acceder al interior. Era como si ya vaticinaran cuál iba a ser la decisión final de los jueces.
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