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Los cementerios son los lugares donde se entierran a los seres queridos para que tengan un descanso eterno. Sin embargo, algunos también destacan por el patrimonio arquitectónico que descansa sobre esas cuatro muros de piedra. Cantabria es un ejemplo de ello y cuenta con tres camposantos que sobresalen por encima del resto. Los cementerios de Ciriego, en la capital, el Comillas y el Castro Urdiales son todo un museo al aire libre en el que la vida y la muerte caminan de la mano con el arte.
En esta ocasión, El Diario Montañés recorre los tres espacios y con el testimonio de expertos, analiza el patrimonio que atesoran cada uno de ellos. La primera cita de este viaje es Ciriego, donde Patricia Gómez, responsable de Patrimonio y Catalogación del cementerio, explica que en este recinto junto a la Virgen del Mar han trabajado afamados arquitectos, maestros de obras y marmolistas de Cantabria, como Valentín Ramón Casalís, Emilio de la Torriente, Miguel Doncel, Manuel Casuso Hoyo, Alfredo de la Escalera, Javier González de Riancho o Casimiro Pérez de la Riva. «La joya de la corona es el panteón de la familia Pardo, realizado por Gonzalez de Riancho, denominado por el propio autor como neorrománico bizantino», detalla Gómez, quien matiza que los estilos más utilizados en el cementerios son los clasicistas y neoclasicistas»
El camposanto de Santander pertenece a la Ruta Europea de Cementerios, reconocida por la Organización Mundial del Turismo por su innovación, difusión e interpretación del patrimonio necrológico
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Según indica, Ciriego «se nutre a nivel arquitectónico y de la historia de Santander». En el lugar, hay un monumento conmemorativo de la explosión del Cabo Machichaco, que cuenta con diferentes elementos iconográficos del ámbito funerario que identifican la tragedia que ahí se vivió, como una columna rota que se relaciona con una muerte prematura o una imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. «Es también una figura intercesora entre el mundo de los muertos y el de los vivos», añade.
«También tenemos unas figuras de unos búhos que guían al alma al más allá», explica la responsable de Patrimonio y Catalogación, quien subraya que el cementerio cuenta con elementos vegetales significativos, «como el laurel, que significa el triunfo de la vida sobre la muerte».
En cuanto a los estilos arquitectónicos, los más utilizados afirma que son los clasicistas y neoclasicistas, además una menor escala en las técnicas neogóticas y algún elemento de modernismo. «Sobre el patrimonio cultural en su conjunto, toda la parte histórica está entera catalogada en casi 3.000 fichas», matiza.
El ángel guardián es una escultura de Josep Llimona de estilo modernista que se alza de forma llamativa en un cementerio que se construyó sobre los restos de una antigua iglesia del siglo XV en Comillas gracias al arquitecto Lluís Domènech i Montaner, responsable también de una verja con 2.400 piezas
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En la zona occidental de la comunidad, el cementerio de Comillas es «una de las obras fundamentales de intervención del arquitecto Lluís Domènech i Montaner», tal y como afirma el doctor en Historia del Arte Enrique Campuzano. Entre las esculturas destacan el panteón privado para la familia Piélagos y «el famoso ángel protector, que tiene la espada caída y no está en actitud de enfrentarse a nadie sino simplemente vigilando el horizonte». Sobre esta obra se detiene el doctor y explica que «prácticamente mide lo mismo que el David de Miguel Ángel», con la que además guarda relaciones en el «gesto del rostro y en el interés que emana de su propio carácter visual que hace que la figura tenga una sensibilidad especial y atención».
«Estamos ahora precisamente estudiando el proyecto de restauración para el ángel para que se haga cuanto antes porque tiene problemas estructurales », añade Campuzano, quien celebra que hace unos años se acabó la restauración de una verja situada en el cementerio que también es obra y diseño de Domènech. «Es modernista y tiene 2.400 piezas, además de una cantidad de elementos simbólicos alusivos a la resurrección y a la propia muerte, que tienen un especial interés», apostilla.
En Castro Urdiales, el camposanto se fundó a finales del siglo XIX y en él confluyen los talentos de arquitectos de «gran prestigio» de aquel entonces, como Joaquín Rucoba, de Laredo; Leonardo Rucabado, de Castro Urdiales; y Severino Achucarro, de Bilbao, entre otros
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Víctor Aguirre es un vecino de Castro Urdiales doctor en Historia y con máster en Patrimonio, que se dedicaba a hacer visitas guiadas en el cementerio de la localidad. Según explica, el camposanto de Ballena se funda a finales del siglo XIX y es «curioso» porque en ese cementerio confluyen los talentos de arquitectos «de gran prestigio» en aquel entonces, como Joaquín Rucoba, de Laredo; Leonardo Rucabado, de Castro Urdiales; y Severino Achucarro, de Bilbao, entre otros.
«Todos ellos trabajaban codo con codo con las familias de los indianos que venían de América y se hacían grandes panteones», continúa Aguirre, quien señala que estos espacios tenían un estilo neoclásico, gótico o modernista. En cuanto al cementerio en su conjunto, Aguirre indica que Ballena cuenta con panteones eclépticos entre clasicismo y gótico, además de modernistas. «En concreto, el más grande de todos, de Isidro del Cerro, mezcla motivos neoclásicos y modernos, con un poco de gótico», explica el doctor en Historia, quien también destacan las tumbas de tierras y los hipogeos del cementerio. «Lo que más llama la atención son los panteones», afirma.
El arquitecto Domingo De la Lastra señala que actualmente los cementerios se encuentran «en decadencia» y lamenta la falta de «importancia arquitectónica» en ellos. «El encargo funerario ha desaparecido, es algo que no está trabajando actualmente el arquitecto», afirma. De la Lastra va un paso más y apunta a que esa dejadez también se ve reflejada en las tumbas y lápidas porque antes se contaba con un diseño «y ahora ha sido sustituida por un ordenador que elige hasta la letra». «La sociedad contemporánea ha dado la espalda a los cementerios», lamenta.
«Ya no dedicamos especial atención a los muertos», continúa el arquitecto, quien considera que en la actualidad «se opta por la incineración para quitarnos el muerto de encima y no tener algo que mantener en el cementerio». Para De la Lastra «hay que entender el cementerio desde un punto de vista más cultural y enriquecedor porque son bibliotecas de piedra». Según subraya, los camposantos son «la herencia y el lugar donde nace la biografía de cada uno». «El cementerio tiene que ser lugar de conocimiento y reflexión y de encontrarse uno mismo para buscar en nuestras propias soledades«, concluye.
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