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De entre la mucha gente que pasea con o sin receta médica, los polanquinos somos caso aparte, porque tenemos al ‘flâneur’ (=paseante) José María de Pereda como precedente. El escritor extraía no pocos de sus personajes e historias a partir de lo que observaba en sus frecuentes evagaciones (¿por qué renunciar a esta magnífica palabra?) por Santander. También yo me fijo un poco para no perder la tradición mientras camino por el Perípato de la capital (senda que la rodea). Grupos de gente que corre: tienen unas analíticas para enmarcar con paspartú de oro.
Casi se pueden oír los gritos desgarradores del colesterol que agoniza, oler el fuego de las grasas que se queman como un guiri el primer día de playa. Hay un Santander atlético que es feliz huyendo del sedentarismo a la carrera. Cantidad de perros: paseantes por naturaleza, como todo lo que tiene cuatro patas y no es un sofá. La mayoría, razas pequeñas; viven probablemente en pisos y ven la tele. Algunos galgos consiguen no salir corriendo. Otros chuchos realizan verdaderas exploraciones olfativas preparando las oposiciones a la Policía. Los frioleros suelen llevar capa. (¿Visten los perros de Zara? No tengo ni idea.)
En un corto trecho, pasamos de la escultura del Don Quijote de Eulalio Ferrer, que acomete la playa de Castañeda como si del abra del Sardinero fueran a salir, chorreantes, los gigantes manchegos que vivían en los molinos hasta que el banco los desahució, a la de Benito Pérez Galdós. Cervantes y Galdós son fundamentales para la imagen de España, pues uno noveló nuestros sueños y otro nuestras pesadillas, es decir, nuestra historia.
Entre ambos, el rostro de José Luis Hidalgo emerge de una roca donde Jesús Otero, el esculpidor de Santillana, le representó como un pequeño Jefferson de un pequeño monte Rushmore. El año que viene se cumple un siglo del nacimiento de este poeta en Torres, Torrelavega. Hidalgo, que falleció de neumonía a sus 28 años, era un existencialista. Ver su semblante en piedra… En algunos versos, elogiaba la permanencia de la piedra en contraste con la fragilidad de la vida: «Por eso yo te amo, sorda forma implacable, / porque existes eterna y, como un dios, nos miras.». Así la geología era teología: ahora es el Hidalgo geológico el que nos mira «como un dios».
Don Quijote buscaba la gloria; la España galdosiana, un digno progreso; el hombre de Hidalgo, una efímera afirmación de la voz humana. Si continuamos el paseo llegamos a otras plumas (poéticas a ratos), las periodísticas: Pick, en la curva de La Magdalena; Estrañi, en su incomprensible abandono estético en Reina Victoria. José del Río fue uno de los grandes narradores de la actualidad local. Estrañi, un importante dinamizador social (también tiene efemérides el año que viene: de su fallecimiento; a ver si la autoridad competente se anima y coloca un busto).
El periodista es un poco de todo. Un quijote que pretende liberar la verdad de sus condicionantes sociales; un relator de los dudosos progresos del país; y un escritor consciente, cada día y cada hora, de la fugacidad de todo y del ‘sic transit gloria mundi’ con que los maestros de ceremonias advertían a los papas en su coronación. La evagación verdadera siempre es existencialista; si fuera ensoñación rousseauniana, entonces sería solo divagación.
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Ana del Castillo
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