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Los personajes de Manuel Vilas no fallecen, se mueren; porque el escritor detesta los eufemismos. La hipocresía léxica lo contagia todo. No morimos de cáncer, ... fallecemos tras una larga enfermedad. Algunos expertos, incluso, piden dejar de llamar cáncer a los tumores con buen pronóstico. 'No me ensucie las palabras', proclamó Benedetti. Desaceleraciones económicas, devaluación competitiva del salario, ceses temporales de convivencia e indemnizaciones en diferido. Imputados que ahora son investigados, para atemperar su impacto verbal. Imaginativa lingüística para distraernos de la realidad recurriendo frecuentemente a los tecnicismos, como el absurdo MetroTUS sobre ruedas, un triunfo propagandístico que cuajó en las pancartas. Esta semana conocemos que el edificio de la calle Paz sufrirá otro retraso y otro sobrecoste. Todavía no se ha empezado a hacer y ya cuesta 200.000 euros más. La culpa no es del 'empedrao', sino del nivel freático del terreno, que lo tiene alto. Vamos, que han pinchado en agua. Coincide otro ejemplo. Los mariscadores denuncian la suciedad de las marismas de Santoña infectadas por la bacteria 'e-coli'. Alternativa fina para no decir aguas fecales que riegan, además, las playas de Santander donde ya llevamos detectados tres vertidos.
Más fétidos resultan otros flujos sobre la bahía, como la corriente comercial de armas hacia Arabia Saudí. La ONU considera que los ataques a Yemen de la coalición árabe podrían considerarse crímenes de guerra. Por ello, han pedido que nadie venda armas a las partes en conflicto. Arabia es el principal cliente de la industria militar española, así que los muertos en Yemen –desgraciado eufemismo- son daños colaterales.
Aquí nos entretienen ambientes bélicos más simbólicos: la realidad virtual de las guerras cántabras en Los Corrales y los cañonazos en La Cavada. Maquiavelo predica que a veces las palabras deben servir para ocultar los hechos. También basta el silencio, que hace invisible el tráfico de armas. O el mutis de la alcaldesa de Santander, que no abrió la boca para defenderse de su reprobación por el fiasco del MetroTUS. «Sonrío y me callo» –versó Ángel González– «porque, en último extremo, uno tiene conciencia de la inutilidad de todas las palabras».
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